La moralina del obispo de Ávila -- Jesús Mª Urío Ruiz de Vergara

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Enviado a la página web de Redes Cristianas

Las siguientes frases-titulares son sacadas de la nota de prensa que ha sacado hoy, no se sabe exactamente por qué, aunque puede ser que el motivo sea que es lunes, y 12 de junio. Y también, ¿por qué no?, por enredar e incomodar, y ganarse una situación adelantada para salir en la foto. Pero no cabe duda de que hay obispos empeñados en poner palos al carro que el papa Francisco y el cardenal Kasper quieren echar a andar. Que sirva este párrafo de introducción, que le grueso del artículo y la argumentación principal vendrán más abajo, tal vez escritos mañana, pues tengo que salir con bastante prisa a visitar a una recién operada.
Los divorciados, «moralmente irregulares»
«Que no haya confusión: si se vuelven a casar no pueden comulgar»
(RD: Redacción, 12 de mayo de 2014 a las 16:42)

Un católico divorciado que vuelve a casarse es «infiel a la unión que asumió ante Dios de una vez para siempre»

El obispo de Ávila, Jesús García Burillo, ha afirmado hoy que un católico divorciado que vuelve a casarse es «infiel a la unión que asumió ante Dios de una vez para siempre» y que su nueva vida es «moralmente irregular», aunque la tarea de la Iglesia es hacer que se sientan «aceptados» y que «no están fuera». No sé dónde viven ciertos obispos. Tal vez en su propia familia haya algún divorciado o separado, y no creo que los sienta rechazados por la sociedad, ni por la Iglesia doméstica. Actualmente no se puede, ni siquiera, afirmar, que sean rechazados por la cúpula del Magisterio de la Iglesia. Más bien por ciertos grupúsculos que deben ignorar, por lo visto, el significado auténtico de la palabra ?moral??, como para decir que en los tiempos que corren la situación de un divorciado sea inmoral. Lo sería cuando no existía esa costumbre, porque moral viene de ?mos,ris??, costumbre. ¿O no se acuerda ya monseñor Jesús García Burillo.

Al señor obispo de Ávila le recordaría unas cosas:

En primer lugar, que no le extrañe que me meta, o nos metamos tanto, que no soy único, con los obispos. Jamás se me habría ocurrido hacerlo con D. Pedro Fedalto, arzobispo de Curitiba por los años setenta, por la sencilla razón de que se limitaba a ser, actuar y hablar como obispo. Y en mi época de Brasil, años 1970-1985, había muchos así. Pero si un obispo, como ahora la mayoría en España, habla de la legislación, de las costumbres, de la cultura, de la política, de la sociología matrimonial, etc,. como si en todas estas cosas tuviera legítima habilitación y autoridad para opinar en público, y para todos los ciudadanos, entonces no se extrañen que, tratándose de temas opinables para muchos, entre los que me encuentro, también expongamos nuestra opinión, con la crítica, rechazo, o matización, que encontremos necesarios. Pero que no nos acusen, o me acusen, de falta de respeto o de desconsideración con la dignidad episcopal.

He empleado la palabra moralina para significar una actitud que considero desviada y peligrosísima: leer, u oír, y todavía peor, exponer, el Evangelio, y, en general, la Sagrada Escritura, si no como un tratado de moral, -que hasta ahí llegan ciertos jerarcas en nuestra Iglesia-, sí, por lo menos, como un catálogo válido para el juicio moral. Olvidando algo elemental, y de estricta justicia para todas las personas: que la moral no es privativa de ninguna revelación, y menos de ninguna religión, (dos conceptos que son bien diferentes, aunque algunos se empeñen en identificar), sino que se debe a la pura racionalidad humana, con sus condicionamientos de época, lugar, desarrollo cultural, etc. Un obispo, aun con el peligro de equivocarse, podría decir que el divorcio es un mal, y una desgracia psicológica y teológica, para un discípulo de Jesús, pero de ninguna manera generalizar usando, como lo ha hecho monseñor Burill0, la palabra inmoral. Según el sentido estricto, y no tan estricto de moral, esa realidad jurídica actual en la mayoría de los pueblos, de ninguna manera se puede catalogar como inmoral.

Otra cosa que tal vez sorprenda, y hasta incomode a monseñor: según nuestro profesor de Derecho Matrimonial, en el curso de licenciatura de la Pontificia Universidad de Salamanca, Federico Rafael Aznar Gil, la Iglesia de los primeros siglos admitió, realmente, el divorcio entre sus miembros, sobre todo cuando se trataba de una unión entre creyentes cristianos, y paganos. Los famosos privilegios petrino y paulino, que si los estudiamos bien no eran tales privilegios, sino una práctica rápidamente extendida a todas las iglesias, suponían, con otro nombre, verdaderos divorcios. Es decir: la validez jurídica, en nuestro caso, canónica, de la nueva situación de los casados, no residía en el propio consentimiento matrimonial de los esposos, sino en otros condicionamientos no referidos directamente a ese consentimiento. La declaración de nulidad de esa voluntad conyugal por motivos teológicos o eclesiales equivale, realmente, a condicionamientos en los que el legislador actual fundamenta la motivación para la destrucción del vínculo matrimonial. Y poco importa que en unos casos sean casos referentes a la fe, y en otros, a la pura dinámica de los requisitos para la convivencia. En ambos se destruye la sacrosanta doctrina de la ?indisolubilidad?? del vínculo matrimonial.

Sé que todo lo que he expuesto se puede discutir y rebatir. Y eso es lo más hermoso de la disquisición intelectual, y del diálogo conceptual, algo totalmente opuesto al dogmatismo al que nos quieren acostumbrar ciertos eclesiásticos, rígidos, inflexibles, y hasta un tanto ortopédicos, en la solemnidad de sus opiniones y enseñanzas. He repetido muchas veces y lo hago otra vez: en la Iglesia el único pensamiento único es la proclamación de la fe de los concilios de la Iglesia.