Enviado a la página web de Redes Cristianas
Que se presente cada vez más nítido
en Latinoamérica el rostro de una Iglesia
auténticamente pobre, misionera y pascual
(Medellín, Conclusiones. Conferencia General del Episcopado Latinoamericano,1968)
Una afirmación como ésta era de esperarse en el documento #14 sobre pobreza de la Iglesia. Pues no. Ahí no se encuentra. ¡Está en el documento #5 sobre juventud! ¿Qué hace ahí una afirmación que urge a la iglesia estar “desligada de todo poder temporal y audazmente comprometida en la liberación de todo el hombre y de todos los hombres” (Juventud, #15) para adquirir un rostro de tal nitidez?
Esta afirmación sobre la identidad de la Iglesia está en este lugar de las Conclusiones de Medellín porque recoge y expresa sueños, aspiraciones y prácticas de multitudes de jóvenes en el continente. Al fin y al cabo es un continente donde la mayoría de sus habitantes son jóvenes y la mayoría de los jóvenes son pobres. Era de esperar que el nacimiento de una “iglesia pobre, misionera y pascual” se gestara en el seno de grupos, comunidades y movimientos juveniles latinoamericanos y que su desarrollo estuviera marcado por los valores y las características que le son propios.
Además el momento contextual marcado por hechos de ruptura epocal como la revolución cubana, la teoría de la dependencia, el boom literario latinoamericano, la descolonización africana, la resistencia vietnamita, el control de la natalidad, la irrupción del feminismo, el impacto del Che Guevara, el rebelde mayo francés del 68, entre otros, propiciaron y promovieron el protagonismo juvenil dentro de la comunidad latinoamericana “como un nuevo cuerpo social, portador de sus propias ideas y valores y de su propio dinamismo interno” (5.1) como lo reconoció la misma Conferencia de Medellín.
En el contexto eclesial colombiano aferrado al modelo de cristiandad, refractario a asumir los cambios conciliares, mencionamos sin embargo, como expresiones “a contracorriente” de la irrupción juvenil transformadora de la Iglesia, la sociedad y la cultura en la década de los 60 las siguientes: el movimiento universitario impulsado por el padre Camilo Torres Restrepo desde la Universidad Nacional, la Central de Juventudes de la Arquidiócesis de Bogotá, la Juventud Trabajadora de Colombia JTC y el Instituto Mayor Campesino IMCA de los jesuitas, los Equipos Universitarios en las principales ciudades del país, el movimiento laical “Inquietudes”, el movimiento educativo integral MEI con los colegios del Marymount, la renovación del monasterio de las clarisas en Montería, la Unión Femenina Misionera UFEMI con Monseñor Gerardo Valencia Cano en Buenaventura y Medellín, los Comandos Camilistas urbanos, la metodología de la revisión de vida del Ver-Juzgar-Actuar de la Juventud Obrera Católica JOC y la Juventud Universitaria Católica JUC, el movimiento de cristianismo revolucionario Golconda, la publicación del texto de catequesis “La Liberación” de Rafael Avila, el movimiento de renovación carismática, etc.
En este dinámico contexto juvenil, entendemos que la opción por una Iglesia “pobre, misionera y pascual” y la opción por los jóvenes a partir de las conclusiones de Medellín, no sean opciones contrapuestas o antagónicas, son complementarias, aún más, se necesitan mutuamente. Los movimientos juveniles fermentan de creativa rebeldía sus propios mundos populares y los animan hacia el cambio de las estructuras sociales y culturales. A su vez, los profundos, diversos y complejos mundos populares se constituyen en cimientos y raíces a partir de los cuales los sectores juveniles sueñan, se movilizan y crean. Tal reciprocidad intergeneracional está expresada novedosamente en el documento #4 sobre educación.
Refiriéndose a la tarea educativa del vasto sector de marginados al que la Conferencia de Medellín llama “hermanos nuestros”, “no consiste propiamente en incorporarlos a las estructuras culturales que existen en torno de ellos, y que pueden ser también opresoras, sino en algo mucho más profundo. Consiste en capacitarlos para que ellos mismos, como autores de su propio progreso, desarrollen de una manera creativa y original un mundo cultural, acorde con su propia riqueza y que sea fruto de sus propios esfuerzos” (4.3). Aquí radica lo medular de una “educación liberadora” como respuesta de la Iglesia a las necesidades del continente, asumiendo los postulados de la “pedagogía del oprimido” de Paulo Freire.
Una educación liberadora será “el medio clave para liberar a los pueblos de toda servidumbre y para hacerlos ascender de condiciones de vida menos humanas a condiciones más humanas”, “para ello, la educación en todos sus niveles debe llegar a ser creadora, pues ha de anticipar el nuevo tipo de sociedad que buscamos en América Latina; debe basar sus esfuerzos en la personalización de las nuevas generaciones, profundizando la conciencia de su dignidad humana, favoreciendo su libre autodeterminación y promoviendo su sentido comunitario”, “Debe ser abierta al diálogo, para enriquecerse con los valores que la juventud intuye y descubre como valederos para el futuro y así promover la comprensión de los jóvenes, entre sí y con los adultos”, “Debe afirmar las peculiaridades locales y nacionales e integrarlas en la unidad pluralista del continente y del mundo” (4.8)
En cuanto a las orientaciones pastorales (actuar), y en consecuencia con el sentido humanista y cristiano de la educación liberadora propuesta, hace énfasis en el carácter juvenil de los educandos, llamando a tener en cuenta su problemática interpelante: “La juventud pide ser oída con relación a su propia formación” (4.13), a dar un lugar preferente a “los grupos juveniles que salvan la distancia creciente entre el mundo adulto y el mundo de los jóvenes”, a dar oportunidad “a los que tengan cualidades humanas para formarse como líderes” (4.15). Teniendo como telón de fondo el Movimiento de Educación de Base MEB desarrollado en Brasil cuando la Juventud Universitaria Católica JUC se volcó a la tarea alfabetizadora atendiendo al llamado de los obispos del nordeste, la Conferencia de Medellín llama la atención sobre la “suma importancia de la Educación de Base” para convertir a los pobres “en agentes conscientes de su desarrollo integral” (4.16). Se busca hacer posible la transformación de las mayorías empobrecidas del continente en sujetos artesanos de su propio destino y gestores de la nueva sociedad. Dice Gustavo Gutiérrez, que “la insistencia en este punto es uno de los rasgos más significativos de Medellín” (1989:57). Pues se trata de un punto crucial en donde la educación liberadora y el protagonismo juvenil jugaron, de manera articulada, un rol definitivo.
Nace y se consolida a partir de las opciones de Medellín diversos procesos de pastoral juvenil fieles a las orientaciones dadas por los obispos en las conclusiones, en cuanto que ésta “debe tender a la educación de la fe de los jóvenes a partir de su vida, de modo que les permita su plena participación en la comunidad eclesial, asumiendo consciente y cristianamente su compromiso temporal” (5.14), los que muy pronto, en consecuencia y continuidad, se convertirán en semilleros de comunidades eclesiales de base, educación y catequesis liberadora, teología de la liberación, pastorales populares, militancia política, etc. Así lo constatamos en todas las nuevas experiencias eclesiales que en Colombia nacieron bajo su impulso en la década de los 70: pastoral de los franciscanos en el barrio “Los Quindos” de Armenia (Quindío), pastoral juvenil-campesina en Pueblorico (Antioquia), pastoral en Las Granjas-Barrancabermeja (Santander), Fraternidad Franciscana en Cartagena, pastoral obrera en el barrio 12 de Octubre-Medellín, pastoral juvenil de la Sociedad Misionera de Belén SMB en Cauca y Nariño, Comunidades Eclesiales de Base CEBs en parroquia de jesuitas de Santa Rita – Cartagena, la cooperativa juvenil-campesina de Palocabildo (Tolima), pastoral juvenil-campesina en Calamar (Bolívar), el Instituto de Pastoral Latinoamericana de la Juventud IPLAJ, el programa de catequesis Denuncia-Encuentro de los salesianos, el movimiento Cristianos por el Socialismo CPS, las experiencias con jóvenes obreras de la Institución Javeriana en Cali y Bogotá, entre otros…
Medellín ofreció una serie de recomendaciones metodológicas para “una auténtica pastoral de la juventud”, las que muy pronto se convirtieron en guía básica para la acción juvenil junto a comunidades marginales del campo y de la ciudad, tales como: pedagogía orgánica para una sólida formación humana y cristiana, conocimiento de la realidad socio-religiosa, creación de centros de investigación y estudio, dialogo sincero y permanente con la juventud y respuesta a sus legítimos y vehementes reclamos pastorales, configuración del rostro de una iglesia auténticamente pobre, misionera y pascual; lenguaje simple y actual teniendo en cuenta la vida real de la gente, sentido de autoridad con carácter de servicio, orientación vocacional hacia la responsabilidad social, etc.(5,14-16).
Paquete de recomendaciones que, en la mayoría de los casos, fueron asumidas, complementadas y enriquecidas en las muchas y diversas prácticas y reflexiones en las que las y los jóvenes comenzaron a participar y a dinamizar. Lo que los obispos propusieron solo para la pastoral juvenil, los movimientos de base las hicieron suyas con creativo aprovechamiento. No es de extrañar esta apropiación comunitaria post-Medellín, pues ya los obispos latinoamericanos en la misma Conferencia y elaboración del Documento habían hecho suya la metodología Ver-Juzgar-Actuar de las juventudes obreras y universitarias de la Acción Católica. Lo que viene del pueblo vuelve al pueblo.
Una primavera eclesial asomaba con vigor de la mano de una generación de jóvenes – laicos, religiosos y clérigos – que junto con comunidades indígenas, obreras y campesinas decidieron hacer el largo y urgente camino de la recepción de Medellín. Generación profética capaz de imaginarse a sí misma como “sal de la tierra” y “luz del mundo”, fermento de una liberación anhelada por las inmensas mayorías empobrecidas de nuestro continente y que en ella, como sujeto privilegiado de transformación, tiene sentido, lugar y plenitud.
Primavera en catacumbas….
Así como la mayor parte de la jerarquía católica colombiana “no entendió” al padre Camilo Torres (Bidegaín, 2016) arrojándolo al descrédito público y la persecución militar, así mismo sucedió con la Conferencia y el Documento de Medellín. Los obispos se dedicaron a sacar adelante el Congreso Eucarístico Internacional y la visita del Papa Paulo VI a Bogotá, eventos triunfalistas de Iglesia de cristiandad con los que se hallaban más identificados, que a preparar y animar el evento de Medellín que se realizaría inmediatamente después, con el que se hallaban distantes y prejuiciados. Bien avanzada la Conferencia e inconformes con la orientación de esta, deciden articular un “contra-documento” que expresara otra perspectiva, menos crítica de la realidad de pobreza e injusticia estructural y más a fin a los intereses de las elites latinoamericanas.
El documento, sin más apoyo que del grupo minoritario que lo impulsó, se cayó con su propio peso (Parada, 1975). Sin embargo, una vez concluida la Conferencia, sirvió como punto aglutinador de un movimiento continental conservador que, oponiéndose al espíritu y las conclusiones de Medellín, logró cinco años después (1972), con suma diligencia, tomar el control del CELAM y revertir lo que en Medellín se decidió. Este cambio de voluntad institucional, no solo dejó el campo totalmente abierto a las políticas represivas de los regímenes de Seguridad Nacional imperante en la mayoría de los países de la región durante la década de los 70, sino que suministró la teología del sometimiento requerida para su legitimación, consenso y sostenibilidad (Dussel, 1979).
El camino juvenil-primaveral recién iniciado con tanto entusiasmo y generosidad, comenzó a cubrirse de sangre martirial con la complicidad y la bendición de amplios sectores del cristianismo identificado con el régimen. Así lo expresa Gustavo Gutiérrez (1989:70):
“El camino de compromiso con los pobres y oprimidos del continente esta jalonado por la prisión, las torturas, la desaparición, el exilio y la muerte de muchos. Entre ellos, los cristianos, son muy numerosos, maltratados precisamente por dar testimonio del Evangelio en sus esfuerzos de solidaridad con los marginados”
El primer mártir colombiano de la Iglesia pobre, misionera y pascual post-Medellín, es el joven sacerdote Héctor Gallego, desaparecido por la guardia nacional panameña el 9 de junio de 1971. Había sido movido por el Dios de los pobres a servir como misionero entre las comunidades campesinas de Santa fe de Veraguas (Panamá), a partir de una invitación que le hizo el obispo del lugar, Mons. Marcos McGrath, en una visita al Seminario de Medellín en 1965. Ordenado sacerdote en 1967 se dedicará a tiempo completo a la evangelización, la alfabetización y la organización de sindicatos y cooperativas campesinas, motivo por el cual los latifundistas y los militares lo acusaron de comunista y de terrorista. Sin amedrentarse por la acusación, lleno de coraje y contando con el apoyo de su obispo y de los jóvenes universitarios de Ciudad de Panamá, continuó la obra con decidido empeño y tesón, motivo por el cual, los militares y terratenientes, después de varios atentados fallidos, determinaron acabar con él.
Será el primero de una larga lista de nombres que vendrán en lo sucesivo y que ahora se hayan grabados en nuestros corazones, cuya memoria honramos y celebramos. De ello dirá Gustavo Gutiérrez que “Tal vez nos falta todavía perspectiva para examinar esta realidad martirial de la Iglesia latinoamericana; pero es claro que ésta no será la misma después de ese testimonio de tantos de sus hijos” (1989:71).
En estado de catacumbas, la Iglesia de los pobres no solo recuerda y celebra la memoria de sus numerosos mártires. Crea, con ingenio y valentía, muy diversas estrategias de sobrevivencia y de presencia activa en la sociedad. Sin contar con espacio, recursos y reconocimiento institucional, perseguida y calumniada sin descanso por la mayoría de los obispos colombianos, y siguiendo el ejemplo de Isabel Restrepo, quien para cuidar el legado de su hijo Camilo Torres crea la Fundación Científica Latinoamericana como una instancia laical de la sociedad civil, da vida y acompaña a organizaciones surgidas en el mundo popular de la más diversa índole: escuelas, institutos, bibliotecas, casas culturales, cooperativas, centros de investigación, emisoras, editoriales, jardines infantiles, ollas comunitarias, huertas, circos, ferias, centros de salud, fondos de ahorro, mingas, roperos, dispensarios, mercados, comedores, carnavales, acueductos, etc.
De esta manera encuentra nuevos lugares sociales y culturales para vivir el Evangelio fuera de los ámbitos institucionales, lugares laicales donde las mujeres expanden su liderazgo y creatividad, los jóvenes re-crean la espiritualidad a partir de la militancia política y artística, las niñas y los niños exponen con su propia voz ideas y propuestas, las diversidades sexuales se visibilizan y se organizan, lugares desafiantes donde aporta –como punto amplio de encuentro- a la creación y articulación de movimientos sociales y políticos, desarrolla sentipensamiento crítico y decolonial. La reflexión teológica elaborada al interior de los procesos adquiere otro carácter, es una producción comunitaria, que se expresa y circula en testimonios, cartas, relatos, pinturas, danzas, cantos, oraciones, sueños, profecías, relecturas bíblicas, sistematización de experiencias, reconstrucción de memorias, bendiciones, poesías, pregones, teatro, ritualidades, instalaciones, tejidos, bordados, cine, etc. Estar en los bordes institucionales, y más allá de estos, ha dado lugar al aprendizaje de un ecumenismo de base, inter-religioso e inter-cultural, centrado en los clamores de la paz, de la tierra, de los cuerpos, de los pueblos precarizados y las personas descartadas…
En las catacumbas la primavera eclesial floreció…
Hoy, a cincuenta años de Medellín, después de una larga, dolorosa y creativa experiencia de Iglesia de catacumbas, somos partícipes de un nuevo florecimiento primaveral propiciado por el advenimiento del Papa Francisco, sensible a muchos de nuestros aprendizajes, clamores y propuestas. Se abrió un Kairós para el urgente cambio estructural en la Iglesia Católica en donde sea posible caminar por los siguientes corredores:
Sacerdocios femeninos vividos en las múltiples y diversas presencias de mujeres liderezas, gestoras, animadoras, orientadoras, cuidadoras y acompañantes de procesos comunitários, sociales, políticos y eclesiales, en donde, de hecho en muchos casos, hacen las veces de sacerdócio ministerial. Es indignante continuar defendiendo el actual estatuto de desigualdad de derechos de las mujeres respecto a los varones en la Iglesia. Su exclusión y desventaja es la más clara expresión de misoginia patriarcal enquistada en la estructura y en la ideologia del catolicismo.
Celibato sacerdotal opcional emerge como clamor de sacerdotes que desearían y podrían vivir la plenitud de su sacerdócio acompañados de sus parejas y de sus famílias, de mujeres y hombres afectados por el celibato obligatorio de sus parejas, de las mismas comunidades que ven con extrañeza el irrespeto de la institución a la vocación de mujeres y hombres al sacerdócio casado, de las hijas e hijos de sacerdotes impedidos de vivir naturalmente el vínculo afectivo que les une, de las famílias víctimas de pederastia de sacerdotes que culpabilizan al celibato como institución propiciadora del abuso sexual de menores, del laicado crítico que exige pruducir nueva teologia del sacerdócio común de las y los fieles y condiciones reales para su ejercicio.
Transformación del Estado Vaticano en red internacional de justicia, paz e integridad de la creación en coherencia con el anhelo de una iglesia pobre, misionera y pascual desligada de todo poder temporal, audazmente comprometida en la tradición profética de la defensa de los derechos de los pobres y los derechos de la Pacha Mama (Madre Tierra), nuestra casa común. El camino del desmantelamiento de la cultura imperial en el cristianismo es largo y lento, pero urge y las ansias de autenticidad evangélica es mucha.
Democratización laical a partir de asambleas eclesiales con protagonismo de mujeres y jóvenes como esfuerzo de retorno al espíritu de la experiencia originaria del Evangelio, inspiradora a contracorriente del camino recorrido a partir de las Conclusiones de Medellín. Las experiencias comunitarias consolidadas, aunque pocas, son lo suficientemente hondas como para impulsar y presionar las transformaciones estructurales requeridas.
Transformación del Banco del Vaticano en Banca Social de los pobres para luchar contra la pobreza en el mundo. Uno de los mayores desafios para los procesos de base es la construcción y la sostenibilidad a largo plazo de alternativas económicas en la orientación del buen vivir como cuidado de la casa común. Una banca “otra” al servicio de estas alternativas sería el mejor rumbo que podría tener no solo el Banco del Vaticano sino todos los bienes de la Iglesia acumulados y destinados a la ostentación del poder y del tener.
Al comienzo de esta reflexión decíamos que lo más original de la caminada eclesial latinoamericana es que esta emergiera articulada a grupos, comunidades y organizaciones juveniles anhelantes de una “Iglesia pobre, misionera y pascual, desligada de todo poder temporal y comprometida en la liberación de todo el hombre y de todos los hombres” (5,15). Así lo expresó las Conclusiones de Medellín en 1968. Hoy, cincuenta años después, creemos que la originalidad de la primavera eclesial está en el desarrollo y profundización de los cinco anteriores corredores propuestos de la mano y desde el corazón de las subjetividades emergentes que los transitan con mayor libertad, osadía, creatividad y contundencia “a contracorriente”.
Bibliografía
Ana María Bidegaín. ¿Por qué la jerarquía católica “no entendió” a Camilo? La Iglesia católica colombiana en tiempos de Camilo Torres.
http://deicr.org/IMG/pdf/pasos-169-11-11-2016.pdf
CELAM. Medellín, conclusiones. Segunda Conferencia General del Episcopado Latinoamericano. Bogotá, Secretariado General del Celam, 1973
Enrique Dussel. De Medellín a Puebla. Una década de sangre y esperanza, 1968/1979. México, Centro de Estudios Ecuménicos,1979
Gustavo Gutiérrez. “Significado y alcance de Medellín”, en Irrupción y caminar de la Iglesia de los pobres. Presencia de Medellín. Lima, Cep, 1989
Hernán Parada. Crónica de Medellín. Segunda Conferencia General del Episcopado Latinoamericano. Bogotá, Indo-American Press Service, 1975