Las cinco llagas de Rosmini. 3ª llaga: Tercera llaga: Las relaciones de poder -- Agustín Cabré

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El catalejo del pepe

Rosmini veía como una tercera llaga eclesial la dependencia de los obispos del poder civil. Se trataba de una situación histórica que hoy aparece como superada en muchos países. Los acuerdos, los concordatos, la separación total entre Iglesia y Estado, han ayudado para que esa llaga cicatrice. Incluso las jerarquías eclesiásticas han logrado cierto poder en algunos países que las hace hablar de tú a tú con los gobiernos, en algunos momentos.

Lo vimos en Chile cuando la barbarie de la dictadura se desataba y solamente encontró una muralla en la mayoría de los obispos, los que representaron una fuerza moral importante. Lo vemos en otros países de nuestro continente donde los poderes públicos son cuestionados por los episcopados.

Es cierto también que esa fuerza moral se ha ido diluyendo y regresa con facilidad a las sacristías y se cierra por dentro como si fueran mundos apartes la sociedad civil y las iglesias locales. Pero hay, además, otra realidad: existe una dependencia interna a nivel eclesial. Respecto a lo que decía Rosmini, se ha cambiado de referente.

Existe por lo menos un hecho indesmentible que necesita sanación y que no se refiere tanto a superar dependencias del poder civil sino aquellas que someten a las iglesias particulares a un centralismo desproporcionado al interior de la propia Iglesia. Es un hecho que las conferencias episcopales de los países han ido perdiendo importancia y cediendo terreno frente al interés de la curia romana en tomar el control de todo. La doctrina católica habla de las iglesias particulares como entidades totales, completas y autónomas, aunque las llama a actuar colegiadamente y bajo la supremacía del obispo de Roma.

Sin embargo, los obispos son nombrados desde la curia vaticana según listados secretos que no consideran una consulta abierta al pueblo que va a gozar o padecer la acción de su pastor; las conferencias episcopales deben pedir el visto bueno para sus cartas pastorales de envergadura; los nuncios, si no son hombres prudentes, son vistos como espías que frenan las decisiones más audaces que superan la mera manutención de lo establecido.

Los informes que se deben dar desde las iglesias locales a la curia romana son cada vez más minuciosos y exigentes; los teólogos, biblistas, pensadores y pastoralistas deben estar muy atentos a no decir una palabra de más o realizar un gesto menos formal, porque la lupa del Vaticano detecta las posibles desviaciones en doctrina o en costumbres y aplica su correctivo.

Es un hecho que existe temor de muchos frente a Roma. Es un hecho que existe una exagerada ?papalatría??. Y hay algo más: las relaciones de poder entre la curia vaticana y los episcopados, con la atomización de estos últimos, originan un esquema que se repite a niveles descendentes: los obispos con su clero, el clero con su pueblo.

Cambiar los criterios de fondo y los modos en las relaciones al interior de la Iglesia es una tarea urgente. La comunidad de hermanos presididos en la caridad por Pedro lo reclama, aunque eso requiera sacudir toneladas de vanidades y prepotencias históricas. La tercera llaga necesita ser reconocida como tal, y sanada aunque haya que tragarse pócimas amargas.