Un camino para comprender cómo comía Jesús
Ayer, recorriendo el penal, descubrí que una de las motivaciones que tenemos en común con las iglesias evangélicas, es poder optimizar el «rancho» y la comida de los presos. En no pocos penales argentinos se estila un ritual -nunca cuestionado por los educadores de la cárcel- en el que el jefe de unidad prueba la comida del día. Todos saben que no es esa la comida que se da a un pabellón en concreto. Pero el ritual se sigue haciendo, quizás en la esperanza inconsciente de que algún día, más allá del ocultamiento, el poder institucional apruebe el alimento que se puede dar moral y prácticamente a los internos.
El esquema penitencia=condena=cárcel, fue tomado de los monjes, quienes comían todos de lo que producía y en lugares comunes. Esta utopía es posible para las cárceles. ¿No generaría una excesiva mimesis el comer con los presos? ¿No sería oportuno hacerlo? ¿No sería interesante que cada penal coma de lo que pueda producir? ¿Mejora las interrelaciones humanas comer en comedores con televisión?
El jueves participé de un almuerzo con internos de un penal, había una fuente de polenta para veinte personas con salsa de tomate que nadie comió, pues sorprendía la grasa que había en algunos bordes. Pregunté si esto era habitual, los internos me respondieron que eso pasaba siempre. Que ellos comían mejor cuando inrtecambiaban bienes con los pabellones de evangelistas. Compartían carne de las dietas de los internos con sida. Poseer películas de DVD ayudaba a mejorar la comida diaria como moneda de trueque. Me resultó curioso observar que en el penal donde mejor comen los internos, mejor come el servicio. Un oficial me decía -en una cárcel en la cual se come muy mal- «yo no voy a poner mucho de mi sueldo para el casino y mejorar nuestra comida, porque ésta debería ser la preocupación del Ministerio».
La antropología cultural ha mostrado que en todas las sociedades las comidas poseen un enorme valor simbólico. En ellas se reproduce a escala reducida el sistema social y su organización jerárquica. Basta observar cómo nos colocamos todavía hoy en la mesa y el orden en el que se sirven los alimentos, o incluso el hecho de que a las personas de mayor dignidad en la casa se les reserven ciertos alimentos, para darnos cuenta de que todavía hoy las comidas son un medio para reforzar la estructura de un grupo. Esto ocurre en las comidas privadas, pero sobre todo en los banquetes públicos.
Las comidas sirven, al mismo tiempo, para unir a los que las comparten y separarlos de los demás, y por eso son muy eficaces para reforzar las líneas divisorias entre los grupos. Estas fronteras se refuerzan de varias formas. La más importante es la comunión de mesa, es decir, la comida nos une a aquellos con los que comemos y nos separa de aquellos con quien nos está prohibido comer. Estas líneas de separación pueden trazarse también delimitando qué alimentos está permitido comer y cuáles no. Con este mismo objetivo se establecen días en los que los miembros de un grupo celebran comidas especiales, y también días en los que dichos grupos se privan de la comida (ayuno)
Las comidas de Jesús ocupan un lugar considerable en la tradición evangélica. Comer con otras personas fue para Jesús una forma privilegiada de dar a conocer el proyecto de Dios. A Jesús lo encontramos dando de comer a una gran multitud, sentado a la mesa de quienes le invitaban, o en la última cena con sus discípulos. Las comidas fueron tan importantes en su vida, que en los relatos de la resurrección sus discípulos le reconocían con frecuencia al compartir la mesa con ?l. Su vida no se entiende sin estas comidas, y tampoco su muerte, porque en cierto modo Jesús murió por la forma en que comía. No es extraño que la forma de comer fuera una cuestión muy importante para sus discípulos también.
Basta con recordar el episodio del encuentro entre Pedro y Cornelio que cuenta el libro de los Hechos de los Apóstoles (Hch. 10,1-11,18), o leer despacio las recomendaciones de la Asamblea de Jerusalén (Hch. 15,1-35) para darnos cuenta que las comidas siguieron siendo muy importantes para los cristianos. La buena noticia evangelica pareceria narrar con cierto detalle como Jesús se sentó a la mesa con un grupo de recaudadores de impuestos en casa de Leví (Mc. 2,14-17). Lucas cuenta cómo Jesús aceptó la hospitalidad de Zaqueo y fue a hospedarse en su casa (Lc. .19,1-10). Y no sólo lo hacía él, sino que cuando envió a sus discípulos a anunciar la buena noticia de la llegada del Reinado de Dios, les recomendó: quedaos en la casa que os reciba, comed y bebed de lo suyo. (Lc. 10,7).Jesús esta para los desplazados
Esta forma de actuar suscitó importantes críticas contra ?l. Los fariseos se quejaron a sus discípulos: ¡Vuestro maestro come con publicanos y pecadores! (Mc. 2,16), y el mismo Jesús se hizo eco de estas acusaciones cuando dijo ¡Viene el Hijo del hombre, que come y bebe, y decís: Ahí tenéis a un comilón y a un borracho, amigo de publicanos y pecadores! (Lc. 7,34). Esta acusación revela que tanto para Jesús como para sus adversarios, las comidas con los pecadores eran un asunto capital.
Jesús responde diciendo: ¡No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos; no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores! (Mc. 2,17). Esto significa que sus comidas, y en concreto sus comidas con los pecadores y publicanos estaban relacionadas con su misión.
En el Judaísmo había personas con las que no se podía compartir la mesa, porque su forma de actuar (publicanos y pecadores) eran muy rígidos también con las normas acerca de los alimentos puros e impuros, y sobre los días en que se debía ayunar.
Las comidas de Jesús tenían un enorme significado porque violaban casi todas estas normas. Jesús comía con personas con las que un buen judío no debía compartir la mesa. Además declaraba que todos los alimentos eran puros, y para colmo no observaba el ayuno ni quería que sus discípulos lo hicieran (Mc. 2,18-22). Los teologos se han preguntado por qué Jesús se comportó de una forma tan provocadora.
Si las comidas son un microcosmos del sistema social, una forma de comer distinta de la habitual puede ser una forma de poner en crisis dicho sistema social. La sociedad en que Jesús nació estaba determinada por un rígido sistema de pureza, que dividía a los seres humanos según su sexo, su condición social y su pertenencia étnica. Al romper estos esquemas, Jesús quiere romper estas fronteras que separan a los puros de los impuros. El sistema social que aparece en sus comidas es el de una familia en la que todos son iguales. Quizas el pudo mantener aquella apertura irresticta porque tubo una fuerte intimidad en otras comidas como en la casa de Lázaro donde Jesús difrutaba un sano ida y vuelta o en la intimidad con los doce a quien llamaba amigos.
Al abrir de vez en cuando en su compañía a los publicanos y a otros pecadores públicos, Jesús ponía en práctica una estrategia de reintegración social, que también mandó practicar a sus discípulos. Esta estrategia es muy semejante a la que hemos descubierto en el caso de las sanaciones y los exorcismos. Los publicanos, los pecadores, los enfermos y los endemoniados tenían en común algo muy importante: todos ellos habían sido marginados por la sociedad en la que vivían. La forma de actuar de Jesús termina con esta situación de marginación. Finalmente las comidas de Jesús tienen mucho que ver con la llegada del reinado de Dios. Esta relación aparece en sus parábolas y en su predicación. Ya los profetas habían relacionado las comidas con el cumplimiento de las promesas de Dios (Is. 2). Jesús asume y amplía esta relación.
El reino es un gran banquete en el que los puestos de honor se organizan de otra manera; un banquete al que hay que invitar sobre todo a los ciegos, cojos, lisiados, indigentes, etc. (Lc. 14).
Jesús no renunció a este comportamiento contracultural, porque sus comidas expresaban y hacían presente el Reinado de Dios que anunciaba en su predicación. Pienso que compartir la comida no tiene límites. Optimizar el «rancho» y la comida de los presos debería ser un mismo deseo. No debería haber diferencia entre uno y otro. ¿La hay? Pienso que una comida aumenta notablemente la «energía interna » de un grupo. Lo estimula para proyectarse en la acción, en la misión, en toda la vida. Cuando uno observa que este incremento de energía interna puede separa o dividir personas o grupos, nos damos cuenta que se produjo un aumento de energía libre, por efecto del mismo incremento de energía interna y la disminución del entremezclado amoroso del grupo más amplio. O sea el crecimiento de la energía interna, que resulta tan placentera, se transformó en un disvalor porque no hubo aumento de la «amoromezcla»,. en tal magnitud como para bajar la energía libre.
Energía libre = Energía interna
Amor x acercamiento al azar
(amoromezcla)
El ritual de la comida… es tan parecido al de la docencia… y tanto al de la eucaristía dice Dallo. Todos son vida en acción.
Es sentarse a compartir. Hacerlo sin dudas. Pero hacerlo sin dudas desde el que más sabe hacia el que menos. Si el que invita a comer, el que reúne a un grupo para enseñar o el pastor que predica o comparte una celebración, no se da cuenta que no convoca para dar, sino que se reúnen para darse mutuamente, la comida, el acto docente o la celebración es probable que hayan fracasado antes de comenzar.
Las reacciones que pueden desencadenar la comidas de Jesús en su comunidad, no son muy diferentes a las que pueden generar en nuestro medio a los que les sigue gustando más el rito de la mesa que el «compañero» que comparte, opina y se abre como una funda que se da vuelta. [lo de compañero no tiene otra alusión que valorizar la palabra en su sentido de peso] . El rito de la mesa, también puede separar, o sea aumentar la energía libre.
A los que vivimos en una cultura, hemos mamado sus costumbres, nos han inundado los temores o los peligros y hemos reconocido que nuestro grupo es seguro y aumenta nuestra energía interna… nos resulta muy diícil comer en la cárcel. ¡Cuánto lo necesitaríamos y cuánto lograríamos bajar nuestra energía libre en el entorno social ! Por supuesto con un fuerte ejercicio de amoromezcla. Cada vez necesitamos más claramente afirmar el sentido de nuestra vida en nuestro entorno social en cultura desencantadas, a pesar de haber sido preparado pro el individualismo. Quien sabe las cárceles sean las terapias intensivas de inclusión donde los penitenciarios sean sus terapistas que no recurren al robo de la carne porque simplemente recibieron el alimento ?sustancioso??del el estado que los jerarquiza porque son los que concretan la INCLUSION.
Preguntas para charlar con quienes formamos parte del mundo penitenciario
¿Le parece importante y viable que cada unidad se autoabastesca en materia alimentaría ?
¿Se pudo acotar en su unidad el robo de carne?
Usted de vez en cuando ¿ come con excluidos ?
¿Usted tiene sus Betanias con quien le gusta comer y compartir intimidad
¿Cree que de vez en cuando habría que comer todos juntos (internos y personal)?
¿Que haría usted en su penal para que el comer no arruine y nos dignifique?
¿Ayuda la televisión en el rancho a comer mejor?
(*) Padre Dr. Leonardo Belderrain, Bioeticista, Capilla Santa Elena, Parque Pereyra Iraola, Consultoría en ?tica Ambiental, Vicaría de la Solidaridad, Diócesis de Quilmes Te. 0221-473-1674
leonardobelderrain@ciudad.com.ar