Mártires. Consummatum est. Ya están en los altares los 498 nuevos beatos españoles. En Roma, por suerte, se guardaron bastante las formas. El Papa fue prudente. Vimos a Moratinos apaciblemente de rodillas al lado de Francisco Vázquez, nuestro embajador en el Vaticano. Hasta Martínez Camino tuvo alguna reacción sensata o diplomática frente a un grupo de ultras ondeadores de banderas preconstitucionales y proferidores de insultos. Ahora bien, se trataba de un acto muy excluyente, con olvido total de los muchos creyentes asesinados por los sublevados, entre ellos numerosos religiosos, sobre todo vascos.
Enhorabuena, por ello, a los católicos de Redes Cristianas, quienes, en el manifiesto publicado antes de la multitudinaria efemérides, señalaron que las beatificaciones les parecían muy inoportunas cuando la Iglesia aún no ha pedido perdón por la «posición beligerante» adoptada durante la contienda fratricida por la jerarquía eclesiástica. Jerarquía que proclamó, para más inri, que la sublevación era una «cruzada» contra los «sin Dios». «Olvidar a los miles de maestros, sacerdotes, obreros, dirigentes, políticos, etcétera, que murieron víctimas de la represión franquista no solo es una injusticia –insiste el manifiesto–, sino que hace imposible la reconciliación y la paz». Palabras mayores.
Razonando que la fecha de las beatificaciones no tenía nada que ver con el calendario político, el cardenal Rouco ha manifestado por su parte que a los nuevos beatos «tenemos que pedirles que intercedan por España, para que el bien de la reconciliación no se vea quebrantada por las circunstancias de España». Hay que ser un cínico redomado para decir esto, ya que, si el país anda hoy asaz crispado, gran parte de la culpa le corresponde a los obispos, tan empeñados en que España se disgrega y en que la asignatura de Educación para la Ciudadanía es expresión nada menos que del «mal».
MEMORIA.La Iglesia ha declarado a lo largo de la legislatura estar en contra de la ley de la memoria histórica, alegando que iba a reabrir las heridas de la guerra civil. ¡Ellos, que nada más proclamarse la República ya estaban en contra de la misma y que luego tuvieron la actuación que tuvieron! Hay que puntualizar, con todo, que Ricardo Blázquez no es ni Rouco ni Cañizares, y que sabe dialogar. «Comprendemos que otros quieran hacer por el estilo de lo que nosotros hacemos», ha dicho el presidente de los obispos en alusión a dicha ley. Está bien.
La ley es ya casi un hecho, y hay que agradecer, una vez más, el apoyo catalán. Pese a las objeciones que todavía se le pueden hacer, creo que se ha dado un gran paso en adelante en una sociedad que en su momento optó por no romper tajantemente con el pasado y proceder por la vía del pacto a la consecución pacífica de una monarquía constitucional.
Por lo que toca al detestable Valle de los Caídos, es de desear que los restos de Franco y de José Antonio Primo de Rivera sean devueltos pronto a sus familiares. ¿Y la desmesurada cruz del lugar? Sin duda sería demasiado esperar que un día la Iglesia entonara delante de ella su mea culpa, para que, de verdad, el monumento pudiera aludir a una verdadera reconciliación nacional. Entretanto, habrá que seguir pidiendo a la jerarquía que, por favor, trate de ser un poco más respetuosa con la historia.