Los sacerdotes casados, signo del espíritu (II) -- Rufo González

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Moceop

¿Dónde está la comuni­dad que quería Jesús?
Lo básico no aparece­­­­­ a simple vista. Con la Iglesia ha ocurrido lo que con otras institucio­nes. Ves su comportamiento, y te llevas una desilusión. Sobre todo cuando sólo se percibe por los medios de comunicación -TV, radio, periódicos- la voz y las fotos de algunos responsables. ¿Dónde está, se preguntan algunos, la comuni­dad pobre, sencilla, de hermanos, que quería Jesús? En una institución tan inmensa como la Iglesia es muy difícil que lo mejor de ella, lo básico, aparezca a simple vista.

La mayoría de las críticas que se hacen a la Iglesia inciden sobre aspectos claramente mejorables (funciona­miento, conductas de sus miembros, viajes del Papa, tesoros, elección del Papa o de los Obispos, etc.) y que no son lo nuclear de la Iglesia. Por las aparien­cias no podemos juzgar su reali­dad profunda. Esto es lo triste: la inmensa mayoría de los llamados cristianos descono­cen la verdadera naturaleza de la Iglesia. Por ello estas críticas afectan más precisamente a quienes viven al margen de ella, aunque se tengan por cristianos. Al no estar integrados en alguna comunidad se pierden lo mejor de la Iglesia, quedándose única­mente con lo aparente, lo realmente negati­vo, lo mal interpre­tado, lo que podría evangélicamente ser de otro modo.

Comunidad y ministerios

La relación entre comunidad y ministerios puede expre­sarse así: lo primero y fundamental en la Iglesia es la comunidad. ?Ministerio?? significa ?servicio??. No es un premio o dignidad eclesiástica que se otorga a un sujeto por sus méritos rele­vantes. La vocación principal es la vocación cristiana, que se expresa en el bautismo. Después hay otras muchas vocaciones para servir a la comunidad: dirección o gobierno, misioneros, catequistas, doctores (especialistas en las diversas ramas de la teología), atención a los necesitados y enfermos, organización económica, etc. Es incuestionable la presencia de funciones de gobie­rno o dirección en las comunidades cris­tia­nas desde el principio. Tales funciones existen por voluntad de Dios: Pablo afirma rotundamente que los mini­sterios que hay en la comuni­dad son ?dones?? dados por Dios para el crecimiento de la Iglesia (1 Cor 12, 4.28.­31; Ef 4,11-12). Hay gran variedad y creatividad de ministerios para respon­d­er a las necesidades comunitarias (Rm 12,6-8; 1 Cor 12, 4-11.28-31; 14,6; Ef 4, 11-12; He 6,1-3).

Ministros ?ordenados??

La Iglesia tiene un servicio (ministerio) ?ordenado??, es decir, dado en el sacramento del ?Orden??. Se expresa así la voluntad de Cristo que quiso continuar su obra de forma organizada. Por eso eligió a unos discípulos como garantes principales de las acciones básicas de su Comunidad: evangelizar, realizar los sacramentos y construir la fraternidad. Lógicamente este servicio requiere cualidades especiales, además de la vocación cristiana arraigada profundamente. Es lo que se ha llamado ?vocación sacerdotal??: dotes de coordinación, mucho amor a la comunidad y a cada uno de sus miembros, preparación intelectual, actitud de servicio pastoral, agudeza y audacia espirituales para examinar todo y quedarse con lo bueno, y no apagar la fuerza del Espíritu (1Tes 5, 19-21), etc.

El sacerdocio «ordenado» al sacerdocio «común»

Este ?sacerdocio ordenado?? no anula, sino más bien promociona y está al servicio del ?sacerdocio común?? de los cristianos. Todos los bautizados participamos del sacerdocio de Jesús, que con su vida vinculaba a las personas con el amor del Padre-Madre. Todos, según los dones recibidos (fe, valor, saber educar la fe, teólogos, visitadores de enfermos y necesitados, intuición de la voluntad divina, diversas capacidades de servicios, etc.) conectamos a las personas con el Amor divino. Eso es ?sacerdocio?? existencial, bautismal, el más importante, la ?herencia?? más preciosa que tenemos los cristianos. Reconocer, avivar estos dones, respetar y promover su ejercicio cuidadosamente… es tarea fundamental del ?ministerio ordenado??, llamado sacerdocio ?ministerial??.

La Iglesia, durante siglos, ha prestigiado en exceso el sacerdocio ?ministerial?? como si fuera el único cristiano. Ha sido un signo claro del egoísmo de los dirigentes eclesiales: se han reservado para ellos el título común de ?sacerdotes??, ?clero??, ?otros Cristos??… Se han adornado con distinciones tan mundanas como pintorescas y rayanas en la blasfemia: ?reverendos, monseñores, excelencia, eminencia, santidad, beatitud, el Católico…??. Lo que era ?servicio??, los criados de la comunidad, se han convertido en ?señores??, en ?clero?? (curiosamente significa ?heredad??) como si sólo ellos fueran la ?heredad?? del Señor. En contra de la tradición evangélica y apostólica que no llama ?sacerdotes?? nunca a sus dirigentes.

Seguiremos…

Rufo González