NAVIDAD. Sr. Samuel Kobia, Secretario General del Consejo Mundial de Iglesias

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Adital

«…si los pastores pueden llegar a ser ángeles…»
«No tengan miedo, porque les traigo una buena noticia, que será motivo de gran alegría para todos» (Lucas 2:10)

San Lucas nos cuenta cómo las huestes celestiales de ángeles anunciaron el nacimiento de Jesús a los pastores que estaban en los campos cerca de Belén; fue a ese grupo de personas que dormía a la intemperie junto a su rebaño a quienes los ángeles de luz, alegría y belleza anunciaron antes que a nadie aquellas sobrecogedoras y grandes noticias: «Hoy les ha nacido un salvador…»

Los pastores dejaron los campos y fueron a visitar al niño nacido entre animales en un establo.
Lucas nos dice que después esos pastores dieron a conocer a otros lo que habían visto, y todos los que los oyeron se asombraron de lo que los pastores decían. Asombrados, sin duda, porque eran pastores quienes traían la buena noticia; pastores, despreciados y excluidos por su propia sociedad, porque cuidaban animales y dormían en la aspereza de los campos.
Pero los pastores fueron transformados; transformados en mensajeros, pues el sentido original del término «ángel» es «mensajero».

Excluidos por la sociedad de aquellos tiempos, los pastores en el Evangelio de Lucas nos hablan a través de los siglos, y su mensaje tiene sentido para un tiempo como el nuestro, cuando hay tantas personas excluidas en nuestra sociedad.

Los pastores no cambian de apariencia pero se transforman en ángeles. Su encuentro con Jesús produjo en ellos un profundo cambio. El mensaje de esperanza, de gozo y de verdad colmó sus corazones. Esos pastores excluidos, impuros, fueron transformados verdaderamente en ángeles. Y comunicaron esa buena noticia a los habitantes de la aldea que escucharon atentamente el mensaje y supieron que las cosas habían cambiado… que la antigua sociedad de Belén y toda la historia humana se habían transformado gracias al encuentro de los pastores.

«Dios, en tu gracia, transforma el mundo» fue el tema en forma de oración de la Asamblea del CMI que tuvo lugar este año en Porto Alegre, Brasil. Procedentes de todo el mundo, representantes de las 348 iglesias miembros del CMI se reunieron y compartieron sus experiencias – en las sesiones plenarias, en las reuniones del mutirão, en los cafés teológicos, por medio de la música, la danza, el encuentro y la oración.

En la Asamblea se escucharon pujantes narraciones de muchos mensajeros diferentes. Algunos hablaron de la esperanza de paz, aunque también de los retos que plantea. Escuchamos una estimulante presentación sobre la trágica situación de violencia en el norte de Uganda. La Asamblea sintió cuán difícil y cuán esencial es proteger a los niños del azote de la guerra. Esencial, porque garantizar la protección de los niños e invertir en su educación y su desarrollo es uno de los medios más importantes y eficaces de instaurar una paz duradera y justicia en la sociedad.

Dejamos Porto Alegre, pero nuestras oraciones por la transformación del mundo por medio de la gracia de Dios continúan, así como los testimonios de las iglesias en situaciones de conflicto. Una delegación ecuménica visitó en agosto el Líbano, Palestina e Israel para hacer llegar a las iglesias y a las personas de la región nuestra solidaridad ante el conflicto armado que estaban viviendo.
El CMI sigue apoyando el compromiso que han asumido desde hace tiempo las iglesias de África en favor de la paz en el Sudán, así como sus esfuerzos por dar a conocer la situación que está viviendo la gente, especialmente en Darfur, a nuestras iglesias miembros y a los medios de comunicación.

Con ocasión de la reciente reunión del Comité Central en Ginebra expresamos una vez más nuestra preocupación por los asesinatos extrajudiciales de dirigentes de iglesia que defienden la causa de la justicia en las Filipinas.
Estos mensajes dan cuenta del doloroso testimonio que la iglesia da del amor y la paz que Cristo puede ofrecer.

La narración del evangelio de Lucas nos alienta a comprender que si los pastores pueden llegar a ser ángeles, entonces hay esperanzas de que cada uno de nosotros pueda llegar a serlo, dando testimonio de cómo la gracia de Dios está transformando el mundo.
La Palabra se hizo carne cuando el hijo de Dios nació en un establo. La encarnación de Cristo es una invitación a cada uno de nosotros y a todos nosotros a recibir este profundo mensaje de gracia, de celebración, de justicia, y a comunicarlo a aquellos que están en nuestro entorno con la esperanza de que el mundo entero sea transformado.

Así pues, cuando nos sentimos excluidos
de sentir alegría a causa de nuestro dolor,
de vivir con sentido a causa de nuestras dudas,
de celebrar a causa de nuestro cansancio,
de comprometernos a causa de nuestra riqueza,
de ser aceptados a causa de nuestra diferencia,
el mensaje «Dios con nosotros», Emmanuel, es también para nosotros, y nos permite también a nosotros transformarnos en ángeles.
«Los pastores se volvieron glorificando y alabando a Dios por todo lo que habían visto y oído, así como se lo habían dicho.»
Les deseo ricas bendiciones y la gracia de Dios en esta Navidad, recordando parte del mensaje de la Asamblea de Porto Alegre, que es también una oración.
Dios de gracia,
juntos nos volvemos a ti en oración, porque eres tú quien nos une:

eres el Dios uno –Padre, Hijo y Espíritu Santo– en quien creemos,
solo tú nos das el poder de hacer el bien,
tú nos envías por toda la tierra en misión y servicio en el nombre de Cristo. […]
Abre nuestros corazones para amar y para que veamos que todas las personas están hechas a tu imagen,
para cuidar de la creación y afirmar la vida en su maravillosa diversidad.
Haznos ofrenda de nosotros mismos, para que podamos ser tus colaboradores en la transformación,
a fin de empeñarnos en la búsqueda de la plena unidad visible de la Iglesia una de Jesucristo,
y que seamos prójimos de todos,
en la expectativa ansiosa de la plena revelación de tu reino,
de la venida de un nuevo cielo y una nueva tierra.
Dios, en tu gracia, transforma el mundo. En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, Amén.