Es verdad que sólo tenemos la versión de una parte. Pero es lo suficientemente serio el tema para fiarnos de lo que dice y, más aún, de lo que entrecomilla José Arregui. Porque se la juega. Denunciar públicamente los manejos inquisitoriales de Munilla puede pasarle factura. Ya se la está pasando. Aunque sólo sea por verse obligado a hacer pública y solemne confesión de su fe en Jesucristo, en la Iglesia y en la santa libertad de los hijos de Dios.
Auqnue sólo sea por verse obligado a decir que no a un obispo y por esas razones, tiene que ser realmente doloroso.
Tampoco lo tiene que estar pasando bien monseñor Munilla. Expuesto de nuevo, en la plaza pública. Los dos están sufriendo. Pero con una clara diferencia. Arregui es la víctima, perseguida y acosada. Con unas maneras episcopales y un lenguaje que sale de los tiempos más oscuros. Dan miedo. Munilla es el perseguidor y, si se coloca de nuevo, en el disparadero, es porque él solito se lo ha buscado.
Y parecía que el obispo se había calmado y que las aguas en San Sebastián (con el nombramiento de los dos vicarios) comenzaban a bajar limpias y mansas. Pero a Munilla le pasa lo que le suele suceder a todos los talibanes de espíritu: que no aguantan a los disidentes, a los «herejes, a los que no piensan como ellos. Y, sobre todo, a los que les dejan en evidencia. A los que dejan al descubierto su escasa preparación intelectual y su menor hondura espiritual.
Mucho me temo que esta vez monseñor Munilla se haya pasado de listo. Que haya estirado tanto la cuerda que puede llegar a romperse. Y por su lado. Mucho me temo que el caso Arregui le va a pasar factura. Porque no me cabe la más mínima duda de que sus compañeros sacerdotes saldrán en apoyo del franciscano. Porque se lo merece. Y para que no lo aplasten.
Y es que lo que mal empieza, mal acaba. Y monseñor Munilla se va a ver obligado a explicar a mucha gente su postura en el caso Arregui. Puede que no lo echen, puede que no se vaya, pero, a mi juicio, esto marcará para siempre y definitivamente el pontificado del obispo no querido de San Sebastián. Y, de rebote, servirá para dejar en evidencia, una vez más, a su padrino madrileño.
Fray José Arregui cuente con mi apoyo y mi oración. Siempre con el débil, con el perseguido y con el valiente, en medio de una clerecía muchas veces muda y sorda. Todavía quedan hombres libres y creyentes en Jesús de Nazaret, que nos marcan el camino del seguimiento. Un camino hecho de libertad y de verdad.