Otra espiritualidad es posible y necesaria -- Marià Corbi, director del Centro de Estudio de las Tradiciones de Sabiduría (CETR) en Barcelona.

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XIX. FORO RELIGIOSO VITORIA/GASTEIZ
NO ES TIEMPO DE CALLAR, ES TIEMPO DE HABLAR
9 de abril de 2011 (3ª ponencia)

Presentación general.
No somos adivinos del futuro, sólo estudiamos las tendencias y dinámicas culturales. Nuestra intención es sólo salir al paso, con tiempo, a ser posible, de una dinámica cultural que se nos ha echado encima y que no habrá quien la pare. Esta es la dinámica que se extenderá, si las cosas no van muy mal, a todos los países, en un grado u otro. Todo esto está ya provocando una gran globalización, financiera, económica, científica y tecnológica, cultural, en modos de ocio, de vestir, y también religiosa, etc.

Esta dinámica cultural, hasta ahora, la ha manejado en neocapitalismo, pero otra sociedad es posible con esta dinámica, que es la propia de las sociedades de conocimiento y cambio continuo. Caben muchos proyectos con este tipo de sociedad, porque es una sociedad creativa y la creatividad no crea uniformidad: puede haber una versión europea, norteamericana, latinoamericana, india, árabe, china, africana, etc.

Todas estas trasformaciones culturales, y de los modos de vida, tienen graves consecuencias: sobre las religiones, sobre la concepción de la espiritualidad, sobre el legado de todas las tradiciones religiosas y espirituales humanas, en una globalización completa, aunque no igual ni, menos, igualitaria y, en resumen, sobre todo lo axiológico.

Sin dejar otras tareas, todo esto hay que irlo pensando con tiempo, para intentar darle soluciones y para preparar a las gentes a lo que irremediablemente se nos viene encima.

Introducción.
Para estudiar la dimensión espiritualidad humana en las nuevas condiciones culturales, provocadas por la completa o progresiva desaparición de las sociedades preindustriales, la generalización de la industrialización y el asentamiento de las sociedades de conocimiento, cambio e innovación continua, no podemos partir desde la religión y desde las creencias porque unas y otras han entrado en una crisis muy grave. Tenemos que partir de un análisis antropológico y del análisis de las condiciones de las nuevas sociedades industriales.

¿Qué hay en nuestra estructura humana que genere esa dimensión, que nuestros antepasados llamaron espiritualidad desde una antropología de cuerpo y espíritu?

¿En qué consiste el fenómeno que nuestros antepasados llamaron ?espiritualidad?? y que se presentaba unido a la religión?

¿Hay identidad entre espiritualidad y religión?

¿Hay diferencia entre lo que se llamó religión y lo que se llamó espiritualidad, aunque en las condiciones de las sociedades preindustriales, estuvieron generalmente unidos?

¿Se ha presentado, en el pasado de la historia de la humanidad, la espiritualidad separada de la religión?

-Lo ha hecho, en determinadas corrientes hindúes: el yoga, en todas sus diversas formas ha sido autónomo de la religión, incluso el yoga de la devoción (bhakti) no tiene por qué ser explícitamente religiosa. El budismo y el taoísmo también son espiritualidades independientes de la religión, aunque en algunas corrientes populares se transforme en algo que se asemeja mucho a las religiones.

La lógica interna de la cultura del nuevo tipo de sociedad industrial.
-Hemos entrado en un tipo de sociedad que para funcionar correctamente tiene que excluir todo lo que fije y estar siempre dispuesta al cambio constante en todo nivel. ¿Por qué?

1º. Estamos en una sociedad que vive y prospera creando continuamente innovación científica. En las nuevas sociedades las ciencias se extienden a todos los niveles de la vida humana; por consiguientes todos los niveles de nuestro vivir y de la realidad que nos rodea están continuamente afectados por las continuas transformaciones de la interpretación que las ciencias provocan, cada vez con más rapidez.

-2º. Las innovaciones científicas van seguidas, precedidas y acompañadas de innovaciones tecnológicas. Esas innovaciones tecnológicas afectan a todos los ámbitos de nuestro vivir.

-3º. Las innovaciones científicas y tecnológicas suponen una continua transformación de nuestras maneras de trabajar,

-4º y las continuas transformaciones de las formas de trabajo, van acompañadas por continuas transformaciones de nuestras formas de organizarnos.

-5º. Los cambios de los modos de organización implican y arrastran cambios en las maneras de cohesionar los grupos, en sus sistemas de valores colectivos y en sus fines.

En las nuevas sociedades llamadas de conocimiento, porque es el conocimiento científico y tecnológico la clave del éxito económico, todo cambia continuamente a través de las innovaciones constantes en productos y servicios.

-6º. Y lo que es más importante para el problema que nos ocupa, todos los miembros activos de estas sociedades tienen que estar siempre dispuestos a cambiar en lo que convenga. Quienes se fijen o se nieguen a los cambios, sean en la dimensión humana que sea, se verán necesariamente marginados.

-7º. Los nuevos colectivos tienen que socializarse, programarse para el cambio continuo; tienen, pues, que excluir todo lo que fije, si quieren sobrevivir convenientemente en la nueva sociedad.

Nada fija más fuertemente que las creencias religiosas, porque fijan, aunque sólo sea nuclearmente, la interpretación de la realidad, su valoración, la organización familiar y social, la moralidad, etc.

8º. -Los hombres y mujeres de las nuevas sociedades no tienen otro remedio que no ser creyentes; y si no pueden ser creyentes, tampoco pueden ser religiosos, ni pueden tener sacralidades.

Esta lógica es férrea e inevitable. Allá donde se asientan las sociedades de conocimiento, innovación continua y cambio, se impone irremediablemente esta lógica. No deberíamos olvidar nunca esta estructura de las nuevas sociedades industriales.

Todavía vivimos en una sociedad que es mixta.
Y es así porque la mayoría vive todavía en las condiciones industriales de la primera industrialización, y una minoría vive ya en las sociedades de conocimiento e innovación.

Sin embargo, la sociedad de conocimiento rige ya la economía, las ciencias y las técnicas, las comunicaciones, los ocios, etc. La sociedad de conocimiento es el motor de esas nuevas sociedades mixtas y va invadiendo, aceleradamente, todos los campos de nuestra vida individual y colectiva.

Muchos países todavía tienen un sector preindustrial de importancia, los países en vías de desarrollo; y otros países, los subdesarrollados apenas tienen un sector industrial importante y carecen por completo de sociedad de innovación. Mientras haya sociedad preindustrial, la religión se sostiene en algunos sectores. La situación de la religión depende del tipo de sociedad mixta que sea cada país o región. (Sociedades preindustriales con poca industria, soc. industriales con bastante industria, soc. plenamente industrializadas, soc. plenamente industrializadas con sectores importantes de sociedades de conocimiento).

Una dificultad añadida: la globalización.

La globalización empezó mucho antes de la aparición de las sociedades de conocimiento. Se empezó a producir con el desarrollo de la navegación, los ferrocarriles, los automóviles, las comunicaciones; pero ha llegado a su culmen con las sociedades de conocimiento y con el desarrollo de las tecnologías relacionadas con la informática.

La globalización se extiende a todo, también a las religiones y tradiciones espirituales; todas están unas junto a las otras, a causa de las comunicaciones y a causa de los movimientos migratorios, tan acentuados en las últimas décadas.

Esta globalización se ha extendido, de una forma u otra, a todos los pueblos de la tierra. Nadie, ni en el rincón de África menos desarrollado, puede vivir como lo hicieron sus antepasados, ni en las condiciones de su vida material y ni en las de su vida espiritual.

Nueva mente colectiva.
Las ciencias, las técnicas y sus repercusiones, las comunicaciones y la globalización alteran constantemente nuestros modos de vida. Esas alteraciones, sin marcha atrás, son las que nos impiden vivir como nuestros antepasados. Si no podemos vivir como ellos, tampoco podemos pensar, creer, sentir, actuar, y organizarnos como ellos.

El movimiento acelerado de todos los parámetros de nuestra vida, crea la conciencia (implícita o explícita, consciente o inconsciente) de que lo que son nuestros modos de vida, lo que son los postulados sobre los que pretendemos construir nuestro vivir, y lo que son los proyectos colectivos edificados a partir de esos postulados axiológicos, no nos vienen de los cielos, ni nos vienen dados por la naturaleza, sino que tenemos que construírnoslos nosotros mismos, como tenemos que construirnos nuestras ciencias y tecnologías.

Y esos postulados axiológicos y proyectos van a tener que ser revisados con frecuencia para adaptarlos a los constantes cambios en ciencias y tecnologías, y a las nuevas maneras de vivir que ellos arrastran.

La conciencia, explícita o implícita, de que todo nos lo tenemos que hacer nosotros mismos, más la convivencia de religiones que tienen las mismas pretensiones de verdad exclusiva y excluyente, conducen también a la conciencia, clara u oscura, de que también la religión nos la construimos nosotros.

Algunos datos de la historia.
-1º. Todas las sociedades preindustriales, sin excepción, por lo que sabemos, tuvieron religión.

-2º. Cuando aparecieron las sociedades industriales, haciéndose un hueco en las preindustriales, en esos huecos las religiones entraron en dificultades.

Tenemos una experiencia de unos 150 años de este hecho. Con el crecimiento de la sociedad industrial, la religión entró en conflicto con las ideologías y las ciencias. Donde se implantaba la industrialización, la religión retrocedía.

Hemos vivido más 150 años de conflictos entre esas dos maneras de vivir: la preindustrial y religiosa y la industrial distanciada de la religión o francamente irreligiosa.

Ese conflicto fue, primero de formas de pensar y sentir y, luego, llegó a la confrontación armada en guerras civiles, guerras entre países, etc.

Después de la segunda guerra mundial se llegó a una especie de pacto que consistió en un reparto de funciones: la ideología se encargó de la economía, la ciencia y la política y la religión se reservó para sí la espiritualidad, la moralidad, la organización familiar y en gran parte la organización social.

-3º. La generalización de la industria barre los restos de sociedad preindustrial y elimina el humus en el que se apoyaba y se alimentaba la religión. Aparecen claros síntomas de crisis mortal de la religión en Europa y en otros lugares de las sociedades plenamente desarrolladas.

-No nos parece correcto interpretar estos hechos como un proceso de degradación de la sociedad atribuido a diversas causas tales como el hedonismo reinante, el consumismo, el efecto del ataque sistemático y organizado contra la religión.

Hay que acoger a los hechos como hechos, sin partidismos. Hemos llegado donde hemos llegado porque hacía siglos que íbamos caminando en esa dirección. No es fruto de la decisión de nadie, es fruto de la lógica de la cultura occidental, que ha llegado a ser, en muchos aspectos, global. La situación en que nos encontramos es decisión de todos y de nadie, de las generaciones que nos precedieron y de nuestra generación.

Nuestra situación es un hecho que está ahí y que no tendrá marcha atrás. No podemos frenar a las ciencias y a las tecnologías ni las consecuencias que tienen para todos los aspectos de la vida humana. Eso es irrefrenable e irreversible. Pero, además, supuesta la población humana de la tierra, tampoco podemos vivir como nuestros antepasados que eran muchos menos. Solventaremos nuestros problemas no con menos ciencia y tecnología sino con más.

-Eso quiere decir que, una vez entrados en las sociedades de conocimiento e innovación y cambio continuo, tenemos que continuar por esa vía, con los arreglos que sean convenientes, pero por ese camino.

Y no podemos olvidarnos nunca de la dinámica cultural que tienen las sociedades de innovación y cambio, que se ven forzadas a excluir sistemáticamente todo lo que fije, lo que no haga a los hombres y mujeres dispuestos a cambiar lo que sea y cuando sea en todos los aspectos de su vida.

Por consiguiente, debemos partir del hecho de que las sociedades de conocimiento tienen una lógica contraria a las creencias; se ven forzadas a ser sociedades sin creencias, sin religiones, laicas.

Estamos todavía en una situación mixta, algo esquizofrénica, donde convive todavía, en algunos sectores, generalmente minoritarios, la sociedad de conocimiento y las creencias y religiones. Pero hay que tomar conciencia que esa convivencia es contraria, a medio y largo plazo, a la lógica de las sociedades de conocimiento.

Pero las nuevas sociedades son sociedades de riesgo. El cambio continuo supone mucho riesgo, supone ser capaz de asumir la libertad y la responsabilidad sobre la marcha de todos los aspectos de nuestra vida, tanto los individuales como los colectivos. Habrá muchas personas e incluso comunidades relativamente amplias que se verán incapaces de asumir tanta responsabilidad y riesgo, y otras, por su marginación se volverán a las religiones en formas integristas para encontrar en ellas cobijo, donde agarrarse y donde se les diga, sin duda alguna, como tienen que actuar y vivir.

La crisis mortal de las religiones y el auge de formas integristas de las religiones son dos aspectos de un mismo fenómeno.

Creo que se equivocan quienes interpretan el incremento de los integrismos como la vuelta de la religión; es más bien la prueba de la gravedad de su crisis.

Creo que es justo sostener que la nueva sociedad no es creyente ni religiosa, en su gran mayoría, (esta afirmación tiene que tener en cuenta a las todavía sociedades mixtas) pero también hay que afirmar que en ella crece continuamente el interés por la espiritualidad. También eso es un dato.

Exigencias del estudio de la crisis de las religiones.
La religión ha sido la forma peculiar de cultivar la espiritualidad en las sociedades preindustriales. Los mitos, símbolos y rituales que socializaban y programaban a las sociedades preindustriales, eran el instrumento para expresar y vivir la dimensión absoluta de la realidad, y eran también el medio para cultivar la espiritualidad.

Al desaparecer las sociedades preindustriales en los países desarrollados, entran en crisis los sistemas colectivos de programación mítico-simbólica y entran en crisis las religiones, con todo tipo de convulsiones o enfermedades: integrismos, proliferación de sectas, espiritualidad salvaje, creencias y supersticiones de todo tipo, ateísmo militante, laicismo que ignora toda dimensión espiritual humana, sincretismos diversos, crisis mortal de las religiones, etc.

Para comprender este fenómeno y para estudiarlo adecuadamente, debemos situarnos fuera de las religiones y sus creencias. Desde las creencias sería difícil; para analizar un sistema, hay que salirse del sistema. Salirse de los sistemas religiosos y sus sistemas de creencias, para analizarlos, no comporta, como veremos, salirse de la fe, de la espiritualidad.

Esta será la única manera conveniente, a mi juicio, de rastrear cómo cultivar la espiritualidad en sociedades en las que la vida preindustrial ha desaparecido, la industrialización es completa y se ha implantado la sociedad de conocimiento e innovación y cambio continuo.

Esta nueva situación está precipitando a una crisis mortal a las religiones, sus sistemas de creencias y sus organizaciones.

Nos vemos forzados a fundamentar nuestra reflexión sobre datos, contando con la ayuda de lingüística, la antropología, la sociología y el conocimiento de la historia de las tradiciones religiosas de la humanidad, prestando una peculiar atención a aquellas tradiciones espirituales que no se apoyan en creencias y que no se pueden llamar propiamente religiones, como el budismo y algunas corrientes hindúes.

Breve aclaración sobre las nociones de ?religión??, ?espiritualidad??, ?creencia??.
¿Qué entendemos por religión? La peculiar manera de vivir y expresar la dimensión absoluta de la realidad, a través de los sistemas de socialización y programación propios de las sociedades preindustriales.

Las sociedades preindustriales son sociedades estáticas, porque viven durante milenios haciendo fundamentalmente lo mismo. Sus sistemas de programación colectivos son los adecuados a este tipo de sociedades: se fundamentan en creencias intocables, porque las consideran reveladas por los dioses o los antepasados sagrados; con esa intocabilidad de las creencias, se excluyen los cambios profundos y las posibles alternativas.

Las religiones, en las sociedades preindustriales, tienen una doble función: programar los colectivos para un modo concreto de vida preindustrial (cazador-recolector, horticultura, agricultura de riego, ganadería) y, a la vez, expresar e iniciar a la experiencia de la dimensión absoluta de la realidad. Y ello como una unidad.

¿Cuáles son los generadores de la religión?
El primero es nuestra condición de hablantes.
El segundo es nuestra doble experiencia de la realidad que se deriva de esa condición.
Estos dos primeros factores son el núcleo irreductible que se dará en todo tipo de cultura.
El tercer factor es la condición de vida preindustrial
El cuarto es el peculiar tipo de programación de este tipo de sociedades que es a través de mitos, símbolos y rituales.

Estos dos últimos factores son variables porque pueden darse o no darse. En las sociedades industriales no se darán. Por consiguiente, los dos primeros factores podrán darse sin los dos últimos. Hay religión cuando se cumplen los cuatro factores y no la habrá cuando se cumplan los dos primeros pero ya en unas condiciones de vida no preindustriales sino plenamente industrializadas y en sociedades de conocimiento. Ya podemos afirmar lo que entendemos por ?religión??:

La religión es la forma de cultivo de la dimensión absoluta de nuestro acceso a la realidad, propio del modo de vida de las sociedades preindustriales y condicionada por un sistema de programación colectiva mediante narraciones sagradas, mitos símbolos y rituales, que, puesto que deben programar a sociedades estáticas que excluyen todo cambio de importancia, se han presentado como sagrados e intocables por su origen divino. Es intocabilidad comporta o equivale a un cuerpo de creencias a las que hay que someterse.

¿Qué es la espiritualidad? El cultivo explícito de la dimensión absoluta de nuestro acceso a la realidad, que en la época preindustrial tuvo que ser religioso y a través de creencias. No pudo hacerse de otra manera sin poner en peligro el programa colectivo y, con él, la supervivencia del grupo.

¿Qué entendemos por creencias? Formulaciones intocables, por su carácter de reveladas, derivadas de los sistemas míticos, simbólicos y rituales de la programación colectiva de sociedades que deben excluir el cambio, que son simultáneamente expresión y orientación para el cultivo de la dimensión absoluta de la realidad.

Los supuestos intocables por falta de crítica o por intereses implicados en ellos, no son creencias, sino eso, supuestos. En nuestra época abundan de una forma especial, a causa de la crisis de las creencias.

Datos que debemos tener en cuenta.
Vamos a señalar brevemente los puntos básicos desde donde debemos partir para averiguar qué es la espiritualidad y cómo cultivarla en las nuevas condiciones culturales.

Esa espiritualidad será la base de la calidad humana que precisamos para gestionar nuestras potentes ciencias y tecnologías, para gestionar nuestra vida colectiva global, y gestionar la vida en el planeta.

Y será la base, también para el cultivo de la espiritualidad en su sentido más elevado. Los puntos básicos de partida son datos y consecuencias de esos datos.

Nuestro dato primero es que somos unos vivientes, y como tales, no somos nadie venido a este mundo. Tanto nuestro cuerpo, como nuestra mente, son como una pequeña ondulación de la inmensidad que nos rodea.

Este primer dato sitúa nuestra actitud epistemológica con los pies en el suelo. Debemos comprender todas nuestras dimensiones humanas desde esta base: vivientes de este mundo, leve y breve oscilación de la inmensidad que forma el universo.

Esta no es una postura materialista, no rechazaremos ni reprimiremos las dimensiones espirituales humanas, sólo intentaremos comprenderlas desde nuestra condición inevitable de vivientes.

Segundo dato: los vivientes tienen que hacer una lectura y valoración del medio, desde y en función de sus necesidades. Todos los vivientes, cada uno a su manera, modelan la realidad que les rodea, desde el patrón de sus necesidades. Nosotros estamos incluidos en esta ley.

Al tener que leer la realidad desde el núcleo de sus necesidades, los vivientes necesariamente tienen que hacer una lectura dual de la realidad: el viviente con su cuadro de necesidades por un lado, y el medio en el que satisface esas necesidades por otro. El viviente tiene que interpretarse como un individuo frente a un mundo.

Esa lectura dual de lo real es lo que el viviente precisa ver y hacer para vivir, no es como es la realidad en ella misma. Lo real, de la que el viviente forma parte, no es esa lectura dual que precisamos hacer. La lectura dual no describe la realidad, la modela. Una garrapata la modela de una forma, una hormiga de otra, un caballo de otra y un humano de otra, pero todos tendrán que dualizar. Pero ni la modelación de la garrapata describe la realidad como es, ni tampoco la modelación humana. El mundo de realidades de todos los vivientes está en su sistema nervioso, perceptivo y activo, pero no ahí fuera.

Tercer dato: Todos los animales, menos los humanos, tienen determinada genéticamente la modelación que hacen de esta inmensidad, para poder sobrevivir en ella. Tienen determinada, con algunos márgenes de aprendizaje, unas acotaciones/valoraciones en la realidad, unos modos de comportarse, unos modos de organizarse y llevar adelante la crianza.

Todos los animales, menos nosotros, tiene una relación binaria con la realidad: el sujeto de necesidades, frente al medio donde satisface esas necesidades.

Los humanos somos los únicos que tenemos una relación ternaria con la realidad: el sujeto de necesidades, la lengua y el medio.

La lengua es el gran invento biológico de nuestra especie. La lengua traspasa el significado de las cosas, de las realidades mismas, a una estructura acústica.

La palabra es la conjunción de un significante acústico (la estructura fonética) y un significado, (el de las cosas a las que hace referencia el significado).

Con este ingenioso invento podemos distinguir entre lo que las cosas puedan significar para nuestra vida, y las cosas mismas, que están ahí independientes del significado que puedan tener o no tener para nosotros.

La lengua es un invento biológico para acelerar, lo que convenga, la adaptación al medio o adaptar el medio a nosotros. Aunque es un invento biológico y tiene una pretensión biológica, nos abre un gran portalón que es la posibilidad de adentrarnos en la dimensión absoluta de todo lo real.

Cuarto dato: El invento de la lengua supone que tengamos determinado genéticamente nuestro organismo, nuestra condición sexuada, nuestra condición simbiótica, pero que tengamos indeterminados los modos de llevar a la práctica nuestras maneras de supervivencia, nuestras formas de llevar adelante la crianza y nuestras formas de organización.

Pero se nos ha dotado de un instrumento para programar ese amplio margen de indeterminación programática: la lengua. Con ella debemos autoprogramarnos para resultar animales viables. Somos animales culturales porque tenemos que autoprogramarnos, y autoprogramándonos nos hacemos animales viables.

Quinto dato: Nuestra condiciones de animales que hablan, de vivientes culturales, nos proporciona un doble acceso a la realidad: un acceso relativo a nuestras necesidades, y un acceso absoluto, independiente de nuestras necesidades.

Este doble acceso es nuestra cualidad específica.

Porque tenemos ese doble acceso a lo real y a nosotros mismos, poseemos flexibilidad frente al medio, no estamos claveteados en una sola dimensión, la determinada genéticamente en función de nuestras necesidades, como los restantes animales, sino que podemos modificar nuestra interpretación y valoración del medio cuando convenga.

Este doble acceso es un dato, y lo prueba la existencia misma del arte, de determinadas actitudes de la ciencia y la filosofía, la religión y la espiritualidad.

Sexto dato: Nuestra condición de vivientes nos impone interpretarnos como individuos frente a un medio y hacer una interpretación dual de la realidad. Pero nos permite comprender, también, que nosotros mismos somos parte de esa realidad absoluta, no relativa a nosotros, que todo es.

Séptimo dato: Las sociedades preindustriales se programaban colectivamente, durante milenios, mediante narraciones que explicaban lo que los antepasados sagrados o los dioses determinaron sobre cómo había que interpretar y valorar la realidad, cómo había que actuar en ella, cómo había que emparejarse y cuidar a la prole, cómo había que organizar la vida colectiva y cómo había que rememorar y ritualizar esas narraciones para actualizar periódicamente la programación colectiva.

Esas narraciones eran los mitos, los símbolos y los rituales. Esos mismos procedimientos de programación colectiva, eran también los procedimientos para expresar y cultivar la dimensión absoluta de la realidad.

Esa doble función de los mitos, símbolos y rituales es lo que hemos llamado religión. Nuestra experiencia absoluta de la realidad, en la época preindustrial, se expresaba mediante los mismos procedimientos de programación. No podía ser de otra manera.

Los mitos y símbolos no pretenden describir la realidad sino sólo modelarla de forma adecuada a nuestras formas de vivir. No tienen tampoco finalidad religiosa, sino biológica y cultural. Consiguientemente, ni pretenden describir las realidades de este mundo ni, menos, las del otro.

Modelan la experiencia absoluta de la realidad para que sea viable en unas formas de comprender la realidad y de vivir.

Los mitos, símbolos y rituales están construidos a partir patrones directamente relacionados con las determinadas formas preindustriales de vivir. Tanto esos paradigmas míticos, como sus desarrollos y el cuerpo mítico completo y plenamente desplegado no pueden ni pretenden describir la realidad, ni la de este mundo, ni la del otro, sino modelarla para hacerla apta a un determinado modo de vida.

Las estructuras que sabemos que sólo modelan la realidad no pueden ser objeto de creencia. Los mitos, símbolos y rituales son estructuras culturales construidas, como son construidas nuestras teorías científicas, y por tanto no pueden ser objeto de creencia en el sentido religioso tradicional, son objeto de verificación, cada una a su manera.

Octavo dato: Cuando se cambia la manera de sobrevivir preindustrial, por ejemplo, cuando se pasa de cazador/recolector a horticultor, o cuando se pasa de horticultor a agricultor de riego, se cambia de sistema mítico-simbólico de programación y, por tanto, se cambia también de religión.

Noveno dato: Las sociedades industrializadas ya no se programan con narraciones sagradas, los mitos, sino con teorías filosóficas apoyadas por las ciencias. Lo que hemos llamado ideologías.

Eso supone, que donde se introducía la vida industrial, retrocedían los sistemas míticos de programación, y con ellos las religiones.

Hemos pasado más de 150 años en un tipo de sociedad mixta en la que una mayoría era preindustrial y religiosa y una minoría industrial e irreligiosa o antirreligiosa.

Durante esa época han abundado los conflictos ideológicos e incluso militares. Nuestras guerras civiles en el siglo XIX y en el XX son un caso de esos conflictos. Lo mismo ha ocurrido en otros muchos países.

Con la generalización de la industrialización los mitos y símbolos han perdido por completo su función y las religiones han perdido el suelo cultural en el que nacieron y se desarrollaron. Este solo hecho ha sido suficiente para que entren en una crisis mortal las religiones y las creencias que les acompañan.

Décimo dato: En las últimas décadas se ha producido una mutación cultural nueva, mayor que todas las anteriores. La aparición, asentamiento y progreso de las sociedades de conocimiento.

Estas son sociedades se sostienen y progresan creando continuamente nuevas ciencias y tecnologías. Las continuas innovaciones científicas y tecnológicas provocan inevitablemente cambios en las formas de trabajar de los colectivos y estos cambios exigen a su vez cambios en los sistemas de cohesión y valoración colectiva.

En estas sociedades, el éxito económico está dependiente de la capacidad de innovación en ciencias y tecnologías, y mediante ellas, de la continua innovación de productos y servicios que alteran continuamente las maneras de vivir.

En estas sociedades todo cambia, se ha de estar siempre dispuesto a cambiar, y se tiene que excluir todo lo que fije la mente, el sentir, las maneras de trabajar y organizarse; se tienen que excluir las creencias, porque la pretensión de las creencias era precisamente fijar y bloquear el cambio.

Las creencias no son un hecho religioso sino un hecho cultural.
Las nuevas sociedades de conocimiento y de cambio tienen que excluir las creencias, sean religiosas o laicas, para vivir y prosperar, consiguientemente tienen que excluir también las religiones, porque vienen vehiculadas por creencias.

Las nuevas sociedades tienen que programarse ya no mediante ideologías, -sino mediante postulados axiológicos (los derechos humanos son un ejemplo de ello) y mediante proyectos colectivos construidos sobre esos proyectos axiológicos.

Undécimo dato: Las nuevas ciencias y tecnologías han provocado una globalización completa de los saberes, de los modos de vida, de la economía, de las comunicaciones, de los ocios y también de las religiones y tradiciones religiosas.

Esta globalización afecta especialmente a los países desarrollados, pero se extiende, para bien o para mal a todos los pueblos de la tierra. Ya ni los pueblos menos desarrollados pueden vivir como sus antepasados.

Las consecuencias culturales, económicas, políticas y religiosas afectan a todos, integrando o marginando.

Las creencias se han puesto unas al lado de las otras, relativizándose mutuamente. Las religiones que pretendían tener la verdad exclusiva conviven con otras que también tienen la misma pretensión.

Las comunicaciones de todo tipo han creado una nueva conciencia colectiva, que se extiende a todos los pueblos de la tierra, de que las ciencias y las tecnologías, y sus consecuencias, alteran continuamente todas nuestras maneras de pensar y de vivir.

Todo eso lo construimos nosotros, no nos viene dado por los dioses o por los antepasados. Esta conciencia colectiva, explícita o implícita, clara u oscura, es más corrosiva para la pretensión de las religiones que la generalización de la industrialización o que las sociedades de conocimiento, que para existir tienen que excluir las creencias.

La globalización ataca de raíz a las creencias intocables de las religiones y la pretensión de cualquiera de ellas de poseer la verdad definitiva y un proyecto de vida humana dictada por los dioses.

Ataca a la noción de creación y de revelación tal como se vivieron en el pasado.

Primera consecuencia de estos datos: la separación de la fe de las creencias.

Todos estos datos nos fuerzan a diferenciar con toda claridad lo que en las tradiciones teístas se ha llamado ?fe?? / de lo que se ha llamado ?creencia??.

Llamaremos ?fe??, empleando la terminología de Juan de la Cruz, ?al toque del absoluto?? y ?creencia?? a la forma en que ese toque viene expresado.

También podríamos comparar, como lo hacen varias tradiciones, la fe con el vino, y la creencia con la copa.

En las sociedades preindustriales, que eran estáticas, porque vivían durante milenios haciendo fundamentalmente lo mismo, y que debían excluir el cambio, la fe iba unida inseparablemente a las creencias, de tal forma que resultaban términos intercambiables y equivalentes.

En las nuevas sociedades, que viven del cambio, que no pueden ligarse a creencias, que saben que todos los sistemas de míticos, simbólicos y rituales son construcción humana, y que no pretende describir la realidad, sino modelarla, que sufren la globalización religiosa, hay que separa con toda claridad la fe de la creencia.

Lo que nuestros antepasados llamaban ?fe??, la apertura y experiencia de la dimensión absoluta de la realidad, puede y tiene que darse libre de la creencia, aunque siempre se formulará de una forma u otra.

La fe necesitará, para comunicarse, formas expresivas, ser dicha en palabras, pero no se ligará a esas palabras, porque sabrá que está refiriéndose a la dimensión no-dual de lo real, por tanto, más allá de todas las posibilidades de nuestro lenguaje, construido para nuestra vida en el seno de la dualidad propia de los vivientes.

Todos estos datos están especialmente marcados en las sociedades desarrolladas. En las sociedades en vía de desarrollo se dan diversas situaciones culturales.

Algunas son todavía mayoritariamente preindustriales y por tanto continúan vivas en ellas las religiones y las creencias. La mayoría son sociedades mixtas compuestas por mayorías preindustriales y algunas minorías industriales. Otras continúan teniendo mayoría de la población preindustrial, una minoría importante viviendo de la industria y una minoría que ya ha entrado en las sociedades de conocimiento.

En estas sociedades, con situaciones culturales mixtas, la religión sigue vigente en grandes sectores de la realidad, aunque siempre con una cierta esquizofrenia en el espíritu. Pero, si las cosas no van mal, es de esperar que los países subdesarrollados entren en proceso de desarrollo y que los que ya están en proceso de desarrollo se integren en el grupo de los ya desarrollados. Por tanto los datos reunidos tienden a tener valor general.

Segunda consecuencia: Nuestra cualidad específica es tener y cultivar un doble acceso a la realidad.

Sin este doble acceso a la realidad perderíamos esa nuestra cualidad específica y, con ella, nuestra flexibilidad, cuando más la necesitamos, y cuando se nos exige estas siempre dispuestos al cambio.

-1º. En la larga etapa preindustrial de la humanidad ?las religiones?? fueron el vehículo principal de cultivo de esa cualidad específica humana

-2º. Durante la relativamente breve etapa de la primera industrialización fueron ?las ideologías?? las que se ocuparon del cultivo de la cualidad humana, y como fueron sociedades mixtas compuestas de una mayoría preindustrial y una minoría industrial, la religión se ocupó de la dimensión espiritual.

-3º. En la nueva situación cultural de completa industrialización y de sociedades de conocimiento en crecimiento, ni podemos cultivar la cualidad humana desde las ideologías, ni desde la religión.
-4º. Carecemos de sistemas acreditados para adquirir cualidad humana y para cultivar la espiritualidad, que no pasen por las religiones o por las ideologías,

-5º. Dependemos exclusivamente de nuestros postulados axiológicos y de los proyectos de vida colectiva que seamos capaces de construir desde esos postulados axiológicos.

Los postulados axiológicos no pueden estar formulados desde una perspectiva exclusiva de la cultura occidental, han de poder dar pie a diversidad de proyectos colectivos en culturas diferentes.

Tercera consecuencia: Tenemos que encontrar fuentes de cualidad y de espiritualidad, y procedimientos de cultivo que puedan ser usadas y practicadas sin creencias, ni religiosas ni laicas.

Cuarta consecuencia: No podemos partir de cero; sería una necedad.

Tenemos que aprender a heredar toda la sabiduría y la espiritualidad de nuestros antepasados, por tanto, tenemos que aprender a asumir todo el legado de sabiduría de todas las tradiciones religiosas y espirituales de la humanidad, en el contexto creado por el crecimiento continuo de las ciencias y las tecnologías y los cambios continuos que provocan en todos los niveles de la vida de los individuos y de los pueblos en unas sociedades globalizadas.

No podemos ignorar la sabiduría y espiritualidad acumulada por la humanidad en casi 3.000 años de historia, porque venga expresado en lenguaje religioso.

Quinta consecuencia: Para hacernos con esa herencia tenemos que aprender a leer e interpretar los textos sagrados y los grandes maestros espirituales, no como descripciones de la realidad sino como símbolos que hablan de lo que no se puede hablar, como poemas que apuntan al innombrable, al que está más allá de todas las dualidades sobre las que está construida toda nuestra lengua y nuestra capacidad de expresión.

Eso sería el fundamento del cultivo de la cualidad humana que tanto precisamos en las nuevas condiciones culturales, sin dependencia alguna de creencias y religiones. Y eso sería la base de una espiritualidad o profunda cualidad humana laica, sin religiones ni creencias, pero heredera de la sabiduría y espiritualidad de todas las grandes tradiciones religiosas y espirituales de la humanidad.

El fin de la epistemología mítica.
En las nuevas circunstancias culturales hemos sufrido otra gran mutación con respecto a las religiones y a sus creencias.

La determinación genética de los restantes animales dice, con pequeños márgenes de aprendizaje, cómo interpretar y valorar el medio, cómo organizar la crianza de la prole y todo sin ningún género de duda. Para los animales, las realidades son como los de su programa genético. No hay lugar para el titubeo o la duda.

Cuando los mitos y símbolos completan nuestra indeterminación genética para hacernos animales viables, lo hacen con la misma lógica: lo que dicen las narraciones sagradas, mitos, símbolos y rituales con respecto a cómo es la realidad, cómo hay que interpretarla, cómo hay que actuar en ella, cómo hay que comportarse y organizarse y, lo que es más cómo debe ser nuestra relación con la dimensión absoluta de lo real, cómo hay que concebirlo y aproximarse a él, dicen cómo todas esas realidades son, sin ningún género de duda admisible. Lo que dicen los mitos símbolos y rituales y lo que dicen las creencias que en ellos se fundamenta es como es la realidad.

Esta forma de interpretar nuestro hablar de la realidad es lo que llamamos como ?epistemología mítica?? porque se generó con los mitos.

El crecimiento acelerado de las ciencias, que cambian constantemente la interpretación de la realidad, en todos los niveles de lo real; el crecimiento constante de la tecnología y los cambios continuos que introduce en los modos de vivir; la globalización que ha puesto unos junto a otros, modos de vivir muy diferentes y religiones y tradiciones espirituales también diferentes, (teniendo todas ellas la pretensión de poseer la verdad exclusiva y excluyente de todas las demás, -como corresponde a la epistemología mítica-), todo ello ha contribuido a hundir la epistemología mítica.

Estos factores, más el desarrollo de la epistemología de las ciencias y el estudio de la estructura de los mitos y símbolos, ha conducido a tener que admitir que la pretensión de los mitos no es proporcionar una descripción fidedigna, con garantía divina, de este mundo y del otro, sino que es una pretensión mucho más modesta: modelar la realidad, de acuerdo con unas formas de sobrevivencia, de manera que sea la vida humana viable en esta inmensidad que nos rodea y que nosotros mismos somos.

Los mitos y símbolos no describen ni cómo es el mundo de nuestra vida cotidiana, ni cómo es el mundo de la dimensión absoluta de lo que es, sólo los modelan, y lo hacen de forma parecida a como lo hacen los programas genéticos, sólo que esta vez, con palabras, culturalmente.

Los símbolos, mitos y rituales, como las ciencias, modelan la realidad para mejor actuar en ella. La diferencia entre los unos y las otras reside en que los mitos lo hacen con estructuras semánticas axiológicas y las ciencias con estructuras lingüísticas abstractas.

Sin la epistemología mítica, en las religiones, que son construcciones nuestras, no hay nada que creer; las religiones no se oponen unas a las otras; no se excluyen sino que se complementan; no se oponen a las ciencias porque tienen diferente pretensión y estructura.

Esta es, además, la comprensión adecuada a la globalización de todas las tradiciones religiosas y espirituales de la humanidad.

La urgente necesidad, en las nuevas sociedades, de la cualidad humana profunda.
Los hombres de las nuevas sociedades industriales hemos de cultivar el acceso a la dimensión absoluta de la realidad porque la necesitamos más que nunca para enfrentarnos a las sociedades de continua innovación y cambio.

En estas sociedades somos conscientes que ya nada nos viene de los cielos, ni tampoco dictado por la naturaleza de las cosas.

Si definimos la cualidad humana como la que se deriva del acceso explícito a la doble dimensión de la realidad, que es nuestra característica específica, necesitamos de esa cualidad humana con más urgencia que nunca, porque de esa nuestra cualidad dependerá nuestra flexibilidad, cómo gestionaremos las ciencias y las técnicas y sus desarrollos, cómo gestionaremos nuestras vidas y la vida en el planeta.

Necesitamos además, procedimientos capaces de adentrarnos profundamente en el cultivo de la dimensión absoluta de la realidad, la que nuestros antepasados llamaron espiritualidad. Nosotros no podemos darle ese nombre, sin provocar cierto equívoco, porque nuestra antropología ya no es de cuerpo / espíritu.

Preferimos llamarle con un nombre más adecuado a nuestra antropología, como ?cualidad humana profunda??.

Para cultivar esa dimensión, que ya no podremos hacer mediante religiones en el sentido que hemos precisado, ni a través de creencias, no necesitaremos partir de cero; sería una enorme necedad y un gran despilfarro de una rica herencia.

No podemos cultivar esa dimensión como nuestros antepasados, pero sí podemos heredar todo su legado de sabiduría, de cualidad humana profunda, de espiritualidad.

Las tradiciones religiosas son un inmenso depósito de expresiones de la experiencia de la dimensión absoluta; son como grandes poemas; son un depósito riquísimo de procedimientos de cultivo de esa dimensión mediante el interés sin condiciones, el distanciamiento y el desapego y el silenciamiento interior (IDS); son un gran depósito de advertencias, orientaciones, correcciones de posibles errores en el camino.

Y todas esas expresiones, procedimientos, advertencias y correcciones están verificados y corregidos una y otra vez, durante milenios.

¿Cómo podremos heredar ese inmenso legado de todas las tradiciones religiosas y espirituales de la humanidad sin creer, sin pensar, sentir, organizarnos, actuar y vivir como ellos?

La herencia del legado de sabiduría de nuestros antepasados.
Nuestra tarea es aprender de nuestra propia tradición religiosa y de todas las tradiciones religiosas y espirituales de la humanidad a heredar su legado sin tener, por ello, una religión y ser hombres religiosos.

Aprender de las creencias de nuestra propia tradición y de las creencias de todas las tradiciones religiosas de la humanidad a heredar su legado sin tener que adoptar, por ello, creencias o hacernos creyentes.

¿Qué hemos de aprender de religiones y creencias, sin ser religiosos ni creyentes?

Hemos de aprender a cultivar la espiritualidad, o con una terminología más adecuada a nuestra real antropología, hemos de aprender a cultivar la cualidad humana profunda, que es navegar mar adentro en la noticia de la dimensión absoluta de la realidad, la única que realmente es, porque la dimensión relativa es construcción nuestra como vivientes necesitados.

Sin embargo, dicen los sabios que la dimensión absoluta de lo real no es ?otra?? de la dimensión relativa, como la dimensión relativa no es ?otra?? de la dimensión absoluta.

Tendremos que aprender a leer las sagradas escrituras de nuestra tradición y de las otras tradiciones no como descripciones de la realidad, de la realidad de esta orilla y de la realidad de la otra orilla, sino como poemas, como narraciones, mitos, símbolos y rituales que apuntan y orientan, sugieren con sus expresiones, lo que no puede ser nombrado, porque no es a la medida de nuestros sentidos, de nuestra mente, ni de nuestra sensibilidad, ni de nuestro pobre lenguaje, que es el instrumento de unos vivientes necesitados para vivir.

La intrínseca relación entre las creencias el poder y la violencia.

Las creencias están intrínsecamente ligadas a la imposición, al poder y a la violencia.

Las sociedades preindustriales eran jerarquizadas y por ello homogéneas. El sistema patriarcal y jerárquico se extendía a todos los niveles de la sociedad, desde el estado hasta la familia.

Todo sistema jerárquico exige crear una sociedad homogénea, porque tiene que estar sometida a una única autoridad, un único sistema de normas y leyes, a un único tipo de estructuras y a un mismo y único sistema de legitimación.

La religión, contemporánea de este tipo de sociedad, no pudo escaparse de esa lógica del sistema autoritario, sin ponerlo seriamente en riesgo. La religión tuvo que legitimar la totalidad del sistema y prestarle sacralidad e intocabilidad.

En las sociedades preindustriales agrario-autoritarias, la religión o tenía que fundirse con el poder político, como ocurrió en Egipto, Mesopotamia e incluso en el Califato musulmán, o tuvo que aliarse estrechamente con el poder, como ocurrió con el Imperio Romano, en el Bizantino, y con todos los reinos cristianos posteriores.

En estas condiciones culturales, la religiosidad y la espiritualidad tuvieron que someterse a la lógica del poder: jerarquía, sumisión y homogeneidad.

La cohesión colectiva en las sociedades agrario-autoritarias tenía que conseguirse por imposición.

Las sociedades de cazadores, las horticultoras primitivas o incluso las ganaderas poco desarrolladas se organizaban en familias, clanes, tribus. Se trataba de sociedades de tamaño reducido en las que las relaciones familiares amplias jugaban un gran papel. Este tipo de cohesión de grupo no requería imposición, coerción.

Las sociedades agrario-autoritarias, por el contrario, eran sociedades amplias y complejas, por consiguiente, la cohesión no podía conseguirse por vía de lazos familiares, de clan o tribu; la cohesión sólo resultaba posible si se empleaba un sistema impositivo.

Pero un sistema impositivo es un sistema de coerción y este sólo es posible, a medio y largo plazo, si se dispone de un sistema de legitimación que le de soporte.

Las sociedades autoritarias que han de conseguir la cohesión por la coerción, precisan imponer creencias obligatorias que la legitime. Esas creencias han de imponerse y han de ser obligatorias para el todo social.

En esa imposición de creencias, y en la eliminación de posibles cambios y alternativas, se sustenta el sistema de coerción por la fuerza que asegura la cohesión social y la sobrevivencia colectiva.

La religión, en estas condiciones culturales, tiene que fundamentarse en creencias fijas e intocables que se proclaman como reveladas y queridas por Dios.
No puede fundamentarse en el camino interior de los individuos libres y voluntarios, como enseñan todos los grandes maestros espirituales de la humanidad.

Cuando la religión se fundamente en creencias fijas e intocables que se imponen al pueblo, tiene que hacerlo aliándose con el poder. Aliarse con el poder es la única manera de imponer coercitivamente un sistema de creencias.

El sistema de creencias de las religiones propias de las sociedades agrario-autoritarias es una ortodoxia homogénea, universal, que excluye, violentamente si es necesario, toda posible alternativa.

Las creencias exclusivas y excluyentes son impositivas por su misma pretensión. Si son impositivas, tienen que ser coercitivas. Si tienen que ser coercitivas no les queda otro remedio que aliarse con el poder para poder someter, si es preciso por la fuerza. Así se ha hecho a lo largo de la historia.

Resulta, pues, que la religión, como sistema de creencias, se liga inevitablemente a la violencia, moral y física.

El poder, por su parte, necesita de la legitimación de las creencias religiosas para poder ejercer la cohesión social mediante la coerción y la violencia necesaria.

A causa de esta asociación, la religión, que se concreta en creencias exclusivas y excluyentes, se ha estructurado y se ha puesto al servicio del poder, y necesita del poder y de su capacidad de coerción, imposición y violencia.

El estado necesita la legitimación de la religión para ejercer la coerción y la violencia que necesita, para conseguir la cohesión y la supervivencia; y la religión tiene que adaptarse a esa exigencia, -no tiene otro remedio-. La religión para imponer su sistema de creencias obligatorias y excluyentes, necesita del poder y de su capacidad de violencia.

-Es un círculo vicioso: el poder necesita de la religión y la religión necesita del poder. Ni uno ni otro pueden funcionar disociados.

Sólo cuando caen las sociedades autoritarias y patriarcales, cuando desaparecen en los países desarrollados las sociedades preindustriales agrario-autoritarias, se rompe ese círculo vicioso.

La ruina de este tipo de sociedad y de su aliada, la religión, la provocan las sociedades industriales, la globalización y la democracia.

La industrialización entra en las sociedades por necesidad de sobrevivencia. La democracia ha ido entrando, poco a poco, con penas, trabajos, guerras y luchas de todo tipo, en todos los niveles de la sociedad, desde el estado hasta la familia, porque la exigía la industrialización. La globalización también está entrando por necesidades de sobrevivencia.

Pero la religión, además de estas funciones sociales y políticas que se vio forzada a ejercer, era también la transmisora de las grandes tradiciones espirituales y de la profunda calidad humana que procedían de los grandes maestros religiosos y espirituales de la humanidad. Ese profundo elemento espiritual era la raíz de la fuerza de las religiones, la fuente de su poder sobre las conciencias. Y era ese poder el que le interesaba al poder político.

La fuerza de las religiones era espiritual y no se basaba en las creencias que debía imponer con ayuda del poder y para legitimarlo, sino que se basaba en algo mucho más sutil.

Podemos darle diversos nombres, aunque ninguno le describa: espiritualidad, experiencia interior, vida interior, experiencia de gratuidad, profunda calidad humana, vaciamiento interior, experiencia del Absoluto, experiencia de Dios, etc.

Esa era la única raíz del poder de las religiones, poder que era utilizado por la religión como sistema de creencias impositivas y por el poder político para sus fines y para la supervivencia colectiva.

En las religiones la transmisión del mensaje de los grandes maestros del espíritu se hace a través de creencias que se dicen reveladas e intocables y, por tanto, impositivas. Esta complementación mutua del poder y de la religión en las sociedades preindustriales tiene un precio: las creencias intocables, exclusivas y excluyentes llevan en su seno la violencia y la necesidad imperativa de un pacto con el poder.

Eso ha tenido graves consecuencias para la espiritualidad y para, diría yo, la fidelidad al mensaje de los maestros.

En las sociedades plenamente industrializadas y en las que han entrado las sociedades de conocimiento e innovación continua y cambio, el vaso que contenía el vino sagrado de la cultura de nuestros antepasados, se ha desintegrado o se está desintegrando.

Ya no quedan más que residuos de los antiguos modos de vida y de religiosidad; residuos no significativos para vida colectiva de las nuevas sociedades.

A modo de conclusión.
El lazo íntimo entre las creencias el poder y la violencia es un motivo más para aprender a heredar el legado de las creencias, pero sin ser creyentes. Las creencias, con sus pretensiones exclusivas y excluyentes, por su misma naturaleza ni pueden ser asimiladas fácilmente por los hombres y mujeres de las nuevas sociedades, ni, diría yo, es conveniente que lo hagan.

Generarían, como lo hicieron y lo están haciendo, intentos de imposición. Para conseguirlo luchan por el apoyo del poder o buscan hacerse con él.
Esos intentos de imposición están íntimamente ligados a la violencia moral y, si es preciso y posible, física.

El nuevo mundo de las sociedades globales ha de excluir esos riesgos y esos peligros si queremos que nuestra sociedad sea una globalidad pacífica que incluya a todos, sin que nadie pretenda ser superior a los demás, menospreciarlos o incluso eliminarlos, si fuera posible.

Sólo el cultivo de una cualidad humana profunda, heredera de la sabiduría de todas las tradiciones religiosas y espirituales de la humanidad, pero libre de religiones, creencias, imposiciones y violencias, puede ser el fundamento útil al desarrollo de las nuevas sociedades de conocimiento en la globalidad, en las que todas las culturas y tradiciones espirituales de la humanidad confluyen en una sociedad de conocimiento y cambio continuo.

Actitud de las organizaciones religiosas frente a esta transformación cultural.
Las instituciones religiosas actualmente practican la política del avestruz, meter la cabeza en la arena para ignorar las dificultades.

Cualquier empresa que fuera a la baja tan constantemente, durante tanto tiempo y cada vez con más celeridad, haría un estudio profundo para ver lo que está pasando e intentarlo corregir.

Las instituciones religiosas no lo hacen. Y cuando lo hacen, parten de los mismos presupuestos, creencias y actitudes que les han llevado a la crisis.

Estos comportamientos son los propios de los organismos anquilosados que han perdido por completo la flexibilidad necesaria para adaptarse a las transformaciones de las condiciones de vida y de la cultura de las nuevas sociedades fundamentadas en la creación continua de nuevos conocimientos y tecnologías y, a través de ellos, en la continua creación de nuevos productos y servicios.

Esa actitud no augura nada bueno, es signo de esclerosis, de grave envejecimiento y de muerte.

Las instituciones religiosas se niegan a reconocer que estamos sufriendo quizás la mayor transformación de las condiciones de vida colectiva de la historia de nuestra especie. Estamos frente a la crisis axiológica más grave de nuestra historia.

-Estamos pasando de sociedades que vivían de hacer siempre fundamentalmente lo mismo, de no cambiar, de excluir los cambios de importancia y todas las posibles alternativas, sociedades que eran estáticas, a sociedades que viven del cambio continuo en todos los niveles de la vida: cambios continuos en la interpretación de la realidad en todos sus niveles, de las tecnologías, de los modos de trabajar, de las formas de colaboración y organización, de los sistemas de cohesión colectiva y de los valores y fines.

Hemos pasado de sociedades preindustriales a sociedades plenamente industrializadas, de conocimiento y cambio continuo.

Hemos pasado de sociedades que se educaban y programaban para no cambiar, a sociedades que tienen que programarse y educarse para cambiar continuamente y estar siempre dispuestos al cambio en el ámbito que sea y cuando sea necesario.

De sociedades que vivían repitiendo los esquemas básicos del pasado, a sociedades que no pueden repetir el pasado sino que tienen que proyectar el futuro al ritmo acelerado de la marcha de nuestras tecnociencias.

De sociedades que decidían el presente mirando al pasado, a sociedades que han de decidir el presente diseñando el futuro.

De sociedades que se articulaban en torno a creencias intocables que implicaban la sumisión de la mente, del sentir y la organización bajo un sistema de coerción a sociedades que se articulan en torno a la creatividad, la libertad, la voluntariedad y la creación de los propios postulados axiológicos y proyectos colectivos a todo nivel.

De sociedades provinciales, que creían poseer la verdadera norma de humanidad, la verdadera religión, la verdadera moralidad, el verdadero sistema de vida y de organización, a sociedades globales donde conviven todas las culturas, todas las religiones y sistemas de espiritualidad, los diversos sistemas de comportamiento, de moralidad y de vida.

-Ya nadie puede pretender poseer la verdad con exclusión de toda otra verdad. Quien piense así es un gran peligro para las sociedades globales.

No reconocer todos estos tránsitos y transformaciones y pretender continuar pensando, sintiendo, actuando, organizándose y viviendo como si no ocurriera nada, es una actitud suicida.

Las instituciones religiosas se empeñan en fijar a las personas y a los colectivos con las normas del pasado. Eso supone querer clavetear a los colectivos en las estructuras y modos de vida del pasado, que ya no existen porque se las llevaron las aguas torrenciales de las nuevas sociedades. Nadie puede frenar esas aguas.

Eso supone predicar unas normas de vida propias de otros tiempos, a unos hombres que, como se les piensa, ya no existen. ¿Cabe un sin sentido mayor?

Las generaciones más jóvenes (cuarenta largos hacia abajo), no tienen otro remedio, si quieren adaptarse y vivir en las nuevas sociedades que huir de creencias, religiones, sumisiones de modos de vida propios de sociedades que se han tenido que abandonar.

Los más jóvenes tienen un claro sentido de lo que es vida y de lo que es carente de vida y optan, sin pensarlo siquiera, por lo que no es carne muerta.

Las organizaciones religiosas y sus jerarquías se empeñan, a contra corriente e inútilmente, en mantener la religión, la espiritualidad y la calidad humana, en los patrones que fueron adecuados durante milenios para sociedades preindustriales. Patrones que creen intocables, a los que deberían someterse las personas y los colectivos.
Esas creencias las procuran imponer contando con el poder político y su capacidad de coerción. No renuncian a someter al poder para contar con él para imponer creencias, normas de moralidad y de organización familiar y colectiva acreditadas en el pasado en unas condiciones de vida que ya no existen y que son totalmente inadecuadas a las nuevas sociedades industriales de conocimiento.

Todo esto son signos claros de que las organizaciones religiosas no saben y no quieren saber en qué mundo viven. Se empeñan en frenar una corriente poderosa y global, que fluye cada vez con más caudal y con más fuerza.

Es una misión tan inútil como ignorar e intentar frenar un poderoso tsunami global que ya hace décadas que está en marcha.

Ese poderoso tsunami lo forma
-la completa desaparición de las sociedades preindustriales, en las que nacieron y se desarrollaron las grandes religiones,
-la completa industrialización de las sociedades que barren las anteriores modalidades de vida preindustriales, con todo lo que suponían,
-la aparición y asentamiento de las sociedades que viven y prosperan creando continuamente conocimientos, tecnologías y, a través de ellas, nuevos productos y servicios,
-y la globalización que comportan las sociedades de conocimiento.

Todas las formas religiosas y espirituales y también la concepción de lo que es la cualidad humana están embebidos, concebidos y vividos desde las formas de pensar, sentir, actuar, organizarse y vivir propios de las sociedades preindustriales que han tenido que ser abandonados al entrar en las nuevas sociedades industriales globalizadas.

Por otra parte, nunca, en la historia de nuestra especie, nos es más necesaria la cualidad humana y la gran cualidad humana que cultivaron en el pasado las religiones y las espiritualidades.

Nuestras poderosas ciencias y tecnologías, que se extienden a todos los niveles de la realidad, crecen a un ritmo cada vez más acelerado, Ya son capaces de intervenir en el proceso que controlan la vida de las especies vegetales y animales, e incluso con capaces de intervenir en los procesos más radicales de la vida humana. Ya nada en el planeta tierra puede funcionar autónomo sin la intrusión de nuestras tecnociencias. Nos hemos convertido en los gestores de la globalidad de la vida, del medio ambiente y del planeta entero.

Las instituciones religiosas, principales responsables en el pasado, durante miles de años, de cultivar la cualidad humana que tanto necesitamos, están en una crisis mortal de la que no parece haber ninguna posibilidad de que se recuperen. Las mismas ideologías, que nos han regido durante casi 200 años, tampoco gozan de buena salud.

¿De dónde sacaremos los medios para cultivar esa cualidad humana honda, que nuestros antepasados llamaron espiritualidad, y que precisamos si no queremos que nuestras tecnociencias funcionen como un aprendiz de brujo, que nos llevaría a una ruina definitiva?

Durante milenios nuestros antepasados cultivaron la sabiduría a través de las religiones y de la espiritualidad. En nuestra situación de sociedades globales enormemente complejas y sofisticadas, no podemos partir de cero en el cultivo de la cualidad humana, sería una gran necedad y un despilfarro imperdonable.

Hemos de arreglárnosla y buscar los medios para heredar esa sabiduría milenaria y verificada largamente de nuestros antepasados y adaptarla a las nuevas condiciones culturales.

Hemos de poder heredar y aprender del pasado, pero sin poder arrastrar sus sistemas de creencias, sus formas de sentir, actuar, vivir y organizarse.

Hemos de poder heredar su sabiduría, pero sin sus formas de vida.

¿Cómo se hace eso? Nunca antes lo habíamos hecho.
Nos vemos forzados a aprender a leer las Escrituras y los grandes textos de los maestros espirituales del pasado, no como cosas a creer a las que someterse, tampoco como programas de vida individual y colectiva, sino como sistemas expresivos, simbólicos que apuntan y expresan esa gran cualidad, que orientan hacia ella, que avisan de errores y desviaciones en el camino para adquirirla.

En sociedades globalizadas no es conveniente que nos ocupemos sólo de recoger el legado religioso y espiritual de nuestra propia cultura, debemos aprende a heredar todo el legado de la humanidad. Sería peligroso para una sociedad globalizada que nos limitáramos a nuestro propio legado, ignorando el de los demás.

Todo el legado religioso y espiritualidad de la humanidad, en una sociedad globalizada, es de toda la humanidad. Sería necedad y despilfarro de riquezas ignorar esas otras riquísimas tradiciones.

La cualidad humana a la que apuntan todas las tradiciones religiosas y espirituales de la humanidad no está ligada a formas, aunque siempre se diga en formas; es libre, fresca, siempre nueva, y apuntan a una dimensión de nuestra vida y del existir que es gratuita, graciosa, absoluta, independiente de los patrones que crean nuestras condiciones de vivientes necesitados.

A esa dimensión de la que hablan las Escrituras y los maestros de todas las tradiciones de la humanidad se le ha apuntado con muchos nombres: Dios, Padre, Absoluto, Vacío, Ser-Conciencia-Beatitud, Ser, Tao, Alá, Gran Espíritu, Gran Antepasado, etc.
Y a su noticia se le ha llamado experiencia religiosa, experiencia mística, experiencia de la unidad, Nirvana, Satori, etc.

Debemos aprender a entender a dónde apuntan todas esas expresiones, sabiendo que señalan al Innombrable, al Indecible, al que está más allá de todas las categorías que pueda formar nuestra lengua de pobres vivientes, al que está vacío de toda categoría que podamos aplicarle, al que no cabe en ninguno de nuestros pobres moldes lingüísticos.

Hemos de aprender a heredar el gran legado de nuestros antepasados, -en una sociedad globalizada en la que todas las tradiciones ya son nuestras, sin que, al hacerlo, tengamos que ser hombres sometidos, creyentes, religiosos.

Y tenemos que hacer ese aprendizaje con urgencia, si no queremos perecer frente al poder de nuestras tecnociencias en crecimiento cada vez más acelerado, que, de hecho, están creciendo e invadiéndolo todo, sin control ninguno, si no es el control de los rendimientos del capital internacional.

La tarea frente a la que nos encontramos es difícil, nueva, nunca se había hecho antes, pero es imprescindible.

Las sociedades se alejan de la religión en masa y aceleradamente. -Lo hacen en silencio y sin problema. Para las nuevas generaciones la religión no es ni problema. Sin embargo, crece al mismo ritmo el interés por la espiritualidad, por la cualidad humana profunda. Crece el interés por el silencio, por la paz del espíritu, por la cualidad humana.

Cada vez más abundan los buscadores, aunque buscan sin criterios sólidos, sin orientación, confundiendo lo que es de calidad con lo que es pura charlatanería.

Por esa razón es urgente que se formen y crezcan hombres de gran calidad humana, capaces de heredar el legado religioso y espiritual de pasado, -pero adaptados a las nuevas condiciones culturales.

Es preciso renunciar a los intentos de volver al pasado. Hay que aceptar y amar a las nuevas sociedades y a los hombres y mujeres de las nuevas sociedades. Eso no supone conformismo, ni falta de lucidez y de crítica, pero sólo desde la aceptación, la comprensión y el amor es posible corregir y orientar la marcha de las nuevas sociedades industriales de conocimiento.

Estamos en una situación de crisis claramente mortal de las religiones a pesar del auge de los integrismos ?que no son más que una nueva demostración de la crisis de las religiones, pero estamos también en una época de verdadera ebullición espiritual.

Hay que trabajar duro, con imaginación, con libertad y con mucho coraje.