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La ONU ha muerto -- Jesús Renau

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Cristianismo y Justicia

El día 3 de Setiembre Miquel Roca Junyent publicó en La Vanguardia un breve artículo con este nombre: “La ONU ha muerto”. Palabras concisas, directas, acertadas y razonadas. Sí, señor, la ONU ha muerto. El anuncio de que un parlamento -en el caso de la guerra de Siria, el congreso de los EUA- pueda dar el visto bueno para atacar a otro estado, muestra que por encima de las Naciones Unidas está la decisión de un poder que se convierte en juez del bien y del mal, como un imperio que no ha de dar cuentas a nadie y que en todo es autosuficiente.

Todo esto sin el consentimiento de las Naciones Unidas y del Consejo de Seguridad nos muestra el auto de defunción de un organismo creado después de la Segunda Guerra Mundial con el fin de evitar este tipo de guerras destructivas que llevan la muerte no sólo a los ejércitos sino a la población civil. Ya se pueden buscar frases farisaicas como “daños colaterales” que lo único que muestran es la capacidad de revestir el mal con papel higiénico. Lo cual resulta doblemente lamentable: a la muerte de personas se suma la defunción de la dignidad del lenguaje.

Hace 50 años Juan XXIII en su carta encíclica “La Paz en la Tierra” mostraba ya de forma profética y evidente la necesidad que tenia la humanidad de dotarse de una autoridad mundial. No determinaba su estructura, si bien insinuaba que podía ser a partir del desarrollo de la ONU. Una sociedad de naciones verdaderamente democrática, fundamentada en los derechos humanos. La idea de una autoridad mundial ha sido repetida varias veces por la doctrina social de la Iglesia no solamente en documentos pontificios sino en numerosas declaraciones como en noviembre del 2011 por Justicia y Paz Internacional a propósito de la actual crisis económica. Es un deseo razonable, urgente y del que la humanidad no puede prescindir en un mundo global y plural.

¿Por qué no se trabaja en esta dimensión? Por la prepotencia de los que ganaron la Segunda Guerra Mundial y se adjudicaron el derecho de veto en el Consejo de Seguridad. Este veto es sencillamente inmoral, un privilegio a favor de los vencedores, un anacronismo medieval, una discriminación hacia los demás pueblos, la defensa de unos intereses nacionalistas y, como se ha demostrado infinidad de veces, un torpedo fatal para determinaciones tomadas en mayoría democrática en las sesiones de la ONU. En pocas palabras es un totalitarismo dictatorial injusto e insostenible.

La ONU estaba ya en proceso de curas paliativas y ahora ha muerto de la mano de los EEUU. Solamente queda una salida: o se refunda o se entierra. Es muy posible que dentro de unos días veamos otra vez aquel macabro juego de luces verdes y rojas seguidas de grandes explosiones, como en la guerra injusta de Irak. Sentados delante de la televisión, impotentes y quizás comentando las capacidades técnicas de la gran potencia, seremos testimonios de que por enésima vez se quema la democracia en nombre de la “democracia” de unos cuantos, que se sienten superiores a los demás y toman la justicia por su mano, como en muchas de las películas del oeste.
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