Si no reclamamos para nosotros el poder del alma, nos convertiremos en sus víctimas, sufriremos nuestras emociones en vez de sentir que trabajan para nosotros?
Thomas Moore
Creo que una de las mayores grandezas que ha tenido el movimiento Scout, es no sólo haber dado contención a infinidad de niños, sino hacer que muchos de ellos, cuidando a otros niños, recompongan su vínculo con lo paterno.
Como señalaba un gran pedagogo cristiano, el padre Kentenich, fundador del movimiento de Schönsttat, tres cosas pueden sanar la ausencia de un padre adecuado en la vida de los niños:
La primera es un padre sustituto que realmente los quiera personalmente y los proteja.
La segunda es que pueda desarrollar su cuidado con otros niños y mascotas.
Y la tercera es que alguien los ayude a trabajar con la idea de Dios padre, para que esa energía sea realmente el sostén de quien fue dañado en su esencia.
En la actualidad muchos educadores de niños concuerdan en que la infancia suele quedar sometida a tantos determinismos morales y sociales, que los niños se ven atrapados en espacios de muy poca calidad de vida y escasa excelencia pedagógica.
«La educación de los niños y adolescentes es uno de los mayores desafíos que tienen el estado y la sociedad argentina», expresó el ministro Eduardo Luis Dualde.
En la década de los setenta nacieron infinidad de iniciativas de hogares sustitutos alternativos a los orfanatos, que distendieron aquella problemática original, pero que resultaron insuficientes frente a las nuevas problemáticas psicosociales, principalmente por el desgaste o la ineptitud de los cuidadores. «Se observa como importante reforzar la capacidad de contención de las unidades de fortalecimiento familiar, capacitando al personal en la promoción de conductas pro sociales. Los más pobres -que a mi modo de ver son los débiles mentales violentos- son los más excluidos y para ellos, cuando la familia está ausente, urge crear terapias intensivas de contención e inclusión a cargo de los más competentes y mejor pagos.
Ya no solo se premia a los maestros de frontera por su sacrificio de cara a las zonas, sino conforme a su grado de exposición de cara al niño de las nuevas subculturas del paco. De nada sirve la ley si no se optimizan la terapias intensivas morales de sus los con trastornos de conducta antisocial y violenta. Para el Estado que excluye, el «paco» es una buena salida, porque en poco tiempo elimina al menor antisocial violento. Urge un «paco» al revés, «ocap», es decir ?organizaciones comunitarias asociadas a profesionales? de la inclusión y a grupos interdisciplinarios que focalicen la atención de los niños débiles mentales con trastornos de conducta, en espacios de socialización. Así se avanzará en la real humanización de la sociedad.
La prevención secundaria del delito se está haciendo en escasos centros privados.
Nuestro enfoque hace más hincapié en el marco teórico de Winnicott que en el de A. Freud. El psicoanalista y pediatra inglés advierte en uno de sus trabajos dedicados al tema que: «Salta a la vista que la expresión ‘trastornos de carácter’ es demasiado amplia para ser útil, sobre todo si toma lo social como un elemento extrínseco de la dolencia, o bien se debería indicar qué uso le daremos en este término» (Winnicott, 1990: 279). También indica que dicho trastorno es un intento de incorporar la tendencia antisocial a la personalidad, lo cual evita otras situaciones en la que se produciría un derrumbe psicótico. Dentro de este encuadre le adjudica un carácter de auto-curación ciertamente fallido. El niño agredido repite la acción traumática experimentada con la agresión en los términos freudianos.
Los grupos de veteranos referidos por Shatan, están constituidos por agresores que no han logrado incorporar la acción traumática a la personalidad. En tal sentido hay una sana demanda a cambio de un intento de auto-curación. Lo peor que podría hacerse desde nuestra concepción de colectivo, es orientar la demanda hacia la identidad institucional que en términos clínicos conduce al trastorno de carácter.
Si cuidamos las instituciones de fortalecimiento familiar sin desentendernos de las historias clínicas personales de los niños que presentan trastornos violentos y conducta antisocial, haremos que estos síntomas generalizados a veces en cierta cultura de la pobreza y de la riqueza (por una mala apropiación de los bienes debidos) se hagan menos crónicos. Las terapias intensivas de inclusión acotan la mistanasia de niños pacientes con las cuatro ?d?: desesperanzados, desesperados, descontrolados y desprotegidos.
A menudo en los centros comunitarios se asiste a niños adictos sin voluntad de tratamiento, a veces hiper-excitados, otras muy deprimidos, enviados con causas penales por los jueces o por demandas familiares, sin ninguna decisión voluntaria de recuperación, los cuales no suelen dar consentimiento al tratamiento que se les ofrece. Son reticentes al papel estructurante de las normas sociales, resistiendo todo tipo de cuidados.
Afrontar los conflictos que conllevan estos pacientes exige capacitación bioética y clínica (que los equipos no mediquen desproporcionadamente, cuando no se sabe cómo proceder ante circunstancias tan complejas). Se requiere un buen manejo de los mecanismos contra-transferenciales, creatividad pedagógica y terapéutica, y autocrítica de lo que en el staff profesional puede autoevaluarse como conductas cínicas: cuando la escucha es precaria, por las dificultades psíquicas del niño paciente, o morales, espirituales y/o técnicas de los agentes de salud (no debidamente entrenados o anquilosados en posturas viciosas).
Los menores pacientes con éstas características son derivados a una cadena de internaciones inválidas en la contención real, con escasas posibilidades de rehabilitación. Ante la imposibilidad de curar, sólo se cuida. Así, en los agentes de salud formados solamente en el arte de curar, se provocan heridas narcisistas: ante estas circunstancias se sienten disminuidos por el paciente ?problema?, que en el mejor de los casos logra una abstinencia momentánea mientras está en espacios de no corrupción institucional donde no se le siguen administrando drogas.
También es muy común que los niños en estructuras de encierro, como son las instituciones globales con baja nomalización, que no fueron diseñadas para esa problemática de la inclusión y el autovalimiento, se expresen con violencia. Los profesionales también pueden adoptar actitudes defensivas previendo posibles desbordes emotivos, episodios de pánico o claustrofobia, depresión aguda y conductas suicidas.
¿Cómo superar el desaliento frente a ésta problemática?
¿Es ético tratar y medicar a quien no ofrece ningún consentimiento y no suele tener referentes familiares para su contención y consulta?
De cara a las redes locales ¿es ético tratar en las comunidades terapéuticas sólo a quien voluntariamente informe deseos de recuperarse, y permitir que un resto entendido como no colaborador con los tratamientos deambule?
¿Cómo se ve el modelo holandés, el español o el israelí, que frente a un paciente recalcitrante, negligente a todo tratamiento, propicia estrategias y espacios de disminución de daños donde los pacientes pueden drogarse con debida prescripción médica? Se sabe que en España la mitad de los drogadictos tiene enfermedad psiquiátrica asociada. Hace veinte años, hablar de enfermedad mental asociada al consumo de drogas era la excepción, pero actualmente empieza a ser lo corriente.
Casi la mitad de las personas que recibe tratamiento por un trastorno por uso de sustancias, presenta además, un trastorno psiquiátrico adicional, que puede ser leve (ansiedad) o más grave (psicosis). Se estima que un tercio de las personas con esquizofrenia y más de la mitad de las afectadas por un trastorno bipolar (psicosis maníaco-depresivo) tiene problemas con el alcohol.
El índice de descompensaciones de las esquizofrenias ligadas al consumo de estimulantes y cocaína es muy alto.
La prevalencia en vida del consumo de drogas entre personas que sufren esquizofrenia se estima en torno al 50 por ciento. La morbilidad de ambos procesos ensombrece el pronóstico de resultados positivos en el tratamiento, tanto de la esquizofrenia como del abuso de drogas. Los pacientes con enfermedad mental y consumo de drogas presentan una mayor tasa de ingresos psiquiátricos y están más abocados a la marginación social y a las conductas delictivas y antisociales.
De todas maneras se sabe que no está probado que el consumo de drogas sea un elemento importante en la comisión de los delitos. Lo que sí es un área de delito muy importante es el tráfico de drogas, porque genera una situación de enorme violencia. En algunas villas del Gran Buenos Aires ya había un enorme tráfico de drogas desde la década del ?80, y además hay un enorme deterioro social, con zonas profundamente desindustrializadas. En la actualidad, incluso las madres que venden paco (mata guachos) son discriminadas por la internas en las cárceles, que son lugares de difícil reconstrucción moral. Esto suma más precariedad a los niños en conflicto con la ley, al no contar con una madre contenedora, que a su vez nunca va a ser contenida.
Se sabe incluso que cuando hay tratamiento de la patología dual, de la enfermedad psiquiátrica asociada al consumo de sustancias, debe existir un tratamiento integral. Los abordajes terapéuticos tienen que llevarlos a cabo los mismos equipos, con objetivos a corto plazo de disminución de la ?peligrosidad?, de cara a la integridad de los mismos niños y los cuidados de su entorno, que muchas veces son víctimas y victimarios de los trastornos antisociales.
Cuando además de marginación, los niños con trastornos antisociales presenta una patología dual y abuso de sustancias, en la práctica, ambas sintomatologías interactúan entre ellas y, a veces, producen cuadros clínicos complejos de diagnosticar, donde no se fácil distinguir los síntomas de la enfermedad mental y los de la drogodependencia. En relación con la terapia, el tratamiento por separado de la toxicomanía y de la psicopatía es uno de los errores más importantes.
La única manera de optimizar el tratamiento, es que el mismo equipo se encargue del abordaje del problema de la droga y de la enfermedad psiquiátrica primaria, sin dejar como postre la atención espiritual porque esta enfermedad, sobre todo, simboliza el desorden y la necesidad de un equilibrio interno frente a presiones uniformantes.
En esta unidad, el proceso terapéutico se estructura en torno a unas fases en las que se pretenden facilitar etapas de aprendizaje social, psicológico, ético y espiritual, que incluyen objetivos fase-específicos de modificación de hábitos y actitudes, propician la adquisición de estrategias más adaptadas y establecen las bases sobre las que el niño pueda iniciar un nuevo estilo de vida, más autónomo, en un espacio realmente protegido y más gratificante, que lo ayude a reconstruir un vinculo familiar o social. Este es el enfoque que debería aplicarse de cara a los niños en conflicto con la ley, que presentan actitudes por demás hostiles y de violencia incluso hacia ellos mismos.
La regla de oro de un buen tratamiento, una vez confirmado si hay patología psíquica, es estabilizar la enfermedad mental y después tratar la adicción, y desde allí diseñar la inclusión en una estructura palio- guardante que sirva como familia sustituta.
Como señala Sandra Russo, las miles de mujeres que mueren anualmente por abortos mal practicados y las miles de adolescentes madres ¿no son en realidad, para la sociedad adicta a lo no dicho, tan funcionales y útiles como los muertes por violencia y sobredosis de muchos de los niños de la cultura del paco?
También se sabe que en la cultura de la marginalidad puede seducir más ser ?dealer? que recibir un plan trabajar, lo que hace que muchos niños de esa cultura vean en los adultos siempre alineaciones patéticas.
El modelo capitalista vigente puede caer en el riesgo en un pesimismo con respecto a las masas, y de sólo querer sumar confort al suicidio asistido. Así se está motivando al desenlace infausto. Se escucha decir que ?con ese tipo de niño se llegó tarde?; ?por eso hay que mantenerlos encerrados para que la agonía sea menos dura y para que puedan dejar de hacer daño?.
El estado que así nos brinda un tratamiento de ?disminución de daño? es como un aliado del patovica violento, que no deja entrar al adolecente pobre a la fiesta y se pone guantes para que el resultado de las piñas no se vea tanto.
En los nuevos centros que auspiciamos, ningún profesional se siente un inmoral cuando prescribe un antidepresivo o un sedante a un niño paciente en crisis emocional o con síndrome de abstinencia? pero también hay profesionales entrenados en la escucha de los niños pacientes, para comprender qué es lo no dicho o lo que es difícil verbalizar, sobre todo si se trata de un niño adicto
¿Se consideran y consignan en las respectivas historias clínicas los dilemas morales y las crisis espirituales y sociales que estos pacientes suelen manifestar? ¿Qué valor se otorga al relato que el mismo paciente construye en relación con su crisis? ¿En qué medida los profesionales oficiamos de cómplices de una sociedad que conmina frecuentemente a sus integrantes más sensibles al confinamiento y al silencio o a una cueva, como en la película ?La Sociedad de los Poetas Muertos??
El tratamiento del adicto generalmente está dirigido a «limpiarlo» o recuperarlo a la «normalidad social» mediante diversas terapias complementadas con programas de prevención, cuya finalidad es evitar que el resto caiga en el mismo error. Tanto para quienes «limpian» como para quienes «recuperan», los adictos son el problema. A estas posturas les cabe la siguiente definición de la droga: «Es el punto de encuentro de todos los que viven en el mismo desconcierto.»
Esta postura, al no efectuar un análisis más complejo que la simple diferencia entre «puros» y «perdidos», sólo ha servido para reforzar el paternalismo de las estructuras de poder, ocupándose del adicto desde el punto de vista asistencial o punitivo.
Las posiciones más «aggiornadas» dentro de esta línea, observan los conflictos sociales, la injusticia, la falta de equidad, y alertan sobre el incremento de la desocupación y el malestar reinante en nuestra cultura; pero siempre aislando el problema, o implementando estrategias «quirúrgicas» para los «tumores», y dejando las estrategias globales en manos de quienes carecen de urgencias, sea por ignorar el sufrimiento concreto de tener un hijo adicto, o por no haber padecido las consecuencias de la violencia callejera concomitante con el mundo de las drogas.
En ese esquema, dicho planteo no sólo refuerza el paternalismo, que podría señalarse como un probable origen de las conductas adictivas, sino que además es ineficaz porque al ignorar la causa del problema, no le proporciona tratamiento alguno. El error pareciera radicar en la errónea interpretación de los síntomas, que no sólo develan el problema particular de quienes padecen, sino también el desequilibrio orgánico del todo social.
¿Cómo orientar acciones efectivamente preventivas? Creo que lo que evidencian algunas personas con determinado tipo de adicción, censurado o no por la sociedad, es el síntoma de un modo profundamente erróneo de vincularse -de cada individuo en particular y de la sociedad en general-, con implicancias difíciles de delimitar entre lo fisiológico, lo psíquico y lo psicosomático.
Trabajar con la incertidumbre y poner coto al espacio de ensoñación que nos propiciamos con nuestras adicciones, resulta muy duro cuando un paciente está en fase de negación.
No siempre se informa que las mismas cosas que intensifican el endurecimiento del corazón pueden ablandarnos y hacernos más humanos. Como señala Leonardo Boff, «La vida que cura, es la vida verdadera, transparente, que mira ojo a ojo, que siente corazón a corazón, que no crea mecanismos de disculpas y de fuga, ni de auto-justificación para ocultar la realidad, sino que la deja tronar. Hacer este trayecto es muy doloroso, porque a ninguno de nosotros nos gusta convivir con el lado menor, el que nos avergüenza y nos humilla. Pero ese lado también es nuestro y debemos asumirlo, para entonces sí, poder ser más humanos.»
Curiosamente, el mayor sanador de adicciones en su primer milagro transformó el agua en vino, festejó cuando hubo que festejar y lloró cuando hubo que expresar la tristeza. Así, muchos comprendimos, como dice la canción, que ?sólo se trata de vivir?. Si bien no faltan las pulsiones suicidas o sadomasoquistas en ciertas exaltaciones de la vida, el déficit de la civilización moderna radica en nuestra falta de respuestas a la pregunta qué es una vida, qué quiere decir amar la vida. El dios padre de Jesús es un buen padre no porque es un buen juez y así alardea su justicia sino por que por su hijo y por el poder de su amor y su palabra nos puede ayudar a nosotros a expandir nuestra divinidad su divinidad en todo lo creado. Dios es un buen padre porque cualquier niño hasta el más violento enseñado a conectar con su divinidad puede expandir amor y luz
Bibliografía
Pema Chodron es una monja budista, maestra residente en la abadía de Gampo, Cape Breton, Nueva Escocia, Canadá. Es autora de varios libros, entre ellos ?The places that scare you? (Los lugares que nos asustan),?The wisdom of no escape? (La sabiduría de no escapar), ?Start where you are? (Empezar donde uno se encuentra) y ?When things fall apart? (Cuando las cosas se caen a pedazos).
Dr. Leonardo Belderrain capilla santa Elena parque Pereyra Iraola