O es un sofista o un demagogo con barniz de erudición y cultura
Juan Antonio Martínez Camino es una especie de valido al servicio del cardenal Rouco Varela. Hace poco, ha sido nombrado por el Papa Benedicto XVI obispo auxiliar de la diócesis de Madrid. Desde hace varios años, ejerce de portavoz de la Conferencia Episcopal Española. Pero, en la práctica, no es portavoz de la Conferencia, sino de su gran protector, que es Rouco Varela, ex presidente del organismo y aspirante a volver a serlo.
De modo que, desprovisto de escrúpulos y actuando al respecto sin ningún tipo de complejos –tal como Aznar procura que se comporte la derecha-, este clérigo se ha permitido disentir públicamente del obispo de Bilbao, Ricardo Blázquez, siendo como es el prelado bilbaíno presidente de los obispos. Ningún esfuerzo especial ha tenido que desarrollar Martínez Camino para ello.
Los perdedores mandan
Los obispos que de verdad ordenan y mandan en la Conferencia Episcopal son los que perdieron hace tres años en las urnas de la cooptación. Ganó Blázquez, pero Rouco y compañía siguieron exhibiéndose como si fueran los verdaderos representantes de la mayoría, mientras Blázquez no ha podido proyectar con eficacia su perfil moderado y más dialogante.
Sin agallas
Blázquez, al que en todo caso le faltan agallas para su cargo, trató hace un par de días de echar agua al vino de la reciente concentración católica antigubernamental declarando que no había que traspasar los problemas de la familia a “la derecha o a la izquierda.” O sea, que Blázquez, desde su evidente fragilidad como líder eclesiástico, intentó guiñarle el ojo a Rodríguez Zapatero enviándole un mensaje de cierta concordia o, al menos, de no agresión.
Ni anecdótico ni fortuito
Pero Martínez Camino no le ha obedecido. Al contrario, ha azuzado la polémica mediante un artículo publicado ayer en El Mundo –lo cual no es ni anecdótico ni fortuito-, dedicado totalmente a las bodas homosexuales. El portavoz de la Conferencia carga sin ambages contra el Gobierno. Es decir, contra la izquierda.
El clérigo impávido
Su argumentación revela que el valido de Rouco es, sobre todo, un sofista. O un demagogo con barniz de erudición y cultura. El clérigo mencionado utiliza el sofisma para sostener impávido que, tras la legalización de los matrimonios homosexuales, nos encontramos con una legislación de la que él deduce lo siguiente: “En España, el matrimonio ha dejado de existir legalmente».
Ampliamente compartido
¡Menuda falsedad la de este obispillo de oratoria relamida y pretendidamente académica, que no puede aportar ni una sentencia judicial que ratifique su tesis! La realidad cotidiana desmiente su criterio, eso sí, ampliamente compartido por numerosos colegas suyos. El matrimonio no ha dejado de existir legalmente como tal: tanto en el ámbito estrictamente civil -donde se incardinan las parejas homosexuales-, como en el optativo del rito católico.
Ahora pueden hacerlo
El presidente del Gobierno -en conversación con periodistas como colofón de la ceremonia de la Pascua Militar- ha recordado a los jerarcas de la Iglesia que “nadie puede imponer ni fe, ni moral, ni costumbres, sólo respeto a las leyes, que es el ADN de la democracia”. Quien siendo homosexual no desee casarse tiene todo el derecho a no hacerlo. Su decisión es, por encima de cualquier otra consideración, una cuestión privada y por supuesto respetable. Pero los homosexuales que quieran casarse, ahora pueden hacerlo. ¿Dónde está el mal en este asunto?
No hay espacio para el diálogo
La cúpula de la Iglesia católica se parece mucho en su mentalidad a la de los jefes de la derecha política, o sea, a los dirigentes del PP. Cuando opinan que un tema no coincide con su forma de pensar o con sus intereses, transforman ese tema en maldito, en apocalíptico y en destructor de España. O estás conmigo o estás contra mí. No dejan espacio para el diálogo o para el consenso.
El problema de fondo
Defienden lo que no es defendible. Su problema de fondo es que sólo aprueban la democracia cuando la mayoría les otorga su confianza. Son escasamente demócratas y son más partidarios del liberticidio que de las libertades. Los dos están demasiado acostumbrados históricamente a mandar. Los unos, con las bayonetas. Los otros, con la Santa Inquisición o el Tribunal del Santo Oficio. Hoy en día, por fortuna, no hay bayonetas ni funciona la Inquisición. Pero les queda la nostalgia y se refugian en ella. Olvidan que, con semejante actitud, pueden acabar convirtiéndose en estatuas de sal. Lo tienen bien merecido.