LA IZQUIERDA DESCUBRE A SAN PABLO

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la razón

En este contexto, que abre una nueva relación entre el pensamiento filosófico y la fe, aparece el sugerente y completísimo libro colectivo «Nuevas teologías políticas. Pablo de Tarso en la construcción de Occidente», editado por Reyes Mate y José A. Zamora, trata de analizar esta influencia al hilo de una investigación sobre los fundamentos teológicos de algunas categorías de la tradición política. El libro consta de tres apartados. En el primero, «Las lecturas políticas de Pablo», se analizan las interpretaciones contemporáneas del fundador del cristianismo. El segundo se centra en las lecturas que ha realizado la teología de las políticas autoritarias, mientras que en el tercero se discute el sentido político de la teología en la actualidad.
Obviamente, a partir de estas premisas, una pregunta se impone: ¿por qué ciertos pensadores radicales están de nuevo repitiendo a su modo el espinoso camino de Damasco? ¿Qué similitudes existen entre la reflexión en torno a la noción revolucionaria de «acontecimiento» y ese momento paulino de revelación narrado en «Hechos de los apóstoles»? Como afirma Reyes Mate, «Pablo es, en efecto, la encrucijada de muchos caminos que no son extraños a los problemas de nuestro tiempo». Tres razones podrían aducirse: en primer lugar, como bien vio Nietzsche, se trata del fundador institucional del cristianismo y, en esa medida, de Europa y su identidad; segundo, es la piedra angular entre cristianismo y judaísmo; y, tercero, es una figura que sirve de punto de confluencia de lo religioso y lo filosófico. Conceptos fundamentales de nuestra tradición, y que hoy están siendo repensados, como universalidad, singularidad, Ley o espíritu siguen conformando el espacio político de nuestro siglo y sus tensiones.
En este sentido no puede obviarse el diagnóstico realizado por Giorgio Agamben en un libro aún no traducido al castellano «l tempo che resta», donde el filósofo italiano realiza una deslumbrante lectura de la «Epístola a los romanos» relacionando a Pablo con la posibilidad una nueva política orientada a escapar de la trampa del biopoder y de la conversión del ser humano en «homo sacer». Como afirma Sonia Arribas en un excelente artículo dedicado a este tema, «la cuestión de la búsqueda de un modo de expresión de una comunidad política alternativa al Estado-nación se vuelve acuciante, empíricamente hablando, cuando se observa cada vez más que el poder estatal y la ley emanada de éste están basados de raíz en el estado de excepción». Las dudas que suscitan todos estos proyectos que, en mayor o menor medida, se apoyan en ese «acontecimiento» cultural llamado Pablo giran fundamentalmente en torno a la pretensión de trocar la Ley por una nueva ética del Amor.
En cierto modo, presuponiendo ilusoriamente la identificación de nuestro mundo con esa «madriguera» sin salida de la que habla Kafka, este nuevo movimiento (im)político deduce de esta situación asfixiante sólo la muy discutible necesidad de defender una salida radical. El problema aquí estriba en su presupuesto: ¿Hasta qué punto es verdad ese diagnóstico tan pesimista y maximalista acerca de nuestra crisis? ¿No subyace aquí un prejuicio apocalíptico que de entrada falsea la situación real para hacer luego hacer aparecer la inconmensurable y milagrosa solución mesiánica? Es decir, ¿no se corre aquí el peligro de desplazar, «suspender» sería la expresión más justa, el escenario político, por definición imprevisible, contingente, incómodo, modesto, nada narcisista, por una óptica metafísicamente más sublime… y menos incómoda: la del horizonte de la salvación? En fin, preguntas abiertas.
Sin embargo, más allá de la figura de Pablo, ¿cuáles podrían ser las causas de este renovado interés por lo sagrado? Existen varias, pero básicamente una. Deslegitimados y vaciados «de facto» algunos de los ideales conductores del proyecto moderno y tras el «impasse» de la posmodernidad, la temática espiritual, antaño desacreditada, vilipendiada, indiferente… ha vuelto, como sospechaba Nietzsche, a ser de nuevo interesante. No está mal por consiguiente que, en este momento de crisis de los valores ilustrados occidentales, repensemos todos aquellos planteamientos, vagamente tachados de «irracionales», que fueron condenados demasiado apresuradamente al vertedero de la historia.