Obama y la guerra justa -- José María Castillo, teólogo

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Todo el mundo comenta hoy el discurso del presidente Obama al recibir, ayer mismo, el Nobel de la Paz. Resulta paradójico que el presidente del país más violento del mundo, desde hace más de medio siglo, sea premiado con el galardón más importante que se concede a los defensores de la paz. El mismo Obama lo reconoció, de alguna manera. Y justificó su comportamiento, al mantener dos guerras en este momento, echando mano de la teoría de la «guerra justa».

Esta teoría, como es sabido, se remonta a los autores cristianos de los primeros siglos (d.C.). En el s. XIII, fue elaborada por Tomás de Aquino; y en el XVI por Fracisco de Vitoria, pero sobre todo por el filósofo holandés Hugo Grotius, en 1625. Recientemente, se han destacado en este asunto los estudios de Hans Kelsen, John Rawls y Michael Walzer. No debemos ignorar que la teoría del bellum justum es, sobre todo, una «doctrina ética», antes que una «doctrina jurídica».

Si bien es cierto que la Declaración de los derechos humanos ha orientado todo este problema más al campo del derecho que el de la ética, si bien lo ético sigue siendo determinante en el enjuiciamiento de este enorme problema. En resumen, se puede decir lo siguiente. 1) Los especialistas en el tema establecen dos principios para que una guerra se pueda considerar «justa»: a) El «principio de discriminación» según el cual hay que diferenciar claramente los «combatientes» de «lo que no intervienen» en los combates.

Pero resulta que este principio valía para las guerras antiguas. En las actuales, si tenemos en cueta los armamentos que se urilizan (bombas, misiles, atentados…), todda la población está iguamente amenazada. Ya no sirve el primer principio. b) El «principio de proporcionalidad» que establece la proporción que debe existir siempre entre los daños que se causan en la gurra (muertes, sufrimientos, daños colaterales…) y los beneficios que se van a conseguir con la guerra. Pero, ¿qué proporción se puede establecer hoy entre los destrozos que causan los nuevos armamentos y las agresiones que pueden provocar una guerra? ¿No hay otros medios (políticos, diplomáticos…) para intentar conseguir lo que se pretende. Por todo esto, como ha dicho G. Pontara, «la doctrina de la guerra justa no sólo es extremadamente problemática, sino también de difícil aplicación práctica».

Pero hay más. Porque, en este momento, hay en juego en este asunto dos hechos que nunca se pueden olvidar: 1º) La fabricación y el negocio de armamentos bélicos es uno de los negocios más rentables para los países que se dedican a producir armas de violencia y muerte, para venderlas a los países que luego organizan guerras espantosas. Y sabemos que Estados Unidos es el primero de esos países, que mantiene ese negocio criminal. 2º) Hoy es un componente determinante de las gueras el «factor religioso». Esto ocurrió en la guerra civil española. Y esto viene siendo más claro aún en las guerras contra el fundamentalismo islámico (Irak, Afganistán…).

Ahora bien, la religión no se combate a cañonazos. Con eso, lo que se consigue es exacerbar más el fanatismo de los combatientes. Hoy es capital caer en la cuenta de que el fanatismo religioso no se combate con misiles, bombas y armas automáticas. Los fanáticos religiosos quieren inmolarse porque así creen que logran el premio del paraíso en la «otra vida». Esto es capital: cuando en una guerra entra el juego el factor religioso, eso nos tiene que llevar, no a fabricar más armamentos y mandar más soldados a la masacre. El factor religioso no tiene más solución que la educación para la paz, la renovación de nuestras ideas sobre la «esperanza en la otra vida», repensar en que Dios creemos, buscar a toda costa el mutuo entendimiento, la ayuda mutua, revisar las injusticias que se cometen con otros países…..

Sólo por este camino será necesario en el futuro buscar nuevos caminos para la paz y el entendimiento entre los pueblos y sobre todo entre las religiones. Sólo la bondad es capaz de desarmar a los fanáticos, a los fundamentalistas, a los intolerantes, a los violentos.Yo sé que esto es utópico. Pero sólo las utopías han demostrado que tienen fuerza para cambiar la historia. Por eso propongo que se acaben los «Nobel de la Paz». Y pongamos en marcha los «Nobel de la Utopía».