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Monseñor Figaredo: «La Iglesia española tendría que abrirse más»

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Religión Digital

Todo el mundo le conoce como el obispo de las sillas de ruedas por la impagable labor que viene haciendo desde hace años en Camboya en favor de quienes resultan destrozados por las minas antipersonas.Kike Figaredo dice que con sus proyectos intenta crear «espacios de esperanza» y por eso no para de trabajar para mejorar las condiciones de vida de sus convecinos en Phnom Penh (Camboya) donde hace años que fundó La Casa de la Paloma, un centro de educación y formación a los niños mutilados por las explosiones de las minas antipersonas que aún siguen enterradas por todo el país pese a que hace ya diez años que terminó la guerra. Lo entrevista Angélica González en Diario de Burgos.

Kike Figaredo llegó ayer a Burgos invitado por Caja de Burgos y acompañado por tres jóvenes camboyanos, uno de los cuales sufrió un accidente el año pasado. En lo que va a 2009 van 117 personas accidentadas, «casi una al día y eso que está siendo el mejor año de los últimos 30», precisa.

¿Siguen teniendo mucho trabajo?

Sí, por eso hay que priorizar porque estamos construyendo a la vez que promoviendo becas de educación o trabajando con los enfermos. Tenemos muchos frentes abiertos.

¿Cuentan con apoyo económico por parte de otros países?

Sí, y mucha de ella, de España por mi conexión española.

¿Han notado la crisis?

Totalmente. Hubo unos momentos en los que teníamos muchísimo apoyo -aunque siempre lo tengo- pero ahora hay que racionalizar mucho más y hay cosas que tienen que esperar. Tengo un par de centros que se estaban construyendo y hay que esperar un poquitín a que las cosas vayan mejor.

¿Esta situación se ha cebado más en los países empobrecidos?

Sí y no. En Camboya hubo muchísima inversión de fuera que hizo que subiera el precio de la tierra, que se produjera una explosión impresionante de construcciones y con esta crisis los puestos de trabajo están desapareciendo todos y la gente está volviendo a los pueblos. En este sentido, la estamos sufriendo mucho más fuerte que aquí. Pero, por otro lado, tengo que confesar que nos viene muy bien porque había tal desorden con tanta inversión de fuera que la tierra había subido demasiado, igual que el arroz, y había unos estrangulamientos que después los sufren los pobres, la gente que no tiene acceso al empleo ni a la tierra. Con esta caída de la inversión de fuera el desarrollo va más lento, habrá que esperar, pero las nuevas pobrezas que salen de ese desarrollo desorganizado se han frenado.

¿Le gusta que se le conozca como el obispo de las sillas de ruedas?

Mucho, mucho, me encanta. Primero, porque he estado encargado de su fabricación durante diez años y mis apostolados han estado alrededor de las sillas de ruedas, un instrumento que en Camboya ha dado y sigue dando vida a muchísima gente: ancianos que estaban prácticamente encerrados en sus chozas, jóvenes que no podían buscar trabajo ni formar una familia, niños que ahora van a la escuela… Es estar asociado a algo que es bueno, la silla de ruedas es como un sacramento que transforma la vida de la gente.

Lleva muchos años trabajando contra las minas antipersonas. ¿Se van consiguiendo cosas?

Queda muchísimo por hacer pero el camino que se ha recorrido es muy grande. Hoy todo el mundo sabe lo que es una mina antipersona, nadie te discute que no es beneficiosa para nadie.
¿Cómo es posible que los países del primer mundo se sigan lucrando con el comercio de armas?
Esa es una de las contradicciones que tenemos. Por un lado hay un discurso humanitario, de paz y de entendimiento de las culturas pero, por otro, hay una falta de análisis de dónde van esas armas que se venden, sobre todo las armas ligeras.

¿Qué opinión le merece la postura del Gobierno español en este tema?

Tengo que decir que no la conozco bien pero por los testimonios que oigo de amigos, como por ejemplo del periodista Gervasio Sánchez, creo que es impresentable porque sigue creciendo en cantidad los ingresos del Estado español por la venta de armas.

Usted apuesta mucho por el diálogo interreligioso. ¿Está siendo sencillo en la parte del mundo en la que está?

Sí, tenemos mucha suerte en Camboya porque los budistas son muy abiertos, no son nada dogmáticos, nos acogen para cooperar con ellas y tenemos muchos proyectos comunes. Además, los líderes de las religiones nos solemos reunir para hablar de temas comunes y de cómo podemos cooperar cada vez más y esto se ve como algo normal del día a día, no es nada excepcional. A mí me invitan a dar clase de cristianismo en la universidad budista ante ochenta monjes que retan mi fe con sus preguntas.

¿Le hacen dudar alguna vez?

No, porque somos todos humanos. Pero son preguntas muy bonitas y que un cristiano nunca te haría.

¿Cómo ve desde fuera la Iglesia Católica Española?

No sigo muy de cerca lo que pasa porque no me da tiempo. Tengo un trato personal y veo más la humanidad que los problemas pero sí creo que tendríamos que abrirnos más, que estamos centrados en los problemas caseros de una manera cerrada. Pero sé que eso es muy fácil decirlo porque vengo diez días y me voy.

No es usted un obispo al uso…

Bueno, yo no soy obispo, soy prefecto apostólico, tengo el oficio de obispo y los signos exteriores, como la mitra, pero soy obispo misionero que no tengo la consagración. Soy el pastor de mi prefectura, de la zona de misión y el perfil que damos es un poco diferente, estoy una zona de 4 millones de habitantes de los que solo 7.000 son católicos pero yo me debo a todos y vivo unos rezos muy diferentes.

¿Es fácil explicar el mensaje de Jesucristo a la gente de esa cultura?

Algunas cosas más que otras. Los budistas entienden muy bien el tema del amor compasivo y las parábolas de Jesús, que son universales y van más allá de nuestra fe. Ahora, si empezamos en temas doctrinales, les cuesta mucho y no entienden nada. Pero compartir la fe es muy fácil en Camboya porque están muy abiertos, muy, muy abiertos. Además, lo formulan muy bien, que estamos aquí para ayudarnos unos a otros.

Veo que la misión de ahora ya no es imponer una creencia…

No, es colaborar unos con otros, cooperar y ofrecer lo que tenemos

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