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Obispos españoles: tan lejos de Cristo, tan cerca de Génova -- Javier Valenzuela

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El Plural

En las antípodas del mensaje de Cristo, la jerarquía episcopal se ha pasado toda la legislatura metiéndose en política
Jesús de Nazaret dijo a sus discípulos: «Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios». Sentó así el principio de la separación entre la política y la religión.
En las antípodas del mensaje de Cristo, el núcleo duro de la jerarquía episcopal española se ha pasado toda esta legislatura metiéndose en política, y haciéndolo de un modo obscenamente partidista. Los monseñores han pontificado sobre el divorcio, el aborto, el matrimonio homosexual, la asignatura Educación para la Ciudadanía, la unidad de España, la lucha contra ETA… Y siempre, qué casualidad, en completa sintonía con las tesis de un determinado partido político.

En cambio
Qué poco han hablado, en cambio, los monseñores de la compasión con los inmigrantes que llegan a nuestras costas en pateras y cayucos. Qué poco se les ha oído pedir alto y claro a los católicos españoles la máxima solidaridad con los extranjeros que aquí trabajan. Los pobres les importan un comino a los Rouco, Cañizares y compañía.

Nuevo fenómeno
El pasado jueves (31 de enero de 2008), Josep Ramoneda publicó un excelente artículo en la Cuarta Página de Opinión del diario El País. Decía Ramoneda que en todo Occidente se manifiesta el fenómeno que, ya desde el titular, él define como «la nueva alianza de la derecha y el altar». Cierto es, y cabría añadir que España (probablemente por su influencia en América Latina) es el principal frente de batalla para los obispos integristas y los políticos reaccionarios.

Votar a Franco
En la noche de ese mismo día, en el programa «El Intermedio» de La Sexta se informó del llamamiento del portavoz de la Conferencia Episcopal a votar en las elecciones del 9 de marzo a aquellos que se opongan al matrimonio homosexual y a la negociación con ETA. Al escucharlo, el Gran Wyoming dijo: «¡Anda, están pidiendo el voto para Franco!» El comentario tiene mucha miga: los obispos (o su sector dominante) están, en efecto, pidiendo el voto para opciones neofranquistas, para la versión 2008 del tradicional nacionalcatolicismo carpetovetónico.

Bajo palio
La imagen que siguió a continuación, una en blanco y negro de Franco bajo palio y acompañado por toda una tropa de ensotanados, nos recordó muchas cosas a los que vivimos la dictadura. Sí, Franco fue «Caudillo de España por la gracia de Dios» y su golpe de Estado del 18 de julio, «una Cruzada», según machacaron durante décadas los obispos. En mi infancia, el crucifijo, el rosario, la misa, el Mes de las Flores, los ejercicios espirituales y todo eso eran completamente obligatorios en las escuelas españolas. Aunque los jóvenes de hoy no den crédito, así era.

Su democracia
Eso sí, en aquellos tiempos la «democracia» no estaba en peligro para los obispos españoles. No, la democracia era «orgánica», la del dedo del Caudillo. Tan sólo en la etapa final del régimen, y al calor del «aggiornamento» impulsado por los papas Juan XXIII y Pablo VI, y materializado en el Concilio Vaticano II, una parte significativa de la Iglesia española se distanció de la dictadura y optó por los trabajadores y los combatientes por la libertad.

Libertades y derechos
Ahora, la jerarquía eclesiástica y sus aliados en la derecha nacional-católica contestan a cada crítica que reciben afirmando que se está atacando a la Iglesia, a la religión, a los cristianos, a la libertad de expresión y la democracia, al mismísimo Dios. Es una nueva prueba de su inconmensurable fariseísmo. Los obispos pueden organizar en plena Navidad, período de paz para cristianos y no cristianos, una concentración política en pleno centro de Madrid para despotricar de las leyes aprobadas por el Parlamento libremente elegido por los españoles y afirmar, ni más ni menos, que la «democracia está en peligro». Afirman que con ello están simplemente ejerciendo su derecho a la libertad de expresión. Perfecto, siempre y cuando los demás también tengamos derecho a esa libertad, que incluye criticar tal concentración.

No paran de hablar
Vamos a ver: los obispos no paran de hablar en este país. Ninguna otra organización tiene aquí tantos altavoces para difundir lo que piensa. Siete días a la semana, veinticuatro horas al día.

Una amplia red
La cosa empieza por la existencia de una iglesia en cada pueblo y barrio de España donde sermonear a gusto; continúa con una impresionante red de escuelas e institutos para adoctrinar a la chavalería, una potente cadena radiofónica donde se injuria y calumnia a placer, una nutrida presencia de voceros, aliados y espacios propios en la gran mayoría de medios de comunicación públicos y privados… y termina con manifestaciones de masas como la celebrada en Madrid la pasada Navidad y declaraciones públicas ampliamente repercutidas como la efectuada ayer por el portavoz episcopal.

¿De qué se quejan?
Nadie, absolutamente nadie, les ha cerrado las iglesias, las escuelas o su cadena radiofónica, o les ha impedido manifestarse cuando han querido. (Por lo demás, recordémoslo, nada ni nadie obliga a los católicos españoles a casarse por lo civil, a divorciarse, a abortar o a ser homosexuales. ¿Vale?) ¿De qué diablos hablan entonces cuando se quejan de no disponer del derecho a la libertad de expresión?

Más bien los otros
Parece que es más bien al contrario, que quienes no tienen ese derecho son los que discrepan de los monseñores. Por que cuando alguien –particular, medio de comunicación o partido político- discrepa de los obispos, éstos se rasgan las vestiduras y se declaran terriblemente agredidos. Y sus aliados de un determinado partido político repican las campanas de alarma urbi et orbe.

Amén
O sea, que los obispos nacionalcatólicos pueden ejercer la libertad de expresión, pero los demás no. O sea, que nadie puede criticarles, que lo que hay que hacer tras todas y cada una de sus declaraciones –religiosas, morales o directamente políticas- es decir: «Palabra de Dios, te alabamos Señor».

Si esto no es integrismo, que venga Dios, el buen Dios de Jesús de Nazaret, y lo vea.

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