La Iglesia española hipotecada por la JMJ -- José Manuel Vidal

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O eso es al menos lo que quiere y, en parte, está consiguiendo el cardenal de Madrid, Antonio Maria Rouco Varela. Hablaba ayer con varios curas madrileños que forman parte del consejo presbiteral. Y todos ellos, desde los moderados a los más progres, estaban asustados del cariz que están tomando los acontecimientos en la diócesis madrileña.

Y es que si Rouco está obsesionado con la JMJ, sus corifeos van más allá incluso y parecen dispuestos a morder a cualquiera que ponga el más mínimo matiz al tema o intente cuestionar el alcance pastoral del gran evento de este verano. «Ya no nos atrevemos a plantear nada para evitar que todas las energías de la diócesis se canalicen exclusivamente para eso. Nos callamos, porque sus adláteres se nos tiran al cuello», decia uno los curas del presbiterio madrileño.

Por eso, ante esta situación, la archidiócesis e ha vuelto a dividir casi por la mitad. Por un lado, están los fieles de Rouco y de su línea ideológica, profundamente movilizados y que creen ver en la JMJ una ocasión única. Especialmente, los más jóvenes, que suelen ser los más ultras también. Una ocasión especial no tanto pastoral, porque todo el mundo sabe que estos eventos masivos son fuegos fatuos y espectacularización de la fe, cuanto a mayor gloria del cardenal. La apoteosis de su carrera, el gran regalo antes de que se vaya el máximo líder. Tanto que entre los curas madrileños ya se está empezando a hablar de la JMJ con el mote de AMRG (Ad maiorem Rouco Gloriam).

Y por el otro lado, la mayoría de los curas normales, moderados y progresistas, que están optando no por oponerse abiertamente a la AMRG, sino por dedicarle los esfueros y las energías justas. Reconoce este último sector que la JMJ puede ser una ocasión para redorar la imagen pública de la Iglesia española, que anda por los suelos. Pero estos espectáculos de la fe nunca han sido ni serán el revulsivo pastoral y evangelizador que necesita el país.

Hay quien dice que el propio Benedicto XVI no comulga demasiado con estas Jornadas y que las mantiene porque no tiene más remedio, dado que Juan Pablo II las oficializó y las convirtió en una especie de santo y seña de la capacidad juvenil y, por lo tato, de futuro, de la Iglesia católica.

Si en Madrid están así las cosas, en el resto del Estado pasa exactamente lo mismo. Unos obispos acérrimos partidarios de Rouco y de las JMJ que se están volcando y consagrando todas sus energías (personales y materiales) a ello. Por ejemplo, monseñor Munilla en San Sebastián (con escaso éxito), monseñor Pérez en Pamplona o monseñor Fernández en Córdoba.

Otros muchos obispos y diócesis apoyan pero sin excesivos ardores. Conscientes de que será una fiesta, un gran encuentro juvenil, una lluvia de tormenta de la que no cala ni deja poso, a no ser en los ya convencidos. Y en el haber de un cardenal que esos días rozará el cielo de su personal apoteosis. El zénit de su gloria, que ha venido preparando desde hace años. Aunque, para ello, lleve ya tiempo hipotecando a gran parte de los Iglesia española. Pero casi nadie se atreve a decírselo al cardenal, rodeado constantemente de turiferarios.