“Preferible que haya escándalos, a que la verdad se oculte”
Benedicto XVI en su carta a los obispos de Irlanda les da a estos una seria lección por haberse encubierto los abusos sexuales por parte de sacerdotes. Muchos se extrañan que la carta no haya sido dirigido también a obispos de los EEUU, de Alemania, de Holanda, de Austria, de Italia, de Francia, Brasil y por ende a todos los obispos católicas. El hecho que semejantes abusos solo llegaron a luz en los países mencionados, no quiere decir en absoluto, que en el resto de países no hayan sucedido semejantes crímenes.
En países con mayorías católicas, como se sabe, hay todavía miedo entre la población en denunciar reverendos, no solamente por superstición, sino también por temor a una justicia que daría poca esperanza en que actúe en estos casos con imparcialidad.
No faltan críticas sobre la carta del Papa, en la que se ve las causas de los escándalos en la dejadez y encubrimiento de los crímenes al lado de los obispos y no en la estructura de la misma Iglesia, sostenida por él y sus incondicionales.
Dijo el Papa Gregorio el Grande una vez: “Preferible que haya escándalos, a que la verdad se oculte”. Y Jesús: “Quién se enaltece a sí mismo, será humillado” (Lc 14, 8-11)
Veamos un párrafo de la carta del Papa: <
En la inauguración del año sacerdotal, Benedicto presenta con muchas citas a este santo como modelo del sacerdocio:
– “¡Oh, qué grande es el sacerdote! Si se diese cuenta, moriría… Dios le obedece: pronuncia dos palabras y Nuestro Señor baja del cielo al oír su voz y se encierra en una pequeña hostia…”
– “Si desapareciese el sacramento del Orden, no tendríamos al Señor. ¿Quién lo ha puesto en el sagrario? El sacerdote. ¿Quién ha recibido vuestra alma apenas nacidos? El sacerdote. ¿Quién la nutre para que pueda terminar su peregrinación? El sacerdote. ¿Quién la preparará para comparecer ante Dios, lavándola por última vez en la sangre de Jesucristo? El sacerdote, siempre el sacerdote. Y si esta alma llegase a morir [a causa del pecado], ¿quién la resucitará y le dará el descanso y la paz? También el sacerdote… ¡Después de Dios, el sacerdote lo es todo!… Él mismo sólo lo entenderá en el cielo”
– “Si comprendiéramos bien lo que representa un sacerdote sobre la tierra, moriríamos: no de pavor, sino de amor… Sin el sacerdote, la muerte y la pasión de Nuestro Señor no servirían de nada. El sacerdote continúa la obra de la redención sobre la tierra… ¿De qué nos serviría una casa llena de oro si no hubiera nadie que nos abriera la puerta? El sacerdote tiene la llave de los tesoros del cielo: él es quien abre la puerta; es el administrador del buen Dios; el administrador de sus bienes… Dejad una parroquia veinte años sin sacerdote y adorarán a las bestias… El sacerdote no es sacerdote para sí mismo, sino para vosotros”
– “Todas las buenas obras juntas no son comparables al Sacrificio de la Misa, porque son obras de hombres, mientras la Santa Misa es obra de Dios”
– “La causa de la relajación del sacerdote es que descuida la Misa. Dios mío, ¡qué pena el sacerdote que celebra como si estuviese haciendo algo ordinario!”
Si muchos católicos dejan la Iglesia debido a los escándalos que causaron la pedofilia de clérigos, se lo debe que se insiste con terquedad – incluso desde las más altas esferas – que por Iglesia se entiende al clero, una institución armada de manera piramidal y con una imagen del sacerdocio como lo describe justamente el “santo” cura de Ars, Juan María Vianney: Un sacerdocio, infinitamente por encima de los demás hermanos y hermanas en la fe, mucho más de lo que somos, por ser hijos de Dios.
Hay que dejar sentada sin hesitar: Jesús no ha fundado ningún sacerdocio. mucho menos uno que tenga estas características. Ni él mismo era de la clase sacerdotal, ni a sus apóstoles enviaba bajo este título. Es más: Jesús se ha distanciado claramente de todo lo que tenía que ver con el templo, el sacerdocio y sus sacrificios expiatorios. Su lema era: “Misericordia quiero y no sacrificios.”
El Dios que Jesús nos representa, es un Dios inmediato, sin necesidad de intermediarios particulares. A nosotros todos nos toca servir conforme a los talentos (Jesús), a los carismas (Pablo) que el Espíritu de Dios reparte como a él le place, sin que alguien “le dicte al Espíritu de la libertad los canales y condiciones de cómo y en quienes ha de actuar” (B. Häring) como se pretende en la actualidad en la Iglesia latina con la ley del celibato y la exclusión de la mujer del ministerio eclesial.
La santidad no se impone con leyes, igual a la autoridad. Jesús la tenía sin ordenación por parte de su Iglesia. Y es, para decir poco, cuando un Papa con los obispos se atribuyen la facultad de “dictarle al Espíritu de la libertad los canales y condiciones de cómo y en quienes ha de actuar, como lo define Bernhard Häring, o sea, solamente en varones célibes a los que “Dios le obedece pronuncia dos palabras”, según el “santo” de Ars.
La recuperación de la confianza del pueblo católico en sus pastores después de conocerse los múltiples abusos sexuales en sus filas, no pasa por cánones, leyes y castigos. De esto ha de encargarse el “Cesar”. Lo que en la Iglesia hace falta es una profunda conversión dentro de su estructura que ha de iniciarse desde la punte de la pirámide: el Papa y los obispos. Se trata de recuperar la mística del Evangelio en cuyo centro está el amor como Jesús ha amado.
El pueblo creyente siempre seguirá al buen pastor. Es más: Es el pueblo que lo detecta, lo promueve y lo elige, sin dejar de “examinar todo y de atenerse a lo que considere bueno” (San Pablo)
Así se presentaron los presbíteros en la Iglesias locales en los albores del Cristianismo. Los pastores no eran dueños de la fe de las comunidades cristianas, sino servidores en el espíritu de la Buena Nueva. Nada de catedrales, tronos, capas, mitras y solemnidades. Como dijo Pedro al centurión romano que se arrodillaba ante él: “Levántate, hombre, tampoco y soy más que un ser humano. (Hech. 10,26).
Con esto no se desconocen los horribles abusos sexuales de malos pastores, crímenes como los hay entre laicos también. El pueblo simplemente no siga a estos malos pastores. No se deje impresionar por tronos, mitras y largas capas. El resto es tarea de la autoridad civil, de la política como arte de armonizar la convivencia de la ciudadanía bajo las reglas de la justicia. Los creyentes, lejos de ser ajenos a esta tarea, deberían destacar como ciudadanos ejemplares: Dar a Dios que es de Dios, y al César, lo que es del César.