En estos días se reinstaló la pregunta acerca de si el despenalizar el consumo de drogas trae mejoras o empeora la calidad de vida de la gente, sobre todo la de los barrios más pobres.
Los sacerdotes que trabajan en villas expresan:
“Nos preguntamos: ¿cómo decodifican los chicos de nuestros barrios la afirmación de que es legal la tenencia y el consumo personal? Nos parece que al no haber una política de educación y prevención de adicciones intensa, reiterativa y operativa se aumenta la posibilidad de inducir al consumo de sustancias que dañan el organismo.
La experiencia de acompañar a jóvenes en el camino de recuperación y reinserción social nos ha permitido escuchar el testimonio de muchos que han empezado consumiendo pequeña cantidad de marihuana y de pronto se encontraron consumiendo drogas más dañinas aun como el paco. La vida se les volvió ingobernable. Por eso desde nuestro punto de vista las drogas no dan libertad sino que esclavizan. La despenalización a nuestro parecer influiría en el imaginario social instalando la idea de que las drogas no hacen tanto daño.
Vemos la buena intención de los que buscan no criminalizar al adicto, es una locura criminalizar la enfermedad. Pero intentemos pararnos nuevamente desde la perspectiva de las familias más vulnerables. Sin un buen sistema de salud, sin políticas fuertes de prevención, sin un sistema educativo realmente inclusivo y eficiente, el único encuentro del adicto y su familia – que pide ayuda- con el Estado es la justicia. Despenalizar en estas condiciones, es dejar abandonado al adicto, no hacerse cargo de su derecho a la salud. La dinámica misma de la adicción, lleva muchas veces a hacer cualquier cosa para satisfacer el deseo de consumo. El próximo encuentro entre el Estado y el adicto ya no será en la enfermedad, sino en el delito que a veces nace de ella.»
Usando una imagen podríamos decir entonces que la discusión sobre la despenalización corresponde a los últimos capítulos del libro y no a los primeros.
Belderrain: Es cierto que el primer contacto de sacerdotes con gente muy pobre económica y moralmente se da en la cárcel y eso tiene que ver con las vocaciones y con precariedades morales de nuestras instituciones, a veces recostadas sólo en los poderosos. También es cierto que muchos médicos confeccionan por primera vez un historia clínica a un pobre en la cárcel Pero la cárcel no sirve para los obesos adictos a la comida, al juego o la marihuana ;podemos discutir si sirve para homicidas y ladrones, pero estamos seguros de que no sirve para adictos consuetudinarios ni ocasionales. Vincular las drogas siempre al delito es tan peligroso como negar que suelen venir juntas, por eso las opciones de medicalizar o judicializar el tema no son opuestas sino complementarias
Despenalizar ayuda a que los tratamientos no sean compulsivos como lo son cuando se obliga desde ley. La lectura de esta situación en los barrios dependerá no sólo de una ley sino también de los educadores. Además, si en las villas la droga de hecho ya estaba liberada, la preocupación de los curas en los barrios debe ser dar trabajo para que no llegue al dinero a través de la prostitución y el vicio, dando contención y placer en las capillas para que los más chicos curioseen con cosas gratificantes que no les haga daño.
Con respecto a la prevención secundaria, nos compete a los educadores estar conectados con las redes de rehabilitación, pero también denunciar las casas que reclutan dilers; obviamente después de conectarnos con los dirigentes policiales que no recaudan con la droga y están menos erosionados con la corrupción macroinstitucional. Si no se hace esto declamamos principios. Tener estas redes para interactuar como educadores o clérigos nos expone menos a actitudes ingenuas como los que creen que judicializando el tema le llega más salud a los pobres.
En estos días una persona allegada, que vive en un barrio empobrecido del conurbano, me contó lo que ocurrió con su hijo aterrada.
Parece ser que unos vecinos molestos porque unos jóvenes estaban en la placita del barrio, bebiendo cerveza, estaban fumando marihuana.
De inmediato, servicio 911 mediante se hicieron presentes TRES PATRULLEROS, descendieron sus ocupantes fuertemente armados, y pistola en mano se lanzaron sobre los chicos, y tras ordenar «cuerpo abajo», «quietos», pistola en la nuca y pecho mediante, los requisaron : entiéndase: los obligaron a desnudarse para secuestrar droga, que a la postre no fue encontrada -curiosamente-. Por suerte el episodio no se agregó a la larga lista de lamentables sucesos de «gatillo fácil». Pero es lamentable tanta violencia estatal contra jóvenes, pobres, presuntamente adictos.
Y por otro lado, hacer la del tero, frente a tanto narco que lucra con la salud de nuestros jóvenes. Muchos se apiadan de los jóvenes, pero no alcanzan a ver la violencia institucional y todo lo que acarrea. Además es dispendioso un sistema penal que asigna tantos reucrsos para criminalizar al adicto, y mientras … se le escapa la tortuga: el narcotraficante. El fallo de la Corte tiende a reparar una injusticia y fortalecer la idea de un sistema penal orientado hacia quienes cometen actos verdaderamente lesivos para terceros.
Cuando se penalizó no se solucionó nada; se favoreció el mejor precio de la droga y en las personas transgresoras, la seducción de lo prohibido Sería como querer optimizar la vida celibataria aumentando las prohibiciones. Los barrios pobres, además de leyes adecuadas, requieren revoluciones como en Cuba donde la medicina primaria y los médicos de familia en cada barrio estén -como dicen los curas villeros- en el primer plato y no en el postre.
Cromañon planteó las obligaciones de los empresarios políticos, artistas, y público en general, la necesidad de repensar la fiesta de todos. La despenalización no es el inicio ni el final del remedio de la poca calidad de la fiesta de nuestras culturas. Trabajar por la justicia y la disminución de daños en sociedades hipócritas, nos puede ayudar a no sumarnos a los que nos quieren considerar opio del pueblo.