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Trabajó 20 años como misionero en Uganda. Casado y con dos hijos. Cooperante un año en Goma (República Democrática del Congo). Desde mayo de 2012 es consultor para Naciones Unidas en el Este de la República Centroafricana.
Llevo 23 años en África. Primero viví en Uganda dos décadas como sacerdote misionero y después en Congo y República Centroafricana como cooperante y consultor. Cuando voy a España y entro en una iglesia, casi siempre con asistentes bastante mayores y con curas que hablan de temas que me parecen estar al margen de las preocupaciones de la gente, no me encuentro en casa. Me falta el calor humano, la música rítmica y el sentido de religiosidad que se suele respirar en cualquier lugar del continente africano donde un grupo de cristianos se reúnen a rezar. Dada mi experiencia personal, no puedo separar las palabras ?Iglesia?? y ?África??.
Tampoco puedo separar los conceptos ?Iglesia?? y ?paz??. He vivido siempre en lugares en conflicto, y durante mis años de religioso participé en varias iniciativas de mediación y de denuncia de abusos de derechos humanos. Viví cinco años con un arzobispo, John Baptist Odama, que se iba a la selva a hablar con los guerrilleros. Un día se hartó de ver a miles de niños que dormían en las calles de Gulu y se fue a compartir el duro suelo con ellos durante cinco días. En Goma viví un año en una comunidad con un salesiano español que por las mañanas daba clases de electricidad y por las tardes organizaba ligas de fútbol con cientos de niños de barrios pobres. Ahora, en Centroáfrica, veo a misioneros combonianos que abren parroquias donde por la noche estudian chavales que no tienen luz en su casa y a monjas que curan los traumas de niños ex guerrilleros. La última persona que me ha impresionado es el arzobispo de Bangui, que lleva varios meses intentando mediar con los rebeldes de la Seleka, a pesar de que muchos de ellos ?fundamentalistas islámicos- atacan iglesias y agreden a religiosos.
Personas como estas representan lo mejor de la Iglesia en África, un lugar donde los católicos ?y las vocaciones sacerdotales- crecen con más rapidez que en otros continentes. Puede que una de las razones sea porque aquí la Iglesia sí se ocupa de los problemas reales de la gente. Sus escuelas y centros de salud suelen ser los mejores de los países donde está presente y cuando hay una crisis en uno de ellos y un líder católico habla, la gente le escucha. El reverso de la medalla lo representa un modelo de sacerdocio muy clerical y basado en el poder, algo que tiene su origen en la formación que se da en los seminarios africanos, y unas oficinas diocesanas donde a menudo la justificación de fondos y la transparencia dejan mucho que desear. Una de las razones que explican esta lacra es la presión bajo la que se suelen encontrar innumerables curas y obispos por parte de sus familiares, con peticiones de ayuda que no terminan nunca.
La Iglesia tiene una buena influencia entre las masas de desheredados de África, en parte porque ellos no tienen otra institución que se ocupe tanto de ellos. Pero no hay que olvidar que en el continente la clase media crece como la espuma y que está surgiendo una nueva generación de personas con un espíritu más crítico que no dudarán en llamar a su párroco o su obispo al orden si ven que no vive con la coherencia que se espera de ellos. Además, no hay que olvidar que aquí también hay signos de desencanto hacia el catolicismo, y si bien es verdad que los católicos crecen en África, una buena parte de ellos se pasan a los nuevos movimientos pentecostales o evangelistas pasadas sus dos o tres primeras décadas de vid
(Publicado en El País el 11-03-2013)