Se ha corrido estos días (22 de septiembre de 2007) la noticia de un acuerdo básico sobre la financiación de la iglesia católica en España. El gobierno socialista y la jerarquía católica han llegado a un compromiso que ha sido recibido con satisfacción, al menos momentánea, por ambas partes. El tema es complejo, desde una pespectiva histórica y social, cultural y religiosa. Ahora no entramos en el detalle del acuerdo, ni fijamos nuesta opinión sobre la economía de la Iglesia, cosa que haremos en intervenciones sucesivas. Pero queremos evocar algunos usos primitivos.
En tiempos del Nuevo Testamento, el mantenimiento económico (o la comunicación de bienes)dentro la iglesia, y especialmente en relación a sus ministros, se podía realizar de varias formas.
1. Intercomunicación mesiánica (cf. Mc 6, 6-12 par). Cada creyente colabora a su manera, dentro de un modelo eclesial en el que todo se comparte. Los “itinerantes”, es decir, los ministros del evangelio ofrecen la palabra y ayudan gratuitamente a los demás con el testimonio de su desprendimiento económico. Por su parte, los “sedentarios” (que suelen ser los propietarios) les ofrecen de un modo también gratuito comida y a veces alojamiento, en un contexto de abundandia (cf. Mc 10, 29-31: ciento por uno).
Éste no es modelo de mendicidad, sino de división de funciones y de comunicación no salarial: el misionero no está obligado a un trabajo económicamente productivo, pues todos comparten palabras y haberes. Éste es un modelo cercano al del monacato del primitivo budismo. Lo comentaremos con más extensión otro día.
2. Servicio eclesial gratuito, con trabajo no eclesial retribuido (cf. 1 Cor 9). El misionero o ministro de la iglesia gana con otro oficio su salario, como un profesional, de manera que realiza las labores de la iglesia de un modo gratuito. En este contexto se nos dice que Pablo teje lonas o telas de cabra para tiendas de campaña, de manera que puede predicar el evangelio sin recibir por ello paga alguna. La función puramente eclesial se realiza en los “tiempos libres”, en forma de voluntariado no retribuido. En esta línea se ha mantenido el rabinato judío (los grandes maestros han sido trabajadores manuales) y el monacato cristiano más antiguo. Por ella avanzan muchos “servidores” eclesiales de la actualidad.
3. Servicio retribuido. Modelo salarial. Aparece ya en 1 Tim 5, 18: la iglesia paga con sus medios a quienes trabajan para ella, con dedicación permanents. Este modelo ofrece ventajas, pero corre el riesgo de profesionalizar las tareas de evangelio. Pablo había defendido ese derecho para otros, apelando a un texto famoso de Dt 25, 4: “no pondrás bozal al buey que trilla” (cf. 1 Cor 9, 1-18), pero no quería utilizarlo a su fvor para no poner impedimento al evangelio.
Parece que en el principio de la Iglesia dominaba el modelo carismático de la intercomunicación mesiánica, sin salario propiamente dicho, sin distinción de clases o funciones. Pero a partir de las cartas pastorales (Timoteo y Tito) algunos ministros de la Iglesia empiezan a considerarse funcionarios. Esas cartas nos sitúan ya en el centro de una problemática social y religiosa que se pondrá más de relieve en los tiempos posteriores.
«Los presbíteros que presiden bien (=gobiernan) son dignos de doble honor (=paga), principalmente los que trabajan en la predicación y enseñanza. Porque la Escritura dice «no pondrás bozal al buey cuando trilla» y «el obrero es digno de su salario»» (1Tim 5, 17-18).
Estos presbíteros presidentes ejercen una tarea (predicación, enseñanza) al servicio de la comunidad, a la que se vinculan y de la que reciben un salario por su dedicación a la Iglesia, que aparece según eso como institución con fondos propios (hay una caja común que empieza a ser abundante, para servicio de viudas, huérfanos y pobres). De esa misma «caja común de los pobres» se paga a los presbíteros, que destacan no sólo por edad (son presbíteros, hombres de autoridad y prestigio social),Más que No son misioneros (portadores de la palabra hacia fuera), son servidores de unas iglesias que han crecido y tienen una estructura social definida, de manera que deben ser bien gobernadas. Ya no bastan unos servicios carismáticos espontáneos, sino que se han de escoger presbíteros proestôtes (= presidentes) para su servicio:
Estos presbíteros on varones de Palabra, capaces de dirigir a un grupo, hombres de consejo, que destacan por su conocimiento, pues se dice que predican y enseñan. La Palabra que transmiten no va unida a su carisma personal, como en Pablo, sino que surge y ha crecido con el estudio y sabiduría de los años. Ellos realizan un servicio a favor de la iglesia (de la comunidad creyente) y la comunidad tiene ya medios para mantenerlos. En ese contexto de puede aplicar de un modo ya preciso una sentencia proverbial ya citada (el obrero es digno de su salario), que aparece en el mismo contexto de los evangelios (Mt 10, 10 y Lc 10, 7). Estos presbíteros a los que la iglesia ha de pagar son «ancianos» de virgud, que trabajan bien (kalôs) al servicio de la comunidad.
Ellos están liberados básicamente para la palabra, no para temas de organización económica o social, ni para dirigir el culto, sino para el mensaje y enseñanza. Aran al servicio de la iglesia; no se les debe poner un bozal.
Estamos ya ante una iglesia que se ha vuelto institución estable, con funcionarios pagados, a los que puede y debe liberar para que se dediquen totalmente al servicio de la comunidad. Surge así un salario ministerial que marcará profundamente a las iglesias, de manera que pueden distinguirse unos que predican-enseñan (sin trabajos materiales)y otros que producen (para los predicadores).
De todas maneras, en el principio, no parece que hubiera división social entre ministros y no ministros cristianos, de tal manera que había que animar a los posibles candidatos a que se presentarán para los servicios comunitarios (¡poco pagados!) , como dice un famoso texto:
«Quien aspira al episcopado, desea hermosa tarea… Pues el obispo debe ser irreprochable, marido de una mujer, sobrio, prudente, decoroso, hospitalario, capaz de enseñar, no bebedor ni pendenciero, sino amable, no contencioso, no avaricioso…» (1 Tim 3, 1-7).
Como se ve, las formas de despliegue económico de los ministerios cristianos han sido variadas. Pero, en ninguna de ellas se supone que la iglesia apele al poder civil para mantenerse o mantener a sus ministros, como sigue pasando en España. Eso hubiera sido inconcebible. He desarrollado el tema, con cierta extensión, en Sistema, liberad, Iglesia. Instituciones del NT (Trotra, Madrid 2001).