Meditación insólita en la víspera del año nuevo -- Franz Wieser (Perú)

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Estimad@s amig@s,
En el trance de un año a otro se habla, se medita y se escribe mucho sobre felicidad, suerte, y bienestar. Sin embargo, no nos hagamos ilusiones. También en este nuevo año no faltarán las dolencias, el sufrimiento, guerras, muertes por catástrofes, víctimas del terrorismo, accidentes etc. Hay mucha gente que no cree en Dios diciendo: ¿Porqué a mí? Si Dios es el amor, ¿porque admite todo esto?

Aunque cada vez menos gente cree, como siglos atrás, que se trata de castigos de Dios, en todo caso no le convence la existencia de un Dios, que haya creado un mundo tan defectuoso.

Por eso no es demás, acarar el problema del sufrimiento al cual de una u otra forma nadie escapa.
Primero hay que diferenciar entre sufrimientos que van a costa del hombre, creado libre y puesto entre el bien y el mal, y los sufrimientos que resultan por luchar contra el mal y en favor de la vida.
Hay pues un sufrimiento salvable y un sufrimiento salvador.

El sufrimiento salvable

Hoy se sabe, gracias a la ciencia, cuales son las causas de enfermedades, como prevenirlas y como curarlas. No se puede culpar a Dios, cuando millones de seres humanos no tienen acceso a la salud preventiva y curativa. Se sabe que, por ejemplo el Tsunami, que ha causado tanta destrucción y muerte, se puede con la técnica prever a tiempo, para evacuar a la gente en peligro. Pero países que disponen de los medios no lo comparten a todos los habitantes de la tierra que no disponen de medios para comprarlos. Y, así se podría enumerar la mayor parte de sufrimientos que el hombre padece, debido al egoísmo y el hambre de tenencia y poder. Se trata salvar al hombre del «hombre lobo».

El sufrimiento salvador

Hablando del sufrimiento salvador debido al esfuerzo para disminuir los sufrimientos basta pensar en Mahatma Gandhi. Movilizando una resistencia pacífica contra el imperio ocupante y explotador, liberó a su país. Ahí tenemos a Martín Luther King que, en los EE.UU, igualmente logró con medios pacíficos la igualdad de derechos entre blancos y negros, hazaña que culminó en un Presidente de color. Sabemos que los dos han sido hostigados y finalmente asesinados por parte de gente ambiciosa de poder y tenencia.

El ejemplo más destacado de una obra salvadora es indudablemente el hombre de Nazaret. Su influencia actúa ya desde casi dos mil años. No eran sus curaciones, sus buenas obras, que le atrajeron el odio, los sufrimientos y finalmente una muerte cruel entre terroristas. Tampoco él lo ha buscado como chivo expiatorio a modo de un sacrificio para apaciguar la ira de Dios por nuestros pecados, como predicadores lo presentan.

Lo han ejecutado por alterar su sistema político y religioso piramidal, al restituir la dignidad de los marginados y por desenmascarar el abuso, la marginación y la injusticia reinante. No otra cosa buscaba la teología de la liberación, también un aguijón en la carne de la élite privilegiada clerical y política. ¡Cuántos obispos han sido removidos, sacerdotes sancionados, teólogos sacados de sus cátedras, periodistas asesinados por decir la verdad, y ponerse al lado de los pobres!

¡Cómo sería el mundo si los 2000 millones que se llaman cristianos, lo fuesen de hecho! Pero tenemos miedo de sufrir postergación, calumnias o persecución, a ser consecuente con nuestra fe, seguir a Jesús en su camino que promete vida, vida en abundancia para todos. Sería de esperar que nuestros pastores – siguiendo al Buen Pastor – anden delante de su grey con el ejemplo y no, como pasó en el sur del Perú, que se mande a la casa a sacerdotes y activistas que se sacrificaron para la gente más pobre y marginada de la sociedad. Eso no es obra de Dios, no es «opus dei».