Enviado a la página web de Redes Cristianas
Como digo, mis feligreses lo tienen claro. Algunos que han oteado, o zapeado, el «El cascabel», de la que todos llaman la tele de los obispos, habían quedado consternados por lo sectario y parcial, y todo ello presentado descaradamente, del programa. Así que alguna, dos o tres noches, me animé a conocerlo, porque en primera persona se sacan la propias conclusiones, y no eres portavoz de las de nadie. EL día que más puede aguantar llegué a los 18 (diez y ocho) minutos. Ni la selección de los tertulianos, -ninguno me pareció merecer su presencia, además pagados, ¡porque no son voluntarios!, ninguno mostró una elevada altura intelectual y cultural, y mucho menos capacidad de enfocar los problemas desdela perspectiva cristiana, bíblica y teológicamente hablando, y todos, menos uno, cuya voz era acallada por la barahunda de las opiniones aparentemente sesudas, pero nada más que dogmáticas, de la mayoría de la tertulia-, ni, como he dejado claro más arriba, su preparación, los hace aptos para comunicar al público los criterios y valores de la enseñanza de la Iglesia. Además, su insufrible y descarada línea partidista de derechas, hace que a mis parroquianos, muchos de ellos de la izquierda cristiana, tan prudente como sensata, les resulten no solo incómodos, sino inaceptables.
No es que los tertulianos de «El cascabel» no lo acepten. Es que no saben que, en la Iglesia, como debería ser, y gracias a Dios, es, en la España civil y democrática, no hay pensamiento único, y, sobre todo, no hay un pensamiento oficial que se imponga por decreto sobre todos los otros. En la Iglesia hay algo parecido, pero de uso restricto y controlado: el magisterio de la Iglesia. Algo que, evidentemente, mis (no tan) simpáticos pero ineptos componentes de la tertulia del señor Antonio Giménez desconocen por completo, y olímpicamente. Y no hacen nada por resolver su majestuosa ignorancia de los principio éticos y sociales de la Iglesia, y no digamos nada de los teológicos y bíblicos. Se lanzan a hablar, algo cada vez más común en este país, de todos los temas, hasta de Física Cuántica, sin tener pajolera idea de casi ningún asunto de los que pontifican.
Además, otra cosa que mis parroquianos no pueden, ni quieren tolerar, no ya a los pseudo-periodistas de ese mal llamado espacio informativo «El cascabel», sino a la comisión episcopal correspondiente, es el tinte político casi único de los tertulianos, como si todos lo católicos de España fueran, o tuvieran que ser, del PP. Con eso lo que consiguen los miembros de la CEE (Conferencia Episcopal Española), y aun ésta en su conjunto, es que ellos aparezcan como conniventes de un partido al que le presta sus micrófonos, negándoseles a todo los demás. No sé, ni tampoco tiene mucho interés ahora quién dirige la televisión de los obispos. Pero quien sea, debe de saber que hay en la Iglesia intelectuales, pedagogos y comunicadores, clérigos y seglares, muy capaces de expresar su opinión, que, mira por dónde, no tiene por qué coincidir siempre, o casi siempre, con el del poder político. Ninguno de los miembros de mi comunidad entiende una televisión para hacer la pelota al Gobierno. Y recuerdan a Jesús desmarcándose de los poderes instituidos, fustigándolos, y siendo salvajemente perseguido por ellos.
Tampoco se puede tolerar, y esto lo digo por mi parte, porque siento vergüenza ajena, la falta de rigor y del conocimiento de las materias que conviene comunicar a los televidentes son los criterios y valores de la comunidad cristiana. Es tanta, casi todas las veces, el descolocamiento y la patente ignorancia de los mencionados valores y criterios, que, en mi ingenuidad, llegué a pensar que eran voluntarios que querían ayudar a la Iglesia, y que no cobraban por sus intervenciones. Pero me ha enterado que no solo le es rentable a la CEE ese canal, sino que le resulta caro, y pierde mucho dinero con él. ¡Encima