Una de las claves que explican el inmenso embrollo de líos, mentiras, escándalos y problemas, en los que estamos metidos, es sin duda la mentalidad sumisa que, por transfusión social, a todos nos han inyectado en la sangre misma de nuestras ideas más queridas. ¿Cómo se explica que en España, desde hace años, nos vengamos enterando de escándalos de corrupción política que claman al cielo y, sin embargo, casi todos seguimos votando a los corruptos, sean del partido que sean?
¿Y qué decir de los que ahora se frotan las manos porque le ha llegado la hora al juez Garzón, al que se acusa de lo peor que se puede acusar a un juez, porque (a juicio de algunos) no se ha ajustado a las exigencias procesales que había que observar a la hora de hacer justicia con las víctimas de la guerra civil? Pero, más curioso aún, ¿alguien me puede explicar cómo es posible que, siendo público y notorio el escandaloso número de sacerdotes que han incurrido en delitos de pederastia, en los responsables de la Iglesia haya ahora mismo más interés por salvar el buen nombre del papa que por defender los derechos de las víctimas?
Si planteo estas preguntas, es porque en asuntos aparentemente tan diversos, como son la política, la justicia y la religión, en el fondo nos encontramos siempre con lo mismo: la mentalidad sumisa a un ideario, ya sea político, jurídico o religioso. Sumisión a un ideario que responde a intereses ocultos y quizá inconfesables. Pero, sobre todo, sumisión sin condiciones porque sabemos por experiencia que la sumisión nos da seguridad. Y bien sabemos que la satisfacción de nuestros intereses y la seguridad en nuestra posición, esas dos cosas, tienen más fuerza para determinar nuestra conducta, que los ideales éticos por más elementales o más sublimes que sean.
Por eso en la sociedad, tal como está montada, triunfan los sumisos, es decir, los que se identifican con el modelo político, jurídico y religioso que comúnmente se acepta como ?el que tiene que ser??. De ahí, lo peligrosa que es la mentalidad sumisa. Primero, porque esta mentalidad es el pilar básico sobre el que se sostiene este sistema de corrupción en que vivimos y del que continuamente nos quejamos. Segundo, porque la mentalidad sumisa se lleva puesta sin que nos demos cuenta de que, pensando que somos libres y hacemos lo que queremos, en realidad somos más sumisos de lo que nos imaginamos.
Tercero, porque los más sumisos son los más aptos para la represión. Como muy bien se ha dicho, los atenienses sólo empleaban a esclavos en la policía. Quien practica la represión como oficio tiene que ser él mismo un represor ejemplar (V. Romano). Esta es la causa profunda de que la obediencia ciega y los ejercicios absurdos de instrucción desempeñen un papel tan importante en el ejército y en la policía de los regímenes represivos. Entre los vigilantes más fieles y seguros de los campos de concentración nazis estaban los propios prisioneros.
Vivimos en un sistema en el que los más sumisos son los más eficaces. Seguramente, donde esto se ve más claro es en el funcionamiento interno de los partidos políticos. Ahí, el que no es fiel al principio básico de la ?obediencia debida?? no dura mucho. Y, por supuesto, el que no es fiel al partido, no podrá medrar en él. Lo cual quiere decir que nuestro sedicente sistema de libertades, es en realidad un sistema de sumisión y, en asuntos de enorme importancia (y de los que no nos enteramos), un sistema auténticamente represivo.
Pero, ¡atención!, represivo en lo que interesa a los represores, al tiempo que permisivo para los corruptos. ¿Cómo se explica, si no, que este sistema permita que (legalmente) un político, acusado de incontables atropellos, pueda juntar en cuatro días tres millones de euros para no ir a la cárcel? Y es verdad que hay mucha gente que, ante semejante disparate, se lleva las manos a la cabeza. Es verdad que los medios nos informan de ese tipo de cosas y las critican. Pero el hecho es que esas cosas se siguen haciendo. Por la sencilla razón de que el sistema las tolera y está gestionado de forma que las hace posibles. Además – y esto es lo peor – el sistema sigue funcionando. Señal inequívoca de que la corrupción está en el sistema. Y el sistema sigue funcionando porque es un sistema de sumisos.
Pero, sin duda, la gran maestra en la formación de la mentalidad sumisa es la religión. Es un hecho que la Iglesia da abundantes muestras de estar más interesada en imponer deberes a la gente, que en defender los derechos de los ciudadanos. Lo que desencadena una consecuencia fatal. Como bien ha indicado J. Feinberg, un sistema moral basado más en la imposición de deberes que en la defensa de derechos desemboca en un sistema ?moralmente empobrecido??.
Porque en él las personas desarrollan caracteres de servilismo, que suplica y espera los ?favores?? del amo, del patrono, del superior o del jerarca que gobierna. Si pensamos así, ¿de qué nos quejamos? ¿No tendríamos que clamar, ante todo, contra nuestra propia ?mentalidad sumisa??? Por lo menos, si todos empezamos a pensar en la responsabilidad que todos tenemos en que las cosas estén como están, ya estaremos entrando en el buen camino.
(Publicado en El Ideal)