El jueves este diario se hizo eco de la postura de algunos sectores de la jerarquía mallorquina con respecto a las afirmaciones sobre la finalidad del matrimonio: la procreación, defendida en el Full Dominical por uno de los sacerdotes más jóvenes de nuestra diócesis. No creo que sólo sean los curas quien tenga que desmentir y oponerse a tales opiniones; somos principalmente los casados los que hemos de decir algo.
Quizás lo más prudente sería pedirle a todos los jerarcas de la iglesia que hablan en nombre del Evangelio, que se dejen de posturas papales anteriores o posteriores al Vaticano II. ¿Por qué no se van más atrás aún en el tiempo y optan por el Evangelio? ¿Qué actitudes tuvo Jesús respecto del amor? ¿Lo consideraba lo suficientemente importante como para tenerlo como fin en sí mismo? Sobradas muestras hay en Jesús de Nazaret, defensor a ultranza del amor por encima de leyes, de normas y del templo. Claro, eso le constó el descrédito religioso y una conspiración religiosa y política que le costó la vida.
¿Ocurriría hoy lo mismo? ¿Qué diría Jesús, de la finalidad del matrimonio, sino que nos amemos, siempre y del todo. Con el cuerpo y con el alma, que es la única manera de amar. Diría que no hay nada más sublime que el amor, que el amor nunca puede ser egoísta porque son dos palabras antagónicas. ¿Qué pueden saber los clérigos del amor de una pareja, si ellos no la tienen? ¿Qué saben del intento diario de renovar el amor, del aprender a no acostarse junto al otro sin antes haberse reconciliado, de la perdida absoluta de la privacidad, de espacios personales porque un día dos decidieron compartirlo «todo», del aprender a amar al que está a tu lado y ya no es la persona de la que te enamoraste hace tiempo, ni tú tampoco lo eres para él, simplemente porque la vida nos cambia, pero en ese cambio, seguir queriendo «quere» y dejarse querer?
¡Qué poco han mirado a sus padres los que no entienden que el amor es la única finalidad del matrimonio y también la de todos los demás! Nadie se sirve una comida con finalidad de hacer bien la digestión. El primer fin de la comida, por lo menos para un sector de la humanidad como es el nuestro, es «disfrutar».
Disfrutar del amor es la única manera de ser creyentes en el Dios que nos revela Jesús de Nazaret. En su nombre no me puedo callar. El que fue acusado de frecuentar a pecadores, de comilón y bebedor, que no tuvo reparos de dejarse besar en público por mujeres de cuestionada moral, que encaró a quienes iban a apedrear a una mujer descubierta en adulterio (no al hombre que adulteraba con ella), que entró en conversaciones personales e íntimas con una samaritana que vivía con uno que no era su marido… y no les reprochó absolutamente nada.
¿Qué diría de esa reflexión de este joven sacerdote? Diría, quizá, a éste y otros, que mejor hagan reflexiones sobre los excluidos de nuestra sociedad y que Jesús sólo pide de sus seguidores que vivamos el amor incondicional y comprometido con las causas perdidas. La finalidad del matrimonio no creo que le preocupase.
En cuanto a los hijos, eso sólo puede ser de la incumbencia y la decisión de quienes optan por un camino de amor y entrega que no tiene fin. No es raro que muchos no se atrevan o no quieran entrar en ello, y no pasa absolutamente nada. Les basta y les sobra con la tarea de amarse.