LA IGLESIA COMERCIAL. Jaime Richart

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Argenpress

Medir el éxito en la difusión del mensaje evangélico por el número de santos elevados a los altares o por el de adeptos que cuenta en sus registros, es una ofensa que la Iglesia católica se ocasiona a sí misma y a su causa espiritual. No le importa, por lo visto, la penosa impresión que nos produce a quienes no pertenecemos, ni de lejos, a ella, ni estamos abducidos por ella.

Pero tampoco le importa que los que de buena fe relacionados con ella puedan, en un momento dado, darse cuenta de semejante desatino. El ser humano, el creyente también, evoluciona cuando piensa en libertad…

El caso es que la católica iglesia se declara y comporta a menudo oficialmente como una empresa comercial. Empresa que, como toda sociedad mercantil en un mercado convencionalmente libre, ha de competir con otras. Y la competición no es en el grado de racionalidad o de persuasión, sino sobre todo en la captación de clientela o en la estrategia para no perderla. Como si el grado de consuelo que proporcione el evangelio o su cuota de verdad, tuvieran que ver con la aprobación o satisfacción de los más… Así han tratado siempre los papas la doctrina de Cristo, y así sigue viéndola Benedicto XVI: como una mercadería. Pierde seguidores, luego el mensaje evangélico va mal. Esta es la triste manera de abordar un bien espiritual, la Buena Nueva, en línea con aquella otra de la Bula que el pontificado vendía en otro tiempo a las almas.

Bien, puedo distorsionar yo la realidad y mi visión del asunto. Lo admito, pues no soy dogmático ni pretendo monopolizar, como hace ella, la verdad. Pero sea como fuere, el Papa va a Brasil a frenar la fuga de católicos. Por lo visto y las cuentas que desde el Estado Vaticano se hacen, Brasil ha pasado en 30 años de un porcentaje del 91,4% al 73,9% de católicos. Análisis y gráficos de marketing conducen a Benedicto al Nuevo Mundo. Al mismo sitio donde tanto daño llevaron sus predecesores… Algo va mal, algo no funciona…

Precisamente este asunto, el de modular creencias y devociones, tratar a las parroquias como empresas y a los párrocos enviados a ellas como empresarios, es otro de los motivos por los que viene desde hace mucho tiempo causando masivas deserciones. Unas, como éstas de Brasil, reconocidas ahora, y otras, como las apostasías en España, impedidas pero presentidas y solapadas todavía. Solapadas en las revueltas promovidas por parte de esos arzobispos que culpan al gobierno de su manifiesto retroceso espiritual y en feligresía. Este culpar a otros -en este caso al gobierno-, es una manera como otra cualquiera de no reconocer su fracaso más o menos teológico y doctrinal, como por el contrario lo reconoce en el Brasil y por eso allá va Benedicto.

Pero el mal de la Iglesia de Benedicto no proviene de fuera. El mal está dentro. Como dentro llevamos el diablo. Ella misma se lo causa. Si hasta ahora sus inquisiciones no hicieron aparentemente demasiado efecto en cuanto a pérdidas de epígonos, no fue porque no incitaran a la fuga, sino porque se retenía a la fuerza en los registros parroquiales a los fieles que ya no lo eran. Pero ha bastado una globalizada atmósfera de libertad en los países mayoritariamente católicos, para que en todo el mundo se detecte la desbandada.

La Iglesia Católica, con demonios, infiernos, glorias y limbos, o sin ellos, no da una. Es una máquina de materialismo y absolutismo que se incardina ya sin disimulo como la institución empresarial que siempre ha sido. En las sociedades, sobre todo las capitalistas, unos trafican con la política, otros con mercaderías y otros con la religión. La Iglesia Católica, de una u otra manera, lo que ha hecho siempre es traficar con la doctrina de Cristo.

Quizá todas las religiones hagan algo de eso, traficar con sentimientos; pero desde luego la católica, con su pasado tenebroso, sus anatemas delirantes, con sus bendiciones a gobiernos despóticos y crueles, con una doctrina social que se saca de la manga o la chistera sin bases racionales sólidas, o con su adhesión a la injusticia institucional incitando al feligrés a que la corrija con su caridad… ya puede ir despidiéndose del pedestal en que ella misma se instaló hace mil quinientos años más o menos.

Las iglesias que también predican el mismo evangelio que ella pero se preocupan de no atemorizar sino de consolar, que se preocupan de no pontificar sino de enseñar, que se preocupan sobre todo de recordar las enseñanzas de Cristo sin tantos aspavientos, tienen muchas más posibilidades de desplazar a la católica en un prestigio que en el mundo tuvo coercitivamente pero nunca mereció. Y allá, a ellas, a esas otras iglesias cristianas que confieren libertad de pensamiento y a las orientales -ya puede temerlo el Vaticano- van a ir todos y tantos como en el mundo, y no sólo en Brasil, necesitan de consuelo religioso de verdad.