LA TURQUÍA QUE ENCONTRARÁ EL PAPA

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El Periódico

Cuando el visitante llega a Estambul, el amigo turco le obsequia con un amuleto cristalino de tonos azulados para prevenir el mal de ojo, una tradición que se pierde en la historia y que algunos consideran muy anterior al periodo hitita. El primer ministro, Recep Tayyip Erdogan, no entregará al papa Ratzinger el ojo azul ni ningún otro presente cuando aquel llegue a Turquía el 28 de noviembre porque estará participando en la cumbre de la OTAN que empieza aquel mismo día en Letonia. Una ausencia cargada de diagnósticos y que la prensa italiana no ha dudado en calificar abiertamente de «desaire diplomático» y «malos modales».
El diario turco Sabah sugirió que «Erdogan, que fue popular alcalde de Estambul en los años 90, está huyendo del Papa».

Desde que Salman Rushdie publicó sus Versos satánicos, los «insultos» contra el islam se multiplican en Occidente, donde un mínimo comentario histórico tiene el maléfico poder de tocar un nervio al descubierto y convertirlo en un agravio al profeta Mahoma, como se demostró con una reciente cita histórica del Papa, sin que valieran de mucho la contextualización y disculpas posteriores. Las críticas más airadas procedieron de la Turquía profunda, con fuertes presiones de nacionalistas y activistas islámicos para que se cancelara este viaje. El choque de civilizaciones está servido y divide también al país, donde la novelista Elif Shafak se ha librado por los pelos de una condena de cárcel por haber aludido a la masacre de armenios bajo el imperio otomano durante la primera guerra mundial. Otro escritor, Orhan Pamuk, galardonado este año con el Nobel, ha vivido un calvario por similares motivos.

El objetivo principal de Benedicto XVI es reunirse con el patriarca ecuménico Bartolomeo, líder espiritual de los ortodoxos del mundo, para tratar sobre la tan ansiada unidad de los cristianos. Pero, en las tres etapas del viaje papal –Ankara, ?feso y Estambul– tendrá la oportunidad de conocer de cerca la realidad de las dos Turquías. La antigua capital, Estambul, es una espléndida conurbación de casi 12 millones de habitantes, una ciudad repleta de vida, de historia, de arte, de luz y color en la que coexisten ambas versiones.

CUANDO en el mar de Mármara se levanta la luna sobre Asia, al otro lado del Bósforo cae la noche sobre Europa. Una metáfora válida para describir dos mundos en uno: el afán proeuropeo frente a una visión del orbe que se reparte entre dar al-islam (tierra o territorio del Islam) y dar al-harb (tierra o territorio de la guerra). Durante muchos años, la secular y oriental Turquía se consideró inmune a esta clase de teolatría. Para aquellos políticos que se esfuerzan en la mejora de relaciones entre el islam y Occidente –Rodríguez Zapatero asistió ayer en Estambul a la presentación del informe final de recomendaciones para la Alianza de Civilizaciones–, Turquía ha sido durante mucho tiempo la gran esperanza, la prueba de que un país mayoritariamente musulmán también puede ser laico, democrático, y vivir en armonía con los vecinos occidentales. Como consecuencia, el asunto de la integración en la Unión Europea ha tomado un giro icónico. En estos momentos, Europa no puede congregar mucho entusiasmo para admitir una muy grande y relativamente pobre nación musulmana, gran parte de cuyo territorio está en Asia.
Inevitablemente, esta cuarentena ha provocado una reacción. Muchos turcos se sienten maltratados y humillados cuando el político francés Nicolas Sarkozy les dice que nunca podrán ser miembros de la UE. En Turquía, donde el apoyo a entrar en Europa contaba con el 70% de la población hace tres años, está ahora por debajo del 50% en algunos sondeos.

Los más escépticos hablan de un tratado preferencial y olvidarse de la adhesión al club europeo, pero otros recuerdan que el giro decisivo de Turquía hacia Occidente ya se produjo en los años 20 del siglo pasado, mucho antes de que la UE fuera incluso concebida. La economía del país crece con rapidez, la inflación está controlada, el Gobierno de Erdogan ha revaluado la moneda a 1, 7 liras el euro, cuando llegó a cotizar hace unos años 1, 7 millones frente al dólar. Un misterio: las reservas de divisas aumentan gracias al efecto green money (inyección masiva de dólares) que no se atribuyen en su mayoría a las remesas de los emigrantes en Alemania, el mercado negro o el contrabando de petróleo. Los analistas sospechan que proceden de Arabia Saudí y que esta generosa ayuda podría condicionar el ancestral proceder laico que consagra la Constitución.

LA L?GICA política apunta a un largo proceso en el compromiso de la integración europea, pero cuanto más largo sea el proceso, más amarga será la desilusión cuando llegue a su fin. ¿Cómo se sentirían los turcos si, después de una larga década de negociación, su pertenencia fuera bloqueada por los referendos de Francia y Austria? Seguramente, serán finalmente las fuerzas sociales decisorias de Turquía las que determinarán su relación con el islam antes que cualquier presión externa procedente de Bruselas. Pero es prematuro que los turcos proeuropeos se desesperen. Mientras su Gobierno crea sinceramente que quiere el ingreso por el bien de los intereses del país, también forma parte del interés de Europa y Occidente seguir hablando.