OBJECCI?N DE CONCIENCIA, PERO DENTRO DE LA IGLESIA. Fausto Antonio Ramírez

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Religión Digital

Cada día son más notables las diferencias existentes, en el ámbito de la moral, entre la postura oficial del Papa y la conducta o convicciones de muchos laicos y sacerdotes.
El problema que está de fondo es del papel que debe ocupar el magisterio de la Iglesia dentro del discernimiento moral al que todo hombre tiene la obligación y el derecho a entregarse para saber qué es lo correcto.

El sentido teológico y eclesial nos dice que para que el magisterio no pierda su misión principal como intérprete autentificado de la Palabra de Dios, debe saber discernir los signos a través de los cuales el Espíritu se manifiesta en la totalidad de los fieles, porque es allí donde se puede captar el Sensus Fidei.

El magisterio debe estar siempre muy atento a cómo es recibida una doctrina por el resto de la Iglesia, puesto que si las indicaciones del magisterio no son recibidas por el Pueblo de Dios, es que denotan algún problema de formulación o de contenido evangélico.

Tradición, Escritura y magisterio son tres realidades unidas entre sí y que dentro de la Iglesia católica no pueden comprenderse de forma independiente. De igual modo, el magisterio no puede pretender ser una palabra viva y eficaz para toda la Iglesia si el diálogo entre la jerarquía y el Pueblo de Dios no se establece con fluidez.

Dicho de otra manera, cuando el magisterio percibe que alguna de sus intervenciones no es recibida por una gran mayoría de cristianos, debería preguntarse por las razones de tal distanciamiento antes que imponer, bajo amenazas de todo tipo, la obligación de obedecer a sus dictados.

Sería bueno, para no caer en falsas culpabilidades por parte de los fieles, que toda la Iglesia tuviese siempre claro cuáles son las competencias precisas del magisterio de la Iglesia. Con esto nos evitaríamos los excesos por parte de la jerarquía y, por supuesto, los cargos de conciencia infundados por parte de los fieles, incluso también los recelos sistemáticos de algunos sectores de la Iglesia a toda palabra que provenga de Roma.

Para algunas intervenciones del magisterio, éste no puede limitarse a la interpretación de la Tradición y de la Escritura, sin desdeñar la escucha atenta al Sensus Fidei de todo el Pueblo de Dios.

En muchos casos, los descubrimientos de otras ciencias humanas le permitirán a la Iglesia llegar a una mejor comprensión de la realidad, y es que su competencia en algunos temas no siempre es mejor o superior a lo que otras instancias civiles pueden ofrecer a la sociedad.

El correcto ejercicio del magisterio eclesial pasa, necesariamente, por abrir un diálogo cada vez mayor con el resto de la comunidad científica, en el campo que sea. Y aquí entran no sólo los teólogos e investigadores cristianos, sino aquellos que por su saber tienen mucho más que aportar a lo que la Iglesia por sí misma no es capaz de llegar.

Un principio que la Iglesia reconoce y respeta es que por encima de cualquier realidad, incluso la de su magisterio, siempre está la conciencia personal, y esa es la que el individuo debe seguir antes que nada.

El derecho a la objeción de conciencia civil, que tan a menudo reclama la Iglesia para sí, es en realidad un derecho de todo hombre, también de cada miembro de la Iglesia.

Todo cristiano puede ejercer su derecho a objetar libremente y en conciencia ante cualquier dictado del magisterio, o decisión del Papa, o imposición episcopal si en conciencia considera que es errónea, porque se trata de algo que compete en exclusiva a Dios y a cada individuo en particular y en eso la Iglesia no puede ni debe jamás intervenir.