Myriam y Marc vienen a compartir la comida de la comunidad. Me hace feliz estar con ellos. Les quiero mucho. Conocieron la calle, durmieron en la calle, como todos los que no tienen vivienda y a menudo tampoco trabajo. Pero después de una larga marcha del combatiente, salieron adelante.
Hoy, junto con un tercer cómplice, hacen teatro. Escenifican lo que vivieron en el día a día, sin hacer trampa, con sus propias palabras. ¡Descubrimos el foso que existe entre lo que viven y las preguntas que se plantean las personas que vienen a verlos! Como se puede no entender que los que viven en la calle son seres humanos como nosotros.
¡Su obra de teatro me pareció extraordinaria, autentica y conmovedor! En cada sesión al público se le remueve algo por dentro.
Myriam y Marc dan testimonio de que nunca se debe perder la esperanza por alguien que vive en la calle. Nadie es irrecuperable. Se pueden salvar pero no tienen que quedarse nunca solos. La solidaridad es indispensable.
La Pascua está ahí muy cerca. Con su mera presencia, Myriam y Marc me dicen que ya es Pascua, sin esperar. Salieron de sus tumbas. El amor les abre a los demás. Sus manos se alzan hacia los excluidos. No pueden tener éxito en la vida sin permanecer solidarios de los más desfavorecidos de la sociedad. Para ellos, vivir es luchar.
Su testimonio evoca para mí esa fabulosa palabra del apóstol Juan: « Nosotros sabemos que pasamos de la muerte a la vida cuando amamos a nuestros hermanos. »