En la célebre plaza de la catedral de Saint Etienne, en esta jornada del 6 de agosto, estáis siempre presentes para que se guarde fielmente la memoria de lo que pasó en Hiroshima y Nagasaki y que el futuro pueda abrirse a la paz.
Con vosotros, la paloma de la paz ha venido a posarse en Vienne.
Os participo mi solidaridad y mi admiración por la tenacidad de vuestra acción.
El drama de Hiroshima y Nagasaki dejó una herida en el flanco de la humanidad.
¿Cómo podríamos olvidarnos de las víctimas de esta catástrofe que todavía dura?
Se alzan muchas voces en todo el mundo para reclamar la desaparición de la energía nuclear.
Es alentador que algunos países pongan en obra ambiciosos programas de ahorro de energía y de desarrollo de energías renovables.
Desgraciadamente, ¡seguimos construyendo centrales nucleares y no sabemos qué hacer con los desechos nucleares! ¡Continuamos vendiendo submarinos nucleares y reactores nucleares!
Pero la esperanza permanece, pues nadie detendrá la marcha de la paz.
Hoy la paz es portada por cada vez más hombres y mujeres de todos los países.
En Vienne, sois vosotros los que la lleváis. La lleváis con el corazón para salvaguardar el futuro de la humanidad y del planeta.
Recibid nuestro agradecimiento.