Si Jesucristo levantara la cabeza, apareciera en el siglo XXI, concretamente en mayo, y viera cómo muchos de los que se dicen sus seguidores celebran el rito de la Primera Comunión… Los vascos se gastan 3.000 euros de media en esta ceremonia, que se esfuman en trajes de princesa o marinero, recordatorios con letras doradas, reportajes fotográficos o de vídeo, y el banquete.
Aproximadamente, un 30% de los padres de niños que reciben su primera eucaristía viven su religión coherentemente. El resto acude a la Iglesia sólo para festejar ciertos ritos. Es de suponer que, según las conclusiones que pueden sacarse de la Biblia, Jesús frunciría el entrecejo ante las mesas repletas de langostinos a 50 euros el cubierto y clamaría contra el consumismo que enmascara el significado de este sacramento. Ya lo hizo con la expulsión de los mercaderes del templo, «Quitad esto de aquí: no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre», cuenta San Juan que dijo su maestro.
Quizás este pasaje bíblico resuma el parecer de Juan José Elezcano, párroco de la localidad vizcaína de Romo, que estos días ha sido noticia, entre otras cosas, por haber recibido un toque de atención del Obispado, ya que desde hace tres décadas obliga a los niños a ir vestidos ‘de calle’ en esta celebración y prohíbe a los fotógrafos que mariposeen por el altar en busca del mejor momento.
Este caso aislado ha abierto una vieja herida que divide a los católicos. Aunque todos están de acuerdo en denunciar la banalización de los sacramentos, unos son partidarios de cortar por lo sano -imponiendo reglas que dificulten un «espectáculo circense»- y los hay que creen que se debe escuchar a las ovejas descarriadas y aprovechar cualquier momento para reconducirlas por el ‘buen camino’.
En esta última postura se reconoce Carlos García de Andoin, coordinador federal de Cristianos Socialistas. «La forma de vivir la religiosidad ha cambiado y se ha producido un alejamiento en la práctica religiosa, aunque se mantiene la relación con la Iglesia en momentos puntuales. Parece entonces que algunos la usan superficialmente para su beneficio y que sólo interesa el boato. Es esta situación la que a los curas se les hace difícil. Para ellos es una traición».
Cuatro respuestas
Explica García de Andoin que hay cuatro modelos de actuación entre los sacerdotes cuando les vienen padres no practicantes a plantear la comunión de sus hijos. «Una, la respuesta funcional: dices a la familia ‘Vale, quieres esto, pues venga lo hacemos y ya’. Dos, la respuesta pastoral: les comentas que hay que cuidar este momento y tratas de dar una cara amable, porque hay mucha gente que se ha alejado pero quizás ese momento de acercamiento sea importante. Supone dar un rostro amable. Tres, la respuesta del malestar: les planteas ciertas condiciones o exigencias y la gente puede sentir que se les está echando. Y cuatro, la respuesta rigorista: es minoritaria; hay curas que plantean una serie de normas estrictas para celebrar el sacramento de forma pura. O lo tomas o lo dejas».
A su juicio, la opción acertada es la pastoral, que es recibir al fiel de forma amable y que ese acercamiento se convierta en una «oportunidad de diálogo» para establecer una relación que permita dar «pasos hacia delante». «Mucha gente que deja de ir a la iglesia no se convierte en atea, sigue conservando creencia, fe, algo más vago. Es necesario cuidar ese rescoldo». García de Andoin explica que en este alejamiento subyace una crítica «por la inadecuación de la Iglesia a los tiempos actuales en temas de mujer, familia…, así que se alejan y la usan cuando la necesitan». Reconoce, no obstante, que hay un «exceso» a la hora de entender la Primera Comunión. «Es una celebración que necesita gestos de excepcionalidad, pero también de austeridad».
Algo más duro en sus consideraciones es Javier Vitoria, cura y teólogo bilbaíno que utiliza palabras como «blasfemia» y «profanación» para catalogar estas fiestas en las que prima ese «exceso» del que hablaba García de Andoin. «Es un desastre. En el mes de mayo se establecen unas celebraciones absolutamente blasfemas de la eucaristía, rodeadas de intereses económicos y consumistas que nada tienen que ver con los sacramentos, que se venden en una especie de ‘todo a cien’. En un mundo donde la gente se muere de hambre, es una blasfemia que otros se gasten un dineral en celebrar esto por todo lo alto en un restaurante».
Vitoria va a cumplir ahora 38 años de cura. «Y éste es un problema que viene desde la década de los sesenta. Si la Iglesia hubiera sabido mantenerse en sus posiciones… pero ha ido hacia atrás y aun así ha habido un éxodo. Y hay un tanto por ciento altísimo de niños que acuden a la catequesis para la comunión que no ha oído hablar de Dios. Eso no puede ser. Quizás alguna postura sea demasiado rígida, pero cuando oí la noticia del párroco de Romo me dije ‘¿Hombre!, resulta que llaman la atención a gente que se toma en serio esto, aunque se equivoque, y a otra gente que lo banaliza todo no se le dice nada’».
La solución, opina Vitoria, reside en las altas instancias eclesiales: «Se tienen que mojar los de arriba para reconducir la situación. El problema es que el Vaticano también tiene su ‘show’. A ver si vamos a pedir a los fieles austeridad y allí están los representantes de Dios vestidos con enaguas. Hay que tener coherencia».
Flexibilidad
Fuentes del Consejo Diocesano bilbaíno reconocen que «a veces hay momentos de escándalo, de ostentación y gasto desmedido, y se arrastra a los más pobres a estos comportamientos. Precisamente son los padres más comprometidos los que menos pegas ponen». Están de acuerdo con las tesis del párroco de Romo, pero, aun así, se muestran partidarios de la «flexibilidad». «?l está actuando bien, aunque quizás no sea lo mejor en este momento. Hay que dar ocasión para que la gente reflexione y se acerque a la Iglesia. Pero, cuidado, no vaya a ser que por dar libertad se nos imponga el modelo consumista».
Loli Asúa, miembro de Mujeres Cristianas Fe y Justicia, entiende que la Iglesia la forman la jerarquía y los fieles, «así que a la hora de determinar cómo deben ser los sacramentos hay que dialogar. Es valioso querer ir a lo fundamental del sacramento, pero también puede ser que los padres se gasten un dineral en los vestidos de calle». Reconoce que está bien que se planteen cambios, «pero no sólo por el cura, sino entre unos y otros. Hay que respetar la pluralidad».
La conclusión es que «esto de las comuniones está sacado de madre», según Rafael Aguirre, teólogo de la Universidad de Deusto. «Y es difícil hacerlo ver a los padres. Pero no conviene hacer de esto un ‘casus belli’. No hay que ser tan estrictos. La Iglesia debe tener una actitud acogedora, no hosca. Hay que intentar hacer comprender, pero dando libertad. No hay que banalizar los sacramentos, pero tampoco se le pueden pedir peras al olmo».