LAS RELIGIONES Y EL ARCO IRIS. UNA LUZ :MUCHOS COLORES.Xavier Pikaza

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He venido hablando en este blog del diálogo de religiones y he utilizado hace dos días el ejemplo del elefante. Ayer hice un hueco para un texto sobre el díalogo en la Iglesia católica, a partir de una triste experiencia de Perú. Hoy vuelvo al diálogo de las religiones y culturas, empleando para ello el signo de la luz que es una (incolora), pero que se expresa y difracta en varios colores, todos necesarios, todos hermosos, sin que uno pueda dominar todo sobre los restantes. Sigo tomando el tema de mi libro Diálogo y violencia de religiones (Sal Terrae, Santarnder 2004), donde aparece encuadrado dentro de un estudio general del hecho religioso.

Hay muchas religiones porque la Luz luce en múltiples colores y la Palabra llama con muchas palabras.
La luz parece única y blanca (incolora), pero está preñada de tonos, gamas y matices, de manera que cuando se difracta en un arco iris cada color es bello, no sólo en sí, sino al lado de los otros. El azul sólo es azul y hermoso al lado del violeta, y el rojo junto al anaranjado… La belleza de la Realidad y de las religiones es siempre armonía (no jerarquía). Si un color quisiera ocupar todo el espectro negaría su belleza, destruiría los demás colores, se destruiría a sí mismo.

Esta perspectiva, que está latente en muchas religiones, cuando dicen como el cristianismo que ?Dios es Luz?? (1 Jn 1, 5; cf. Jn 1, 4-5), nos lleva más allá de todo lo que puede verse. Ya no somos ciegos ante un Elefante, sino videntes limitados que sólo pueden captar una gama pequeña del espectro luminoso. Hay muchos colores, todos valiosos y relacionados, sin que ninguno pueda imponerse a los demás (aunque algunos parezcan dominantes); hay ondas y ondas, realidades y realidades más allá de los colores visibles… Y está en todo la Luz que es invisible (como si no fuera en sí nada), pero que lo contiene todo.

En cuanto tal, si no se expresa, expande y concretiza, la Luz es incolora, de manera que nadie puede verla de un modo inmediato (nadie puede ver a Dios y no morir). Y, sin embargo, ella contiene y fundamenta los colores que vemos y aquellos que no vemos (y las ondas de energía y comunicación). Por eso, cuando pasa a través de un prisma u otro medio adecuado, como las gotas de agua de una tormenta, ella extiende su abanico de colores, desde el rojo al violeta (pasando por el anaranjado, amarillo, verde, azul, añil…). Son siete los que vemos, con sus matices y tonos, siete que pueden dividirse en miles de gamas esparcidas en la naturaleza y recreadas en la paleta de los pintores.

Hay, además, un abanico inmenso de ondas eléctricas, magnéticas, atómicas… que no vemos y que, sin embargo, utilizamos, las ondas que se expande a uno y otro lado del pequeño arco iris: los infra-rojos y los ultra-violetas, desde el átomo y sus partículas, hasta las estrellas. Y está, finalmente, en el fondo sin fondo, la Luz en sí, que no se ve (y que quizá no puede verse nunca), pero que podemos comparar a lo divino.

En esa línea, las diversas religiones (y otras posibles) serían expresión de esa riqueza de colores que brotan de la única Luz de Dios : verde Islam, rojo cristianismo, blanco budismo, azafranado hinduismo… Ellas saben que, en el fondo, hay una Realidad más allá de todos los colores, como supone la Biblia cuando dice que Dios empezó creando la luz (cf. Gen 1, 3), para que en ella se hiciera visible lo invisible, para que los hombres fueran descubriendo algunos reflejos de su misterio. ¿No es hermoso que la Luz única se exprese en muchos matices del arco iris, todos valiosos, ninguno excluyente? ¿No es hermoso que los hombres podamos ayudarnos a ver los colores, contando lo que vemos y dejando que nos cuenten lo que han visto?

Así decimos que la Realidad (Luz en sí, lo divino) es desconocida haciéndose cognoscible en sus múltiples matices. Por eso, lo mismo que los colores no son la Luz, sino expresiones parciales y hermosas de la Luz que no vemos, las religiones no son Dios, sino revelaciones y experiencias humanas de Dios invisible. Y así, por exigencia de Dios (de su revelación), han de ser múltiples (cf. Hebreos 1, 1-2).

(1) Este es un signo de debilidad: ningún hombre ni pueblo puede verlo todo, ninguno es capaz de captar los matices de la revelación de la Luz y menos alcanzar la Luz en sí, ninguno es Dios.
(2) Es un signo de riqueza: ¡Podemos ayudarnos a ver unos a otros! Sería triste que todos descubriéramos lo mismo allí donde miramos, que sólo existiera lo que algunos vemos. Por eso necesitamos profundizar y dialogar entre creyentes, pues las religiones no son fines, sino medios; no contienen la realidad de Dios, sino que son caminos por los cuales se expresa y expande su experiencia.

Entendido así, el diálogo pertenece a la entraña de las experiencias religiosas. Quien sólo conoce una religión no conoce ninguna; pero quien no conoce (vive) bien la suya tampoco puede conocer las otras, pues «la religión» sólo existe en las diversas religiones. Por eso, ellas deben dialogar en ejercicio de profundización y complementación.

(1) Cada uno debemos profundizar desde nuestra propia religión, siendo más de lo que somos, viendo más allá de lo que vemos.
(2) De esa forma nos complementamos, pues cada uno debemos retomar las experiencias de los otros, para ayudarnos a descubrir el misterio.

En los procesos de conquista del mundo, aquello que uno tiene no lo puede tener otro; por eso surge a veces la más dura competencia, que nace de la envidia y del deseo de unos mismos bienes limitados. Pero en el despliegue y revelación de Luz (de Dios) sucede lo contrario: Aprendemos en el diálogo, de manera que cuanto más tengan los otros más podrán darnos, pues el tesoro (elefante, luz) es infinito. Por eso, no podemos decir que nuestra religión es verdadera y las otras falsas y así rechazarlas, sino al contrario. ¡Es bueno que las otras religiones sean verdaderas, pues cuanto más lo sean más podrán aportarnos!

Conclusion. Toda competencia o intento de impedir que las otras religiones se expandan y expresen sus hallazgos, constituye una falta de fe en Dios, es uns debilidad enfermiza. Sólo aquellos que no creen de verdad en la Luz superior y no aceptan la múltiple riqueza de la vida, abierta de formas convergentes a la Vida, pueden sentirse amenazados por la verdad de las otras religiones. De manera sorprendente pero lógica, muchos fundadores religiosos, desde Jesús a Mani, desde Mahoma a Bahâ’Allâh, fueron perseguidos por aquellos que creían poseer la verdad y convertían su religión en patología

Allí donde unos creyentes han tomado su verdad como absoluta, negando a quienes piensan o buscan de otra forma, niegan la Verdad, se niegan a sí mismos. Esto no significa que las religiones sean equivalentes. No es lo mismo el paganismo del Himalaya que el budismo, ni era lo mismo la religión de Israel que las de su entorno, ni el cristianismo que las religiones autóctonas de los Pirineos Pero allí donde una religión se cree superior y destruye por la fuerza a las demás se vuelve inmediatamente falsa, por más verdades y bellezas que pueda tener en teoría.

Sólo es verdadera aquella religión que respeta a las demás, renunciando a vencerlas por fuerza. Volvamos a la imagen de la luz. Un espectro donde un color quisiera negar a los demás perdería su sentido. Sobre la imagen de la luz, cf. X. Zubiri, El problema filosófico de la historia de las religiones, Alianza, Madrid 1993, pp. 148-150.