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A mediados de mayo, el presidente de la CEOE, Juan Rosell —en linea con lo que dijera en su día Díaz Ferrán sobre lo de trabajar más y ganar menos—, ha dicho que el trabajo fijo y seguro es un concepto del pasado, ya que en el futuro habrá que ganárselo todos los días. Recientemente, en tono grave y solemne, el gobernador del Banco de España, Luis María Linde, también ha pedido más flexibilidad para bajar salarios y reducir la protección de los trabajadores indefinidos.

Ante unos sindicatos ausentes y silentes, los lacayos del poder económico y político se vienen a arriba y ya no se sonrojan a la hora de recomendar recetas para mejorar la economía. La economía de los suyos, claro. Porque, lo que es la de los trabajadores, tiempo hace ya que la vienen empujando hacia el precipicio.

¿Qué pretenden estos pájaros de mal agüero sembrando incertidumbre y desesperanza en la clase trabajadora? ¿Cuánto cobrarán estos agoreros profesionales por fustigar con amenazas, las ensangrentadas espaldas de los empobrecidos trabajadores? ¿Por qué extraña razón estos militantes de la desigualdad no empiezan por aplicarse a sí mismos las fórmulas y remedios que nos prescriben con tanto entusiasmo a los demás?