¿La Tradición? Tampoco: ¡El hombre!
La tradición es un elemento muy importante en la vida de los pueblos; hay que cuidarla; ya que en ella se contiene una gran riqueza cultural. Pero las tradiciones no se pueden convertir en norma intocable de consuelo; también por encima de la tradición está el bien del hombre.
NO ERA CUESTION DE HIGIENE
Se congregaron alrededor de é1 los fariseos y algunos letrados llegados de Jerusalén, y notaron que algunos de sus discípulos comían panes con manos impuras, es decir, sin lavarse las manos… Le preguntaron entonces los fariseos y los letrados
¿Por qué razón no siguen tus discípulos la tradición de los mayores, sino que comen el pan con manos impuras?
Los fariseos, los teólogos de la ciudad santa de Jerusalén, se muestran inquietos porque los discípulos de Jesús comen el pan sin lavarse las manos; pero su preocupación no es una cuestión de higiene, es un asunto de carácter religioso. La pureza, un concepto que entre nosotros se refiere casi exclusivamente al comportamiento sexual, abarcaba toda la vida la religiosa de los judíos, en especial la de los fariseos. De cuestiones de pureza e impureza se habla en el Antiguo Testamento, especialmente en el libro del Levítico (11-16.18), pero los fariseos aumentaron después las ya abundantes prescripciones en torno a la pureza apoyándose en tradiciones que, según ellos, tenían el mismo valor que los escritos bíblicos.
Los discípulos de Jesús ya se habían liberado de la esclavitud de las leyes y de las tradiciones religiosas (Mc 2,18.23-24) y tampoco respetan éstas. Los fariseos, reforzados por la presencia de los letrados de Jerusalén, vuelven a atacar dispuestos a no perder ninguna ocasión para desprestigiar a Jesús. Pero, una vez más, Jesús va a descubrir el verdadero rostro de estos hombres piadosos.
PRECEPTOS HUMANOS
Los profetas habían denunciado muchas veces el uso de la religión para tranquilizar la conciencia: rezar mucho mientras se practicaba la injusticia; acusaban al pueblo, y especialmente a sus dirigentes, de reducir toda la religión a ceremonias, a gestos exteriores que escondían un corazón vacío de amor a Dios e incapaz de amar al prójimo. Dios, dicen los profetas, no acepta esta clase de culto (véase Is 1,10-18; 58,1-12; Jr 7,1-28; Am 5,18-25; Zac 7).
Jesús escoge uno de esos párrafos de los profetas para ponerlo ante ellos como juicio definitivo de su manera de entender las relaciones con Dios: «Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. El culto que me dan es inútil, porque la doctrina que enseñan son preceptos humanos» (Is 29,13). Los textos citados anteriormente son más duros y expresan con más claridad la necesidad de que el culto a Dios se cimente en la práctica de la justicia y la solidaridad; el texto que cita el evangelio de Marcos, pone el dedo en la llaga y descubre la causa del mal: «la religión ha quedado vacía porque algunos hombres han conseguido sustituir las exigencias de Dios por tradiciones puramente humanas a las que se les quiere atribuir origen divino».
Jesús va a mostrar con un ejemplo que estas tradiciones invalidan los mandamientos de Dios y, además, perjudican a la mayoría de los hombres, aunque benefician a unos pocos, precisamente a los que las defenden. En los diez mandamientos de Moisés se mandaba cuidar de los padres, de modo que, en su ancianidad, no pasaran necesidades («honra a tu padre y a tu madre» significa fundamentalmente «sustenta a tu padre y a tu madre», no permitas que sufran la vergüenza de una vida miserable; véase Ex 20,12). No hay nada tan humano como ese mandamiento divino.
Pues bien: según una de esas tradiciones, que Jesús, con palabras de Isaías, llama preceptos humanos, si uno calculaba el dinero que podía costarle atender a sus padres y ofrecía esa cantidad como limosna para el templo, ya no tenía obligación de cumplir el que, según el catecismo, es el cuarto mandamiento de la ley de Dios: «Si uno declara a su padre o a su madre: «Esto mío con lo que podría ayudarte lo ofrezco en donativo al templo», ya no le dejáis hacer nada por el padre o por la madre, invalidando el mandamiento de Dios con esa tradición que os habéis transmitido.»
LO MALO ES… LA MALA IDEA
Jesús se dirige después a toda la multitud y vuelve a la cuestión de la pureza para decir que ésta no está en las cosas ni en las acciones en sí mismas, sino en el corazón del hombre.
Nada de lo que hay en la creación es impuro. Es la buena o la mala intención del hombre, al hacer uso de las cosas, lo que hace que algo sea agradable (puro) o desagradable (impuro) a Dios.
Después, al completar la explicación para sus discípulos, que tampoco parecían muy capaces de entender, pone como ejemplo algunas de las acciones que son desagradables a Dios; en todas ellas hay un denominador común: son acciones que hacen daño a la vida, a la dignidad o a los derechos del hombre: «Lo que sale de dentro, eso sí mancha al hombre; porque de dentro, del corazón del hombre, salen las malas ideas: incestos, robos, homicidios, adulterios, codicias, perversidades, fraudes, desenfreno, envidia, insultos, arrogancia, desatino. Todas esas maldades salen de dentro y manchan al hombre».
Entre nosotros también se invoca demasiado la autoridad de la tradición y se olvida, también demasiado, el valor del corazón; nos preocupa mucho hacer lo que siempre se ha hecho, sin pararnos a averiguar si eso es lo que conviene al hombre, y nos privamos de demasiadas cosas que no harían más que aumentar el caudal de alegría de nuestro mundo porque las tradiciones exigen que nos privemos de ellas. Las tradiciones, repitámoslo, pueden tener valor, pero no pueden ser la norma; la norma es el querer hacer, de corazón, lo que Dios quiere, y lo que Dios quiere es el bien del hombre. ¿No sería oportuno revisar muchas de nuestras tradiciones, leyes y manifestaciones de la religiosidad llamada popular, en las que no parece haber ningún inconveniente para que participen muchos enemigos de la vida, la dignidad y los derechos del hombre?