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Ayer presenté, en este blog, la nota que la CNBB (Conferencia dos Bispos do Brasil) ha escrito hace unas semanas sobre la gravedad de la corrupción en el actual momento político y social de Brasil. Lo ofrecí por la similitud que un documento episcopal española podría tener si nuestra Conferencia Episcopal Españ0ola (CEE) se animara a dirigir una parecida denuncia profética contra la corrupción que en los últimos tiempos se viene descubriendo en el mundo político y empresarial. Y en esta mi entrega de hoy, como prometí, voy a intentar demostrar, párrafo a párrafo, que un documento como ese vendría muy bien a la sociedad española, y, mejor todavía, a la comunidad eclesial. El documento comienza con la significativa sita de Isaías, 1,17, que aconseja: «Aprended a hacer el bien, buscad lo que es correcto, defended el derecho del oprimido».
«La Conferencia Nacional de los Obispos de Brasil-CNBB, a través de su Consejo Permanente, reunido en Brasilia de 24 a 26 de octubre de 2017, manifiesta, una vez más aprensión e indignación con la grave realidad político-social vivida por el País, afectando tanto a la población como a las instituciones brasileñas». Esta es la tajante afirmación de entrada en la que los obispos brasileños constatan dos cosas importantes y decisivas: a), «la grave realidad político-social vivida por el País», que se extiende tanto a la población en general, como a las instituciones socio-políticas: y b), la «aprensión e indignación» con la que los prelados contemplan el panorama. Aprensión e indignación con las que se identifican con todo su rebaño, poniéndose a su altura, como es el estilo que espera de estos pastores el mayoral supremo del rebaño, el papa Francisco.
«Rechazamos la falta de ética, que hace décadas, se instaló y continúa instalada en instituciones públicas, empresas, grupos sociales y en la actuación de innumerables políticos que, traicionando la misión para la cual fueron elegidos, lanzan la actividad política en el descrédito. Las gangas en la liberación de enmiendas parlamentarias por el Gobierno es una afrenta a los brasileños. La retirada de indispensables recursos de la sanidad, de la educación, de los programas sociales consolidados, del Sistema ?nico de Asistencia Social (SUAS), del Programa de Cisternas en el Nordeste, ahonda el drama de la pobreza de millones de personas.
El divorcio entre el mundo político y la sociedad brasileña es grave». Sería de una muy alta y desacreditada frivolidad afirmar que estas palabras no caen como un guante a ,a situación que se da en nuestro país. El descrédito de los políticos, en general, lo confirman las encuestas. Y el cambio de favores en las concesiones de licencias de obras y otros beneficios están apareciendo cada día en las trams como Gurtel, o la Púnica, y tantas y tantas operaciones corruptas entre instituciones públicas, políticos, y empresarios. O las gangas para conseguir enmiendas legislativas favorables, con la aprobación de las mismas, o a cambio de votos en la Cámara para asentar unos presupuestos favorables. Recordemos el pingüe beneficio que los seis (6) diputados de EAG- PNV consiguieron para Euskadi en la aprobación de los últimos presupuestos, unos 1.500 millones de euros, que, según otras fuentes, sumaron un montante más sustancioso.
«La apatía, el desencanto y el desinterés por la política, que vemos crecer día a día en medio de la población brasileña, inclusive en los movimientos sociales, tiene su raíz más profunda en prácticas políticas que comprometen la búsqueda del bien común, privilegiando intereses particulares. Tales prácticas hieren la política y la esperanza de los ciudadanos que parece «que ya no creen en la fuerza transformadora y renovadora del voto. Es grave quitar la esperanza de un pueblo. Es urgente estar atentos, pues situaciones como ésta abren espacio a salvadores de la patria, radicalismos y fundamentalismos que aumenta la crisis y el sufrimiento, especialmente de los más pobres, además de amenazar la democracia en el País».
La constatación que presenta este párrafo de los efectos de la corrupción política en le grueso de la masa social de un país es mucho más que preocupante: no solo pueden llagar a poner en duda la fuerza «fuerza transformadora y renovadora del voto», sino que pueden provocar males mayores, como son: quitar la esperanza de un pueblo: abrir espacio a salvadores de la patria, radicalismos y fundamentalismos que aumenta la crisis y el sufrimiento, especialmente de los más pobres: e, incluso, a «amenazar la democracia en el País». Podemos estar de acuerdo totalmente con nuestros hermanos los obispos brasileños en que, todavía más que ciertos desvíos concretos y localizados de abusos en la practica estrictamente democrática, como el que hemos vivido en los últimos años en Cataluña, puede ser más pernicioso para la Democracia, a medio y largo plazo, ciertas «prácticas políticas, en la línea de lo socio-económico, que comprometen la búsqueda del bien común, privilegiando intereses particulares», y que podrían a comprometer seriamente la ilusión por la tarea democrática común en muchos ciudadanos, muye especialmente en los más jóvenes.
«A pesar de todo, es preciso superar la tentación del desánimo. Sólo una reacción del pueblo, consciente y organizado, en el ejercicio de su ciudadanía, es capaz de purificar la política, sacando de su medio a aquellos que siguen el camino de la corrupción y del desprecio por el bien común. Animamos a la población a ser protagonista de los cambios que Brasil necesita, manifestándose de forma pacífica, siempre que sus derechos y conquistas sean amenazados. Llamados a «esperar contra toda esperanza» (Rm 4,18) y seguros de que Dios no nos abandona, contamos con la actuación de los políticos que honran su mandato, buscando el bien común. Nuestra Señora Aparecida, Patrona de Brasil, anime y dé valentía a sus hijos e hijas en el compromiso de construir un País justo, solidario y fraterno. Brasilia, 26 de octubre de 2017
Con estas palabras de ánimo, y recordando la responsabilidad de toda la población, acaban los prelados brasileños muy en línea con su misión: no solo denunciar las injusticias y los desvíos sociales y políticos, sino de iluminar y de alentar a todos con la fuerza esperanzadora del evangelio para «construir un País justo, solidario y fraterno.»