MORBO SIN PIEDAD. Xabi Larrañaga

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Deia

Varios grupos que trabajan por Bilbao La Vieja se han dirigido al programa televisivo Callejeros para mostrarle su enfado. Y es que hace un mes emitió un reportaje acerca de San Francisco en el que sólo olvidó citar las siete plagas faraónicas. Imperó un morbo muy bajuno, pero lo peor no fue eso, moneda común en el periodismo, sino lo otro: una falta absoluta de piedad, compasión, empatía, una ausencia dolorosa de justicia, una visión inquisidora que no se corresponde con la obligación del reportero.
Más que filmar la desgracia ajena se dedicó a dictar sentencia. Se habría extralimitado dejando el micrófono para ayudar a los cocainómanos, pero se salió del redil ético y profesional haciendo lo contrario: abroncándolos por estar como están. La exposición de la marginalidad puede ayudar a sacudir corazones, y a veces conviene que las cámaras sensacionalistas se cuelen donde no lo hace la gente llamadas de orden. Cierto grado de amarillismo es un cepo para que el ignorante abandone su irresponsable ignorancia y colabore en la rehabilitación del prójimo. Lo que no cabe es presentar a una prostituta yonki, embarazada e hija de prostituta, y reñirla en público. Como si ella eligiera su vida en el Hola y su curro en Infojobs. Viendo Callejeros recordé a una puta alcohólica de 1499, vecina de Balmaseda: «Amancebada de clérigo, por sus malos tratos y malos recados dejó perder a sus hijos y hacienda, y es mucho borracha, en tanto grado que tiene la cara y narices y rostro muy embermejido del mucho beber, y es mujer de mala suerte, miserable, rencillosa, maledicente y alcahueta porque le den algo que beba, y es tanto dada al vino que con la pobreza que tiene por taza de vino diría al contrario de la verdad y es ladrona». Ni puta gracia, vamos, ni entonces ni ahora. Porque el malditismo sólo mola en cuerpo ajeno y en Bukowski. Y en la tele, claro.