Comunidades Cristianas de base de Murcia
El Concilio Vaticano II (1962-1965) constituyó un acontecimiento eclesial de enorme calado, no solamente para la Iglesia católica, en cuyo ámbito se llevó a cabo, si bien contó con observadores de otros sectores cristianos (ortodoxos y protestantes), sino para otras iglesias y para la sociedad en general. Algunos lo han calificado como el suceso eclesial más importante del siglo XX.
Es cierto que no satisfizo las enormes expectativas que despertó entre sectores fuera del ámbito de la Iglesia de Roma, especialmente entre las diferentes iglesias de la Reforma, para quienes resultaban absolutamente inaceptables tanto la definición de ?hermanos separados?? aplicada a los cristianos fuera de la disciplina del Vaticano (aun suponiendo como supuso un gran cambio comparado con la catalogación de herejes, al uso hasta entonces), como la negativa del Vaticano a reconocer la categoría de Iglesia a las vinculadas a la Reforma del siglo XVI, asignándoles, por el contrario, el calificativo eufemístico de comunidades eclesiales.
El Vaticano II supuso para los católicos la apertura de puertas y ventanas a la modernidad, permitiendo la entrada de nuevos aires de renovación litúrgica y la posibilidad de someter a estudio, bajo la lectura de la Biblia, determinados dogmas que habían quedado totalmente desfasados de la fe contemporánea; reconoció, por otra parte, la existencia de los laicos en la Iglesia, a quienes confirió un nuevo estatuto de participación eclesial, y despertó razonables esperanzas de una cierta descentralización con la creación de las Conferencias Episcopales, que revitalizaron las iglesias católicas nacionales y continentales, como fue el caso tan señero de América latina, donde se produjo una revolución teológica jamás conocida con anterioridad..
En buena medida, el Concilio enterró la cerrazón de Pío IX expresada mediante el Syllabus (1864), con el que levantó barreras de incomunicación entre el mundo moderno y la fe cristiana. Uno de los cambios que más agradeció la Catolicidad al Vaticano II fue el hecho de que los actos litúrgicos pudieran celebrarse en las respectivas lenguas vernáculas y el establecimiento de una vía de comunicación entre el oficiante y el pueblo, al permitir que el sacerdote lleve a cabo la celebración de la misa de cara al pueblo.
Un signo de aproximación al diálogo, una nueva forma de tomar en consideración al pueblo que revitalizó la Iglesia de Roma.
Pero hete aquí que el Papa actual ha decidido poner freno a esa práctica colocando a la Iglesia católica de espaldas a la realidad social