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Desde ayer, estoy dando vueltas al tema de la voluntad de Dios, de
si esta existe o lo que se da es una mala interpretación de la misma y del autoritarismo que puede dar lugar a ver y actuar bajo este prisma.
Pienso que hay una gran confusión entre la obediencia a una
autoridad religiosa, sea a una superiora, a una comunidad y la supuesta
voluntad de Dios y que es un fenómeno complejo.
No se trata de una mala interpretación del seguimiento a Jesús sino de un proceso histórico y psicológico multifacético que involucra factores de poder, control, interpretación teológica y la propia naturaleza ambigua de la revelación divina.
Una de las razones principales, reside en la estructura de las
instituciones religiosas que han desarrollado jerarquías de poder que, en ocasiones, han eclipsado la búsqueda individual de la verdad espiritual.
La obediencia a la autoridad, presentada como un camino hacia la
santidad o la salvación, se convierte en un valor supremo, incluso por
encima del discernimiento personal o la crítica. Esta dinámica se refuerza con la doctrina de la autoridad magisterial, que otorga a ciertas personas el derecho de interpretar la palabra de Dios y dictar la conducta de los fieles o miembros de una comunidad. En este contexto, la voz de la autoridad se confunde fácilmente con la voz de Dios, creando una situación en la que la desobediencia se percibe como una afrenta al mismo Dios.
Además la interpretación teológica juega un papel crucial.
Mi iglesia, la iglesia católica está especialmente relacionada con la
sumisión y el orden, justificando así la obediencia incondicional a las
estructuras de poder. La idea de que Dios obra a través de sus
representantes en la tierra, sean los obispos, abades, superioras, etc, se convierte en una herramienta poderosa para mantener el control y la
conformidad. La voluntad de Dios se convierte en una entidad intangible
interpretada a conveniencia por los que tienen mando y poder.
Esta ambigüedad permite que se justifiquen acciones que de otro modo serían cuestionables, bajo el manto de la obediencia religiosa.
Unirse a una comunidad religiosa a menudo implica la aceptación
de un sistema de creencias y reglas que proporcionan una estructura y
significado a la vida. Para algunos/as, la obediencia a la autoridad de la comunidad se convierte en un mecanismo de defensa contra la
incertidumbre y la soledad. La identificación con el grupo, puede llevar a la internalización de las normas comunitarias hasta el punto de
confundirlas con la voluntad de Dios.
Es crucial reconocer que la interpretación del seguimiento a Jesús
es en sí misma compleja y multifacética. Si bien Jesús enfatizó la
importancia de obediencia a Dios, también desafió la autoridad religiosa
de su tiempo y promovió un mensaje de amor, compasión y justicia
social.
La confusión entre la obediencia a la autoridad humana y la
obediencia a Dios surgen, en parte de una lectura selectiva y
contextualizada de las enseñanzas de Jesús, que se adapta a las
necesidades y agendas de las instituciones religiosas. Por lo tanto, es
necesario un análisis crítico que distinga entre la obediencia ciega y la informada y responsable, guiada por una conciencia moral y un
compromiso genuino con los valores del Evangelio.
La existencia de la voluntad de Dios y la consiguiente obligación de
obedecer a las figuras de autoridad dentro de una comunidad es un
dilema. Si bien la interpretación de dicha voluntad y su relación con la
obediencia a los superiores es un terreno resbaladizo, susceptible de ser manipulado para justificar tanto la sumisión como el abuso de poder.
La idea de la voluntad de Dios omnipotente y omnisciente implica
una serie de desafíos. Si Dios conoce el futuro y ha establecido un plan, ¿existe realmente la libertad humana para tomar decisiones?,¿son
nuestras acciones simplemente la ejecución de un guion prescrito?. Si la
respuesta es afirmativa, la noción de responsabilidad moral se ve
seriamente comprometida, pero si por el contrario, existe la libertad
humana, la voluntad de Dios se convierte en una guia para la influencia
pero, no en determinante absoluto de nuestras acciones. En este caso la
obediencia ciega a cualquier autoridad religiosa, se convierte en un
cuestionamiento ético.
La obediencia a los superiores en una comunidad puede oscilar
entre el vicio y la virtud. La obediencia basada en el respeto mutuo, la
colaboración y la búsqueda del bien común es fundamental para un buen
funcionamiento pero si se pretende una obediencia sin cuestionamiento
ni crítica, se convierte en un caldo de cultivo para el abuso de poder.
La obediencia incondicional, en ausencia de una reflexión crítica,
sobre la moralidad de las órdenes recibidas, lleva a la complicidad en
actos injustos e inmorales.
Distinguir entre obediencia legítima y abuso de poder requiere un
análisis cuidadoso del contexto. La obediencia es legítima cuando se
basa en el respeto al bien común, pero cuando se intenta manipular y
ordenar algo con la frase típica de que aquí mando yo, los indicadores de abuso de poder pueden incluir la intimidación, la falta de transparencia, la opresión sistemática y la negación de los derechos de una persona, sea laica o religiosa. En estos casos, la obediencia no es una virtud.
Es esencial cultivar el sentido crítico, ético que lleve a la persona a
discernir entre la obediencia basada en el diálogo y el respeto y la que se convierte en complicidad de abuso.
La responsabilidad individual de cuestionar, reflexionar y actuar con
conciencia moral, es crucial para evitar la perpetuación de la injusticia bajo el manto de la obediencia y el hecho de decir, que todo es voluntad de Dios.