Mi recuerdo y amistad con Julio Lois -- Jaume Botey

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Redes Cristianas

Amigos y amigas,
Me ha impresionado, como a todos, la pérdida de Julio. A cada uno de una manera especial… Nos habíamos conocido hace ya muchos años, en Salamanca, en los primeros sesenta. Allí habíamos compartido los normales comentarios acerca de profesores, temas… Pero me resulta muy vivo el recuerdo de haber compartido con él la alegría y extrañeza del discurso desconcertante de Juan XXIII en la apertura del Vaticano II en aquel famoso 11 de septiembre de 1962. No habíamos oído nada igual dicho por un Papa, aunque lo deseábamos y soñábamos desde hacía tiempo.

Desde la fe hablaba con un lenguaje fresco, de pastor, directo, optimista «no queremos ser profetas de calamidades», de confianza, «hay que leer los signos de los tiempos», de iglesia abierta y pobre que se ofrece al mundo «ante los países subdesarrollados la Iglesia se presenta como quiere ser, comunidad de todos, especialmente de los pobres».

Creo que aquello marcó una generación entera, y tengo presentes los comentarios alegres y casi llorando que hicimos con Julio y cómo soñábamos cómo podría ser todo aquello, la iglesia de los pobres del Dios cercano.

Percibíamos que era un punto de inflexión respecto de la actitud de la iglesia hasta entonces.
Luego, allí mismo vinieron las sesiones con José Maria González Ruiz sobre la carta a los Gálatas, escándalo para unos y bendición para otros. Con Julio compartíamos de nuevo comentarios y la bendición.

Y desde entonces tengo grabada la imagen del Julio discreto, humilde, profundo, tímido, hombre de Dios.

Y cada uno fue por su camino. Yo me enteraba del Julio sabio, teólogo reconocido. Pero adiviné que su tesis sobre la «Teología de los pobres», publicada por Iepala, con un eruditísimo marco académico
de búsqueda de fuentes, de análisis hermenéutico… era casi su autobiografía, la búsqueda de las fuentes de su espiritualidad. Me emocioné al leerlo porque el primer capítulo lleva por título «Del discurso de Juan XXIII del 11 de septiembre de 1962 a Medellín», que me recordó nuestros antiguos comentarios. Más adelante, casualmente, nos reencontramos en Madrid en una manifestación a favor de los inmigrados.

Era el mejor sitio del reencuentro, Julio estaba allí y yo también, junto a los pobres, los años no habían pasado. Allí descubrí al Julio militante y hombre del pueblo, que encarna su sabiduría en la vida de los demás. Los comentarios inevitables fueron sobre tantos amigos, sobre el proceso de la iglesia, sobre los que íbamos quedando, que no deberíamos dejar solos a los que no soportando más se iban yendo en silencio o por la puerta de atrás, que nos sentíamos obligados a hacer algo… pero pasó el tiempo.

Al año siguiente nos encontramos de nuevo en Menorca, con la misma paz y la misma preocupación,
había pasado un año y de nuevo «algo deberíamos hacer…». Y de nuevo no. Al siguiente le pedí que viniera al encuentro anual de Cristianos por el Socialismo y al terminar de nuevo lo mismo: «deberíamos hacer algo, la iglesia de base se diluye y muchos se van…»

Finalmente él se encargaria de ponerse en contacto con grupos con la Asamblea de comunidades populares y algo empezó a nacer. Diferente de lo soñado porque los que se van ya se van. Pero algo fue tomando cuerpo. Otros, sobre todo de Madrid y sobre todo Evaristo, tomaron las cartas
?l venia de vez en cuando, siempre discreto, como quien no está… cercano aunque de pocas palabra
Enretanto había conocido al Julio de la parroquia obrera, de la alfabetización. El Julio que sabía que la teología se escribe de abajo a arriba, desde los grupos de mujeres a presidente de la Juan XXIII.
A través de los amigos de San Carlos Borromeo supe del Julio salvando conflictos siempre de puntillas
era el Julio que sabe que la iglesia es pecado y de salvación a la vez.

Ha sido un regalo conocerle, tan de cerca y a la vez aparentemente sólo intuido.
Julio, gracias, gracias.