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Minas errantes: en África el preservativo, en Brasil el aborto -- Sandro Magíster

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Reflexión y Liberación

Y en el segundo caso el conflicto no es entre la Iglesia y el Estado, sino dentro de la jerarquía. Roma desautoriza a una Arquidiócesis brasileña, y ésta responde acusando al Vaticano de no conocer los hechos y de poner en duda la doctrina.

En los medios de comunicación de Europa y de América, el viaje de Benedicto XVI a Camerún y Angola que concluye hoy ha sido prácticamente oscurecido por las polémicas desatadas por una frase pronunciada por él al comienzo del viaje, en el avión que lo llevaba a Yaoundé, en respuesta a la pregunta de un periodista: «No se puede resolver el flagelo del SIDA con la distribución de preservativos. Al contrario, existe el riesgo de aumentar el problema».

Contemporáneamente, una segunda polémica ha estallado desde otro país del sur del mundo, Brasil, con motivo del aborto practicado en una niña muy joven.

Anticonceptivos y aborto son dos cuestiones entre las más controvertidas en la relación entre la Iglesia y la modernidad. La Iglesia se ha pronunciado en particular contra los anticonceptivos con la encíclica «Humanae vitae», de Pablo VI; sobre el aborto con la encíclica «Evangelium vitae» de Juan Pablo II.

Respecto a la primera cuestión, la polémica de los días pasados fue agigantada sobre todo por las fastidiosas reacciones contra las palabras del Papa, procedentes de los gobiernos de Francia, Alemania, Bélgica, España, la Comisión Europea, de dirigentes de la Organización de las Naciones Unidas y del Fondo Monetario Internacional.

Por el contrario, en el caso del aborto de la niña brasileña, a la polémica entre el Estado y la Iglesia se ha superpuesto un conflicto dentro de la misma jerarquía católica, en los más altos niveles.

A propósito del SIDA, la acusación que ha sido lanzada por enésima vez contra la Iglesia ha sido la de que ella favorece su difusión, al prohibir el preservativo.

Pero los hechos dicen que, en África, casi un tercio de las iniciativas contra la propagación del SIDA son obra de los católicos. Los preservativos son objeto de difusión masiva por parte de gobiernos, entes internacionales y ONGs, y no tiene éxito la oposición de los católicos obstaculizando la distribución y el uso, especialmente entre los cónyuges en los que uno de ellos es portador de contagio. Pero todo operador experimentado sabe que los preservativos no bastan, como lo prueba la difusión del SIDA en los países ricos del norte, donde los preservativos están a disposición de todos. El juicio de la Iglesia, confirmado por la experiencia de campo, es que por sí solos los preservativos no frenan la promiscuidad sexual, la cual es la verdadera causa de la propagación del flagelo, inclusive a veces la alientan, haciendo gala de una seguridad engañosa.

En consecuencia, frente al problema del SIDA, la Iglesia Católica se prodiga sobre todo en dos formas, las que Benedicto XVI ha recordado en la respuesta que ha incentivado la polémica: con una «humanización de la sexualidad», alentando su ejercicio sólo dentro del amor conyugal fiel, y con el cuidado de los enfermos. Las investigaciones prueban que los resultados son reconfortantes, allí donde al uso del preservativo se le anteponen una guía para el control de la sexualidad y los cuidados adecuados y gratuitos.

Al encontrarse en Yaoundé con los operadores contra el SIDA y luego con los enfermos que son cuidados, Benedicto XVI ha comparado la acción de la Iglesia con la de Simón de Cirene, el campesino africano que ayudó a Jesús a llevar la cruz.

Esta imagen de proximidad con el que sufre lleva directamente al segundo conflicto desatado los días pasados, sobre el aborto practicado en una niña.

«A favor de la niña brasileña»: así ha titulado «L’Osservatore Romano» del 15 de marzo una nota en primera página, firmada por el arzobispo Rino Fisichella, presidente de la Pontifica Academia para la Vida, además de ser rector de la Pontificia Universidad Lateranense.

A causa de la fama del autor, de los cargos que ocupa y más todavía por los contenidos, el artículo estaba seguramente entre los controlados y autorizados por la Secretaría de Estado vaticana.

El artículo partía del caso de una niña brasileña en edad fértil ya a los nueve años, violada muchas veces por su joven padrastro, quien quedó encinta de dos gemelos y que luego fue obligada a abortar en el cuarto mes de la gestación.

El caso, escribió Fisichella, «ha ganado las páginas de los diarios, sólo porque el arzobispo de Olinda y Recife se ha apresurado a declarar la excomunión para los médicos que la han ayudado a interrumpir el embarazo», cuando por el contrario, «antes que pensar en la excomunión», la niña «debía en primer lugar ser defendida, abrazada, acariciada» con esa «humanidad de la que nosotros, hombres de Iglesia, debemos ser expertos anunciadores y maestros». Pero «no ha sido así».

El ataque al arzobispo de Olinda y Recife – la diócesis en la que Helder Cámara fue su pastor – no podía ser más duro.

En efecto, las declaraciones del arzobispo sobre la excomunión de los que llevaron a cabo el doble aborto ocasionaron el exacerbamiento del conflicto ya en curso desde hace tiempo en Brasil entre la Iglesia y el gobierno, la primera empeñada en una gran campaña en defensa de la vida naciente, el segundo orientado a liberalizar el aborto más de cuanto ya lo está.

Desde Roma, el cardenal Giovanni Battista Re, prefecto de la Congregación vaticana para los Obispos, en una entrevista publicada en el diario «La Stampa», defendió al arzobispo de Olinda y Recife.

Otro tanto había hecho en Brasil la Conferencia Episcopal, con una nota difundida el 13 de marzo y con declaraciones de su presidente, el arzobispo Geraldo Lyrio Rocha, y su secretario, Dimas Lara.

También el nuevo arzobispo de Rio de Janeiro, Orani João Tempesta, se había expresado en el mismo sentido, remarcando entre otras cosas que la madre de la niña había atestiguado que «el único lugar en el que no se había sentido maltratada, sino respetada, había sido la oficina de Caritas».

Inclusive desde Francia había llegado un notable apoyo a lo hecho por la Iglesia brasileña. El obispo de Toulon, Dominique Rey, de visita en ese país, había declarado que vio con sus ojos «los múltiples testimonios de misericordia llevados a cabo por las comunidades cristianas que se habían acercado y acompañado a la niña y a su madre».

Pero la Santa Sede se ha comportado en forma diferente. Al publicar el artículo de Fisichella en el «L’Osservatore Romano», ha mostrado que antepone a la defensa de la Iglesia brasileña y de su campaña «pro vita» el objetivo de apaciguar las disidencias con la opinión laica, con el Presidente Luiz Inácio Lula da Silva y su gobierno.

Con esta forma de proceder se ha llevado íntegramente el conflicto al interior de la jerarquía, suscitando además una controversia al insinuar la autorización del aborto en casos como el que está en discusión.

En efecto, el artículo de Fisichella continuaba de este modo: «A causa de la más que joven edad y de las condiciones precarias de su salud, la vida [de la niña] estaba en serio peligro a causa del embarazo en curso. ¿Cómo actuar en estos casos? Decisión ardua para el médico y para la misma ley moral. Opciones como ésta […] se repiten cotidianamente […] y la conciencia del médico se encuentra sola consigo misma en el acto de verse obligado a decidir qué es lo mejor que se debe hacer». Al final del artículo Fisichella elogiaba a quienes «han permitido vivir» a la niña.

Es verdad que, en otro pasaje, el presidente de la Pontificia Academia para la Vida acentuaba que «el aborto provocado ha sido condenado siempre por la ley moral como un acto intrínsecamente malo. Esta enseñanza permanece inmutable hasta nuestros días».

Pero las dudas antes asomadas quedaron intactas, y dieron la impronta a todo el artículo. Dudas que contrastan visiblemente con la granítica solidez de este pasaje del parágrafo 62 de la encíclica «Evangelium vitae», de Juan Pablo II:

«Ninguna circunstancia, ninguna finalidad, ninguna ley del mundo podrá jamás hacer lícito un acto que es intrínsecamente ilícito, por ser contrario a la Ley de Dios, escrita en el corazón de cada hombre, reconocible por la misma razón, y proclamada por la Iglesia».

Al artículo de Fisichella publicado en «L’Osservatore Romano», la arquidiócesis de Olinda y Recife le ha replicado el 16 de marzo con las «Aclaraciones» oficiales, publicadas en forma bien visible en la home page de su sitio web.

Por parte de Roma no ha habido ningún gesto de recibimiento. Ni siquiera cuando el 21 de marzo se ha pronunciado nuevamente sobre el episodio el director de la sala de prensa de la Santa Sede, el P. Federico Lombardi. Ese día el P. Lombardi estaba en Luanda, acompañando el viaje de Benedicto XVI en Camerún y en Angola.

El día anterior, hablando al cuerpo diplomático y haciendo referencia al artículo 14 del Protocolo de Maputo sobre la «salud materna y reproductiva», el Papa había se había pronunciado polémicamente:

«¡Qué amarga es la ironía de aquellos que promueven el aborto como una cura de la salud materna! Qué desconcertante resulta la tesis de aquellos para quienes la supresión de la vida sería una cuestión de salud reproductiva!».

El P. Lombardi, al encontrarse con los periodistas, ha excluido cualquier relación entre las palabras del Papa y el episodio de la niña brasileña. Y continuó de esta manera:

«Sobre esta cuestión, son válidas las consideraciones de monseñor Rino Fisichella, quien en ‘L’Osservatore Romano’ ha lamentado la excomunión declarada demasiado rápidamente por el arzobispo de Recife. Ningún caso límite debe oscurecer el verdadero sentido del discurso del Santo Padre, quien se refirió a algo diferente en extremo. […] El Papa no ha hablado en absoluto del aborto terapéutico y no ha dicho que debe ser rechazado siempre».

Ha sido un golpe que, luego de casi una semana de la difusión de las «Aclaraciones» de la arquidiócesis brasileña, el portavoz oficial de la Santa Sede haya mostrado que la ignora totalmente, tanto en la o puesta reconstrucción de los hechos como en las objeciones de carácter doctrinal y moral.

Sandro Magíster, desde Roma Vaticanista de L” Expresso.

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