Entre los presupuestos eclesiológico que como pequeña semilla se va abriendo camino en nuestra Iglesia, ocupa un lugar privilegiado la pequeña comunidad desclerizada. Creemos que el clericalismo – el de los curas y con frecuencia el de muchos laicos- es la tara más importan que aqueja desde los primeros tiempos a la Iglesia y la que más daño le está haciendo, porque divide a los cristinos en dos grupos, los clérigos y los laicos, una división que la hacen radicalmente desigual y discriminatoria.
Abogamos y estamos haciendo realidad otra forma de entender y situarnos en la Iglesia.. La expresamos cambiando el binomio clérigos-laicos por comunidad-ministerios.
Entendemos que:
Primero es la comunidad, segundo quien la dirija – clérigo o laico, hombre o mujer, siempre en una actitud de servicio, nunca como el que desde arriba manda, impone, juzga, condena, hace de intermediario en dios y los hombres.
Primero es la eucaristía celebrada en la comunidad como grupo de iguales, segundo quien la preside – cura o laico, hombre o mujer-
Primero es el Reino de Dios, segundo la ortodoxia, la fidelidad, la obediencia, la parroquialidad.
Entendemos la Iglesia como el conjunto de pequeñas comunidades esparcidas por el mundo entero.
Comunidades que no giran alrededor de una persona consagrada, sino que su único referente es Jesús de Nazaret.
Comunidades de iguales, sin discriminación alguna por razón del sexo, de la edad, de la ideología.
Comunidades sin poder, sin privilegios, democrática, laicas, en las que todos tienen voz y voto por igual.
Comunidades que fomenta con base de su identidad la libertad, la responsabilidad, el servicio, la fraternidad de todos
Comunidades pobres y al servicio de los pobres: los necesitados, lo marginados, los excluidos. Creemos que una comunidad que no sirve, no sirve para nada.
El centro de la comunidad es la eucaristía.
Eucaristía entendida como celebración comunitaria, viva, festivas, mesa compartida.
Eucaristía llamadas a ser expresión de lo que creemos y de lo que vivimos, de nuestros sueños, nuestras utopías hecha realidad.
Eucaristías en las que todos están llamados a participar, cada uno según sus carismas, en la que nadie es más importante.
Eucaristías en las que nadie hace de intermediario con Dios
Este modo de celebrar la eucaristía hizo que a los primeros cristianos les llamasen ateos. Porque no tenían templos, no tenían sacerdotes y no tenían cultos como las demás religiones.
Esta modalidad de entender la comunidad, y más específicamente la eucaristía, se nos presenta hoy como:
La experiencia más apasionante que estamos haciendo realidad en nuestros días.
Es el cambio más coperniano vivido en la Iglesia a partir del siglo III
Más que una utopía es ya una realidad. En nuestros días estamos asistiendo, guste o no, a la multiplicación por el mundo entero de pequeños grupos que, liberados de normas, leyes y cánones, han puesto su mirada en el Jesús que se nos presenta en los Evangelios, y que celebran la Eucaristía como creen se hacía en los primeros tiempos, con el convencimientos de que es la comunidad, los reunidos en nombre de Jesús, y no el ministro ordenado, quien celebra la Eucaristía.
Ello nos hace a situarnos con harta frecuencia en una cierta marginalidad dentro de la Iglesia, pero creemos que es el mejor camino que nos está llevando a crear estos nuevos moldes y está suscitando en nosotros estos espacios y entornos en los, sin lugar a duda, podemos mejor expresar, vivir y hacer realidad una fe adulta, atenta a los signos de los tiempos que nos ha tocado vivir. No tengamos miedo. Dejemos actuar al Espíritu.