Con tristeza me entero del fallecimiento de este profeta de la justicia social, el padre Alfonso Baeza.
Como un relámpago asalta la memoria agradecida por tantas causas en las que se ganó el cariño y el reconocimiento de los trabajadores, de los pobres y de los perseguidos. Hombre de Dios valiente y libre, que con su testimonio irradiaba Evangelio hecho carne.
Hombre despojado de carrerismos y de honores que siempre rehuyó. Quiso hacer de su vida una entrega entera para otros. Su lugar era cualquier espacio donde se vulnerara el Derecho de las Personas: allí donde hubiera injusticia; allí donde faltara amparo; allí donde nadie quisiera quemarse, él -como buen profeta- se incendiaba para hacerse presencia viva de esperanza.
La memoria social de Chile lo recordará como el último Vicario de la Pastoral Obrera; donde ocupó el último bastión de la causa obrera de la Iglesia chilena, que con su partida marcó el cumplimiento de la profecía de san Alberto Hurtado, que en la década del 50 profetizó: ?estamos perdiendo a la clase obrera??.
Como hombre lleno de Dios era un signo vivo de contradicción, porque viviendo tan cerca de la calamidad humana, siempre llevaba consigo la alegría y el buen sentido del humor.
Siguiendo el ejemplo del Maestro rehuyó siempre los pergaminos y reconocimientos, porque aprendió que los aplausos son la tentación de los débiles y que la cruz es el premio de los seguidores inclaudicables de Jesucristo.
¡Cuanta libertad respiraba este profeta! Como en aquel día en que el Nuncio de un papa lo llamó para ponerlo en una terna de nombramientos para el episcopado chileno; y él con simplicidad le respondió: ?¿Cómo voy a ser obispo?, si con la fe que tengo apenas me alcanza para ser cura??.
Se siente con hondura la partida de Alfonso, porque esta Iglesia chilena se va quedando sin profetas.
Querido papá de los pobres, de los perseguidos y de los trabajadores, gastaste tu vida entera, hasta dormirte rodeado del cariño y de la gratitud de multitudes que siempre te llevaremos en el corazón.