Dedico un rato a pensar (un ejercicio atrevido, escaso, casi un lujo en los tiempos que corren) antes de ponerme a escribir un post que deseo lleno de sentido, de racionalidad, de elementos de análisis, que dé luz etc. etc. Pero no han pasado ni veinte minutos que me doy cuenta de la imposibilidad de la empresa.
Intento procesar las noticias que como una especie de bombardeo me llegan de todas partes sobre todo vía radio e internet, mis principales fuentes de información, pero no tengo éxito. Me veo sobrepasado por la impostura que estamos viviendo, tan superado, que un servidor, más bien escéptico por lo que respecta a las teorías conspirativas empieza a apuntarse al club de los que piensan que una ceremonia de la confusión como la actual, debe obedecer a un plan premeditado para anestesiar cualquier intento de resistencia moral.
Me supera el pensar que entre los nuevos ministros del gobierno de España se encuentren personajes que provienen de los lobbies más importantes de la industria del armamento y de la banca más especuladora. Entiendo que es un gobierno legítimo, democráticamente elegido, pero esta legitimidad no anula la necesidad de una selección ministerial que tenga en cuenta elementos básicos de ética y honestidad política. En muchos estados los ministros son examinados por los parlamentos y pueden llegar a ser vetados por estos parlamentos, de manera que a partir de ese examen la opinión pública llega a conocer la trayectoria del candidato al cargo.
Así pasa por ejemplo, en la Comisión Europea, donde los nuevos comisarios han de pasar por una sesión de examen ante el Parlamento, que revisa atentamente curriculums y se aclaran posibles conflictos de intereses. Cabe decir que más de uno no ha pasado el examen de idoneidad y ha tenido que ser descartado por quien lo proponía. Aquí, en cambio, la composición del gobierno se reserva a un presidente que mantiene todos los nombres en secreto hasta casi el mismo día que juran (o prometen) sus cargos.
Me sobrepasa la impostura de los que hablan de regeneración moral desde sus atrios, mientras los partidos que les dan apoyo y otras personas relevantes que han ostentado altos cargos en estos partidos son imputados en procesos judiciales por corrupción.
Casos como los de Camps, Matas y tantos otros??, en los cuales se mezcla la vanidad personal con cuestiones más de sistema (financiación de partidos, contratación de obra pública etc??), pasan por delante de nuestras narices como si nada. Incluso, hay quien los considera absueltos en la medida que las urnas los han vuelto a revalidar en sus cargos, a ellos o a sus partidos.
La apelación que desde los partidos gobernantes se hace al esfuerzo, los valores y la regeneración democrática, no deja de sonar vacía, en la medida que no ha habido un mea culpa sincero por parte de los que creyeron que la elección democrática les otorgaba una especie de impunidad total.
Me siento también sobrepasado por el aplauso que el Congreso dedicó hace unos días a su Majestad que mora en la Zarzuela, y los elogios que recibió por parte de todos al dignarse a hacer algo tan ?atrevido?? como rendir cuentas de lo que recibe por parte del Estado.
¿Es que hemos perdido el juicio? Durante años la Monarquía, avalada por los partidos mayoritarios se negó a una presentación pública de las cuentas de la Casa Real, y ahora que, debido a una coyuntura que todo el mundo conoce y que no repetiré, debido a un interés fruto del instinto de supervivencia ante el escándalo de uno de sus miembros, se ha decidido benévolamente a mostrarnos un ?poco?? como distribuye sus gastos, ahora nuestros representantes irrumpen en una larga y sentida ovación. Extraño, todo muy extraño, muy confuso?? como comenté al principio.
Y quizás el súmmum de todo haya venido en los últimos días en forma de reacción por la muerte de Fraga. Reconozco haber vivido con perplejidad esta especie de elevación a los altares de la política de alguien que ciertamente con luces y oscuridades como todo el mundo, que yo sepa no mostró nunca ni un ápice de arrepentimiento por haber participado activamente en uno de los regímenes más obscuros del siglo pasado.
Pero todo forma parte de la misma ceremonia de confusión, de valores patas arriba. Los cómplices de una dictadura son enaltecidos como demócratas por nuestros representantes democráticamente elegidos; los imputados por corrupción absueltos por las urnas o en todo caso víctimas (?nuevos Jobs??, Camps dixit) en manos de fiscales implacables; los partidos que se han financiado de manera sospechosa durante años reclamando regeneración moral; la rendición de cuentas necesaria y obligatoria, vista como un acto de regia generosidad, y suma y sigue??
Y a mí que la cabeza empieza ya a darme vueltas mientras pienso que quizás sí que seamos víctimas de una conspiración, la que pretende entre otras cosas, que dejemos de escribir cosas sensatas y normales, donde todo vuelva a tener una cierta lógica: la lógica de una verdad cada vez más delgada y manoseada. Quizás hoy más que en reivindicar grandes principios, la resistencia consista simplemente en no perder la cabeza.