Enviado a la página web de Redes Cristianas
(Con todos los respetos, este artículo es casi una fraterna acusación)
De nuevo monseñor Reig Plá, obispo de Alcalá, (¡que habrá hecho la magnífica ciudad universitaria complutense!) ha convulsionado a colectivos de gays, ellos y ellas, con sus palabras en la homilía de la misa televisada en la 2 de televisión española del domingo 3 de agosto reciente. Esos colectivos, nos caigan o no simpáticos, tienen todo el derecho a protestar por la connivencia y colaboración que encuentran, actualmente, entre ciertos miembros de la jerarquía eclesiástica católica, y la dirección de contenidos de TVE. No me atrevo a corroborar la voluntariedad de esa colaboración, pero tampoco veo serio motivos para negarla sin más. La dirección actual de televisión española no está quedando, precisa,mente, a la altura, y así que pierde audiencia a chorros.
Así pues, lo 1º) que yo reprocharía a D. Antonio Reig sería la sospecha, que produce, con su reiteración de discursos homófobos, o que den pie a ser así entendidos, de colaboración con una línea ideológica concreta, la del partido que ahora gobierna el país. Si bien no parece que este asunto pueda preocupar seriamente a los obispos de la CEE (Conferencia Episcopal Española), cuando han dado más que pistas, ¡casi pruebas!, de su identificación con una determinada manera de pensar, ciertamente tradicional y retrógrada en muchos temas, como el sexual, la ideología de género, el modo de dar seguridad jurídica a la uniones gays, el tema del aborto, etc.
Y lo 2º), que para llevar la Buena Nueva de la salvación que nos traen las lecturas del 18º Domingo del tiempo ordinario, no solo no hace falta meterse en un berenjenal ideológico, sino que es contraproducente. ¿Cómo puede un obispo caminar por esos derroteros por los que derivó la homilía con la maravillosa lectura Primera Lectura de Isaías 55,1-3, «Así dice el Señor: «Oíd, sedientos todos, acudid por agua, también los que no tenéis dinero: venid, comprad trigo, comed sin pagar vino y leche de balde. ¿Por qué gastáis dinero en lo que no alimenta, y el salario en lo que no da hartura? Escuchadme atentos y comeréis bien, saborearéis platos sustanciosos. Inclinad el oído, venid a mí: escuchadme, y viviréis. Sellaré con vosotros alianza perpetua, la promesa que aseguré a David.»? O con el salmo responsorial «El Señor es clemente y misericordioso, / lento a la cólera y rico en piedad; / el Señor es bueno con todos, / es cariñoso con todas sus criaturas?
¿O con la maravillosa catequesis del cuidado de Jesús con la gente, cuando proclama el Evangelio «… «Al desembarcar, vio Jesús el gentío, le dio lástima y curó a los enfermos»? No me puede caber en la cabeza cómo de esta Palabra maravillosa, entusiasmante, algún predicador pueda derivar hacia la denuncia, el reproche y la condena, no solo de comportamientos, que entrarían en el terreno de la moral, -de la conciencia del individuo, por tanto-, sino en el mundo de la legislación, algo claramente ajeno a la misión de los anunciadores de la Buena Noticia.
Yo acuso a monseñor Rieg de, abandonando el ministerio sanador y gozoso del anuncio de la Salvación, adentrarse en terrenos movedizos, ajenos a la Palabra Revelada, y proclamar, más que la misericordia y la compasión del Señor, anunciar y enseñar una ideología ética fuera de lugar y de tiempo.