Enviado a la página web de Redes Cristianas
Domingo de la Ascensión
A mí me parece que con esto de la Ascensión nos han metido gato por liebre. Se ha dicho que Dios está en el cielo y se ha pintado a Jesús como pionero de astronautas, saliendo de la tumba y despegando de la tierra hacía los espacios siderales…
Y las iglesias y los cristianos, plantados, quietos, inmóviles, se quedaron mirando al cielo durante siglos, con los brazos cruzados. Poco tenían que hacer en este mundo. Lo suyo no era el suelo, sino el cielo. Su anhelado terreno de operaciones no era el más acá, sino el más allá. Había poco que hacer aquí abajo, aparte de resignarse y esperar. El mundo era “un valle de lágrimas” y la vida se definió como «una mala noche en una mala posada»: situación de tránsito, espera de amaneceres que no dependen de nosotros, resignación de siglos cristianada, valle de lágrimas sin consuelo, habitáculo del desencanto…
Al contemplar la Ascensión de Jesús, los cristianos sentían unas ganas locas de subir con él, de huir, de abandonar el telediario del paro y de la violencia, en general, y de la de género en particular, de la injusticia, de la desigualdad social, de las colas del hambre, de la incultura y de la “mala política” que lucha por el poder, que se olvida de pactar, dejando a un lado los intereses del pueblo. ¡Quién pudiera irse detrás de Jesús, ascender a otro mundo más allá de nuestro caos! Se soñaba en un cosmos bello y ordenado (que esto significa en griego «mundo», palabra castellana que proviene del latín y significa «limpio»).
Y con el deseo de huir, de subir, de ir con Jesús, y ante la impotencia de seguir esa ruta espacial, los cristianos se retiraron a la vida privada, al individualismo, a la salvación de su alma (concepto heredado de Platón, que no tenía nada de cristiano), a los monasterios, a los conventos, a las iglesia, a rezar y rezar… Así nació la teología del desencanto mundano, como una falsa lectura de la Ascensión de Jesús.
Nuestro cristianismo tradicional ha merecido el viejo reproche del libro de los Hechos de los Apóstoles que refiere cómo “mientras los apóstoles miraban fijos al cielo cuando se marchaba, dos hombres vestidos de blanco que se habían presentado a su lado les dijeron: -Galileos, ¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo? (Hch 1, 11).
La Ascensión de Jesús, curiosamente, es lo contrario del movimiento hacia arriba, es una invitación a descender, a volver a la ciudad, a dejar las alturas y los montes y las nubes. Hay que a mirar al suelo, hay que poner manos a la obra de Jesús, verdadera sinfonía incompleta. El cristiano que mira a Dios, a Jesús, al cielo, lo sabrá si mira al suelo, si vuelve corriendo a la ciudad.
Una ciudad, un mundo ensombrecido por la pandemia, por la muerte, por los contagios, por las secuelas del covid-19 en el que el 73% de las personas que se dan de baja en la Seguridad Social pertenece a los grupos de bajos ingresos, la mayoría contratos temporales. Un mundo en el que, según un informe de Oxfam de Septiembre pasado, más de 700.000 personas serán arrojadas a la pobreza debido a la pandemia, en el que la renta per cápita se desploma, en el que el 10% de la población pobre verá caer su renta en más de un 20%, mientras que el 10% más rico apenas lo hará en un 2%, diez veces menos. Una brecha que se acentúa si nos fijamos en los milmillonarios españoles: 23 personas (de ellas, 18 son hombres) cuya fortuna creció en 19.200 millones de euros en los primeros 79 días de la pandemia.
Difícil misión la del cristiano: sumergirse en la ciudad, politizarse (== hacerse ciudadano), mundanizarse, unirse a otros, lanzarse a gritar por calles y plazas que Jesús llevaba razón y que su proyecto de hombre aún es realizable. Que todavía es posible recomponer este viejo rompecabezas de la familia humana, verdadera Babel de egoísmo e insolidaridad, y acabar con esta ola de desigualdad y de pobreza.
Pero este proyecto no tiene nada que ver con «restaurar la soberanía de Israel» ni de nadie, como esperaban los discípulos de Jesús. Por ahí no se va a ningún sitio. Hay que acabar con este estado de cosas en el que unos estemos sobre otros, -soberanía significa esto. Hacer un mundo de hermanos y no de «soberanos» es el desafío, la tarea del cristiano, el reto de la Ascensión, verdadera invitación a mirar al suelo, descendiendo a la ciudad hasta transformarla desde dentro.
Así lo hizo Jesús que, por descender, por meterse en el mundo, bajó hasta la muerte. Dios se lo llevó con él para siempre, se fue con Dios, o lo que es igual, subió al cielo, lugar sobre las nubes y las estrellas donde Dios habitaba, según los antiguos.
El firmamento que el primer cosmonauta ruso surcó sin poder contemplar a Dios no es ya la morada lejana de Dios. No hay espacio que lo contenga ni lo limite. Dios no es espacial, ni Jesús pionero de astronautas. Dios es el cielo. Y con la Ascensión quedó para siempre una cosa clara: Con Jesús, Dios está en el suelo. Ahí es donde hay que mirar y mucho más ahora que, con la pandemia, atravesamos una crisis mundial, como no ha habido otra desde hace mucho tiempo.