LAS CRUZADAS DE MONSE?OR

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El Ideal

Desde prohibir los coros rocieros en las bodas a ‘castigar’ a un pueblo sin sacramentos, el arzobispo ha protagonizado todo tipo de polémicas
MONSE?OR Francisco Javier Martínez Fernández se ha convertido en un personaje tan amado como denostado en los cuatro años que lleva ejerciendo como arzobispo de la Diócesis granadina. En este tiempo ha emprendido varias cruzadas en las que no ha dudado en emplear su cargo unipersonal para ‘castigar’ a sus opositores. Suspendió ‘ad divinis’ a un sacerdote, impidiéndole ejercer como tal. Cortó relaciones con la facultad de Teología y se llevó a los seminaristas a un nuevo instituto que él mismo había creado.

Dejó sin culto religioso a un pueblo que se atrevió a mostrarse en contra de su decisión, por puro amor al que había sido su sacerdote. Incluso llegó a apelar a la ‘desobediencia civil’ ante la asignatura Educación para la Ciudadanía. Si algo ha quedado claro desde que monseñor Martínez puso el báculo en la Diócesis de Granada, es que no estaba dispuesto a pasar desapercibido.

Francisco Javier Martínez llegó a Granada, ascendido a arzobispo, dejando una estela de conflictos en su anterior destino. En Córdoba, donde ejerció como obispo, mantuvo enconados enfrentamiento con varios sectores de la sociedad, pero su ‘enemigo’ público número uno fue Miguel Castillejo, ex presidente de Caja Sur, donde la Iglesia es accionista mayoritaria. Pero aquellas polémicas debieron pesar poco puesto que en marzo de 2003 fue nombrado arzobispo de Granada y tomó posesión del cargo en junio de ese mismo año.

Primeros años

Martínez no dejó sólo detractores en su anterior destino, como quedó demostrado el día que tomó posesión en Granada, ya que estuvo acompañado por unos quinientos fieles que llegaron desde la provincia cercana. Aquel día primero de junio se mostró muy cercano a todos los fieles que acudieron a la celebración y esa ha sido una tónica en sus apariciones. En la procesión de la Virgen de las Angustias acostumbra a saltarse el protocolo y saludar a los cientos de personas que acompañan a la patrona.

Cosa distinta es la labor de gobierno que ejerce después como máximo dirigente de la Iglesia en Granada. En sus primeros años fue tomando contacto con los distintos sectores de la sociedad granadina, encontrando en las cofradías un interlocutor con quien siempre se llevó bien. Distante de los medios de comunicación, ha preferido callar antes que explicarse, y poco a poco iba dando muestras de la ‘mano dura’ que iba a brillar durante su ‘mandato. Martínez se iba destapando como un arzobispo alejado del ‘folclore’ en agosto de 2004 con una orden que causó cierta sorpresa. «Según la voluntad del señor arzobispo, los coros rocieros no son apropiados para las celebraciones litúrgicas», rezaba en las iglesias de la ciudad. Una mera anécdota que sorprendió a algunas parejas de novios y dividió a los sacerdotes.

Unos meses después, quizá por el poco tiempo que llevaba en el cargo, puso en peligro el certamen de guitarra de La Herradura al negarse a que se celebrara en el interior de la iglesia de la localidad, como venía haciéndose en los últimos veintidós años. Sin embargo, en esta ocasión, Martínez rectificó dos días después, aunque no sin señalar que había «locales alternativos y más apropiados». Finalmente impuso su criterio y el festival pasó al Auditorio Municipal.

De manifestación

Un año después, en junio de 2005, monseñor Martínez demostraba que no estaba alejado de la política, participando en las manifestaciones en contra de las bodas entre homosexuales. Pero no sólo participó, sino que fletó veintidós autocares para que todos los fieles que quisieran pudieran participar de la marcha en Madrid. El arzobispo señalaba entonces que consideraba que esta movilización se hacía por una «causa justa y de extrema gravedad». Para Martínez, el proyecto, que luego se convertiría en ley, era burlón, y creía que discriminaba a los «matrimonios verdaderos y ofende a la inteligencia».

Empezaba entonces el protagonismo de monseñor Martínez, que acaparaba titulares en periódicos y minutos en televisión y radio a raíz de una de sus ‘cruzadas’, emprendida contra el que fuera archivero de la Catedral. El desacuerdo entre monseñor Martínez y el canónigo Martínez Medina acabó en los tribunales, pese a los intentos del arzobispo de eludir la justicia de los hombres.

El juez que instruye el caso rechazó las peticiones de archivo del fiscal y los argumentos de la defensa del prelado, que afirmaban que todo era un asunto interno de la institución eclesiástica. El arzobispo se había opuesto a que se publicara un libro sobre la Catedral de Granada que había coordinado el canónigo y que estaba ‘patrocinado’ por Caja Sur. La tormenta se desató cuando el sacerdote se negó a paralizar el libro y ceder la autoría del documento. El encontronazo comenzó a dirimirse en los tribunales, donde el arzobispo deberá responder por cinco delitos distintos, calumnias, injurias, coacciones, lesiones psicológicas y contra la integridad moral. De lo que no responderá en el banquillo es del ‘castigo’ que impuso al canónigo al suspenderlo ‘a divinis’ de sus funciones como sacerdote en medio de todo el proceso judicial. No podría volver a ejercer como cura tras enfrentarse al que es ‘su jefe’ en la Iglesia granadina, y además perdió su cátedra en la facultad de Teología.

Aunque no sólo Martínez Medina ha sido objeto de estas cruzadas del arzobispo, aunque quizá es la más personal de las guerras que mantiene abiertas Francisco Javier. En una las misas que ofició cuando ya se había convertido en el primer prelado español que se sentará en el banquillo de los acusados, Martínez no dudó en tranquilizar a sus fieles. De hecho, este proceso judicial sirvió para que recibiera el cariño de un grupo de devotos que se concentraron en el Juzgado de Instrucción Número 1, que lleva el asunto, para rezar por él y aplaudirle.

A ellos y a otros muchos feligreses granadinos iban dirigidas sus palabras de la Eucaristía de marzo de este año, dijo estar tranquilo por su imputación. Martínez admitió que en este caso concreto no tenía «nada por lo que pedir perdón al Señor» ni a nadie. Había cumplido con su «ministerio pastoral y obligación independientemente de las consecuencias».

Sus seminaristas

A finales de 2006, cuando mantenía abierto su enfrentamiento con el canónigo, Martínez no dudaba en tomar otra polémica decisión desde su cargo en la Diócesis de Granada. Retiraba a los seminaristas de la facultad de Teología aludiendo al actual contexto cultural de la Iglesia, al parecer muy distante de la formación que recibían los futuros sacerdotes. Esta decisión sorprendió y dolió a muchos, sobre todo por el prestigio que había acumulado el centro, dirigido por jesuitas.

Monseñor no aclaró mucho más esta decisión interna de la Iglesia y en pocos meses había creado un instituto propio, llamado Lumen Gentium, que recibiría este año el visto bueno de la Santa Sede. Cortaba así su relación el Arzobispado con la que había sido la ‘escuela’ de los seminaristas granadinos desde 1939.

Después de todos estos avatares, enfrentamiento o decisiones de gobierno, siempre relativas a la jerarquía eclesiástica y a su patrimonio, el último de los capítulos en los que el arzobispo ha sido protagonista ha acabado con un pueblo entero como perjudicado.

Al dejar al municipio de Albuñol sin oficios religiosos, Martínez se enfrenta directamente al pueblo. A unos feligreses que salieron a la calle para mostrar sus sentimientos y pedirle audiencia, algo que no han logrado en un mes y medio. Ellos no están sujetos al voto de obediencia y solicitaban una explicación que el arzobispo no les ha dado. En lugar de eso les ha retirado el vínculo que les une con la Iglesia: los sacramentos. Desde que empezara esta última cruzada a monseñor sólo se le ha visto públicamente en la coronación de la Virgen del Martirio, en la Alpujarra. Pero a los que le necesitaban, aunque fuera para comprender la pérdida de su párroco, no se ha dirigido más que por carta y sin preguntarles cara a cara sus razones. Esta parece sólo la penúltima cruzada.

mvcobo@ideal.es