Enviado a la página web de Redes Cristianas
Dícese en Brasil cuando en ciertas reuniones, o manifestaciones en la calle, o en mítines políticos, o en acciones públicas de protesta social, hay más organizadores, políticos, o líderes, que gente normal, que ciudadanos de a pie, como se suele decir. También se aplica esa gráfica y clara expresión a manifestaciones religiosas, misas, pontificales, y otros eventos, en los que hay más clérigos, obispos y presbíteros, que fieles.
El día 10 de este mes, jueves de la semana pasada, con motivo de la fiesta de San Juan de Ávila, patrón de los curas de España, celebramos en el seminario de Madrid unos actos académicos, promovidos en función de homenajear a los que celebrábamos las bodas d plata o de oro. Yo era de estos últimos, y no penséis que si no me preguntaba cómo es que han pasado estos cincuenta años, y cómo he podido aguantar el evidente deterioro que ha vivido la Iglesia desde aquel jubiloso, alegre despreocupado, critico y rebelde, inquieto y aguerrido año de 1968, con las manifestaciones estudiantiles iniciadas en París, y seguidas en toda Europa, de tanto énfasis en lo político, y sobre todo en lo social.
Y, desde el horizonte de la Iglesia, a pocos años de la clausura del Concilio Vaticano II. Eran tiempos de esperanza, de una desmedida alegría, de una sensación arrebatada de libertad, que, a partir de 1978, viviendo yo la dinámica y la enérgica evolución conciliar en la diócesis de Sâo Paulo, presidida por el espléndido arzobispo, y en seguida, cardenal Don Paulo Evaristo Arns, en ese año, que no me atrevo a llamar de Gracia, en el que fue elegido para la sede de Pedro el cardenal Karol Wojtyla, reinante con el nombre de Juan Pablo II, comenzaron a torcerse las cosas, y así han ido viniendo hasta el feliz acontecimiento de la elección del cardenal Bergolio, papa con el revolucionario e inquietante nombre de Francisco.
Como iba diciendo, después de los actos académicos, hubo un solemne pontifical, en el que, desde luego, había, no más, sino mucho más, cacique que indio. El papa Francisco habrá afirmado más de diez veces, ¡yo le he contabilizado siete u ocho!, que uno de los principales males de la Iglesia es el clericalismo. Y, por lo menos tres veces, que he conocido por Religión Digital (RD), un tanto exageradamente, o tal vez, no, ha declarado, rotundamente, que eso, el clericalismo, es el principal mal de la Iglesia. Peor los clérigos no parecen prestar ni mucha ni poca atención a los avisos del Papa. Así que, animado por sus palabras valientes y transparentes, y dado que yo pienso de manera muy parecida, por no atreverme a decir que de la misma manera, enumeraré signos, hechos, actitudes, y elementos que sean significativos y alusivos al tema, de cómo, y donde, noto la presencia del clericalismo.
1º) En el mero hecho de la división de la Iglesia en clérigos y seglares (o laicos)
A nadie debe de extrañar mi afirmación, si recordamos, y valoramos positivamente, -«¡por sus frutos los reconoceréis!»- que en la Iglesia primitiva no había esa división, verdadero Rubicón insalvable, con un muro granítico infranqueable. Nos cuesta imaginar una Iglesia sin profesionales de la Religión, sin una burocracia clerical, sin sotanas, ni alzacuellos, ni mitras, ni báculos, ni casullas, ni dalmáticas, ni toda esa parafernalia que montamos actualmente en nuestras celebraciones litúrgicas, sobre todo, de las Eucaristías solemnes, en las que parecemos querer resarcirnos y olvidar tantas misas rutinarias, sin maestro de ceremonias, sin acólitos, sin concelebrantes, y, casi, sin fieles. La misa de nuestras bodas de plata y oro fue de las de tronío. Y yo me pregunto muchas veces, y en esa celebración no paré de hacerme esa interrogación, ¿Qué querrá decir «presidente de las celebración eucarística», si después hay más presidentes, encasullados de punta en blanco, que fieles? ¿Es positiva esa tremenda diferenciación entre unos y otros, mandan los cánones litúrgicos que todos los concelebran ostenten todos sus paramentos de postín? ¿No sería mejor, y no parecería menos teatro, que el presbiterio y el altar no quedaran tan lejos y elevados sobre el común de los mortales que, a éstos les parezca que se encuentran en la ladera de un Olimpo que nunca deberán intentar escalar?
Y, sobre todo, ¿se parecen algo, aun remotamente y con la mejor y más decidida voluntad del mundo, esas celebraciones, a la que presidió el Señor Jesús en la última Cena? El cardenal Sarah, actual prefecto de la Congregación vaticana para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, e impertérrito en sus ataques directos y no disimulados al papa Francisco, tuvo la ocurrencia, y no ha sido el único gran jerarca de la curia vaticana que lo ha hecho, de denunciar lo que él pensaba abusos de muchos «curas jóvenes» en la celebración de la Eucaristía, inmediatamente después del Concilio.
Pues bien, yo, que, evidentemente, me daba por aludido, le respondí en este mismo blog que si no le parecían mas abusivos los pontificales que nos retransmiten desde Roma, y, le preguntaba qué le parecían más parecidas a la ?ltima Cena, si esas misas de los curitas, o la magnificencia de los pontificales vaticanos, y muchos diocesanos. (Mi pensamiento es que Jesús, no se reconocería en esas grandes, solemnísimas y aburridas celebraciones).
2º) Otros signos, innecesarios y contra producentes, de exceso de clericalismo.
No me deja de sorprender el siguiente pequeño detalle: en las concelebraciones, todos los concelebrantes tienen que comulgar con unas medias hostias grandes-pequeñas, ya partidas antes de iniciarse la celebración, cuando sería más significativo y mejor recuerdo de la «partitio panis» una forma de esas grandes de verdad, partida en treinta pedazos, o, directamente, una serie de formas pequeñas, de las que se da al pueblo, y no a cualquier pueblo, sino al Pueblo santo de Dios. Cuando en alguna de las celebraciones que yo presido en mi parroquia somos más de siete, parto la forma gran-pequeña en seis pedazos, y yo soy de los que comulga con una pequeña, y con un pedacito de la forma principal, para significar justamente la «partitio panis». Pregunto, ¿es precepto litúrgico obligado que los curas comulguemos con formas grandes, y al pueblo sea obligatorio darle de comulgar con las pequeñas? Porque si existe ese precepto, que lo dudo, tiene todos los boletos para ser abolido. Hace muchísimo tiempo que ya lo he hecho.
¿Está prohibido, o mal visto, que las mujeres hagan de acólitos en la Eucaristía? Porque recuerdo que el papa Juan Pablo II, nada sospechoso, como polaco, de modernismo litúrgico, publicó un decreto concediendo ese permiso que, en la práctica, en muchos lugares de la Iglesia, -en Brasil desde los años setenta-, y también en España se venía practicando. Y otra cosa, ¿Dónde está escrito que haga de acólitos solo los niños? ¿Y que tanto ¡si lo hacen niños como adultos tengan que ir ataviados con túnicas, que los haga parecer clérigos? ¿Tanto peligro teológico o litúrgico se esconde en que los seglares ayuden a la Eucaristía vestidos de calle?