En nuestra lucha espiritual contra el pecado estructural del capitalismo (ver el artículo anterior, «Capitalismo, pecado estructural y la lucha espiritual»), necesitamos tener cuidado para no dejarnos llevar por el «espíritu del mundo». Muchos de nosotros iniciamos nuestra lucha en favor de los pobres a partir de la indignación frente a la situación de injusticia social o de una interpelación de los rostros y las miradas de personas sufrientes. Esa indignación, muchas veces, se transforma en rabia a causa de la indiferencia de muchos y de la oposición sistemática de la elite (y de sus sirvientes) a las transformaciones sociales necesarias y urgentes. De la rabia ante una situación a la rabia de las personas que se benefician por las injusticias hay un paso pequeño.
Así, lo que nació de una indignación ética y del amor puede convertirse en algo diferente, algo movido por la rabia, que se encamina hacia el odio: una lucha movida por el deseo de «venganza», por el deseo de invertir la situación contra los enemigos (que pueden ser los enemigos del pueblo, de la clase o de los pobres). Imbuidos de este tipo de deseo, nuestros discursos y acciones pasan a estar marcados más por el espíritu de rabia/odio, que por un espíritu imbuido de esperanza en nuevos horizontes más humanos.
Necesitamos discernir acerca de las luchas contra el capitalismo con un criterio ético-teológico para no reproducir, aunque sea inconscientemente, la lógica de la dominación. Muchos en la elite tienen odio hacia el pueblo que lucha, porque sienten miedo de perder sus privilegios materiales y la sensación de que son personas «especiales o bendecidas», superiores a la «gentuza». Mientras tanto, si no tenemos cuidado podemos reproducir en nuestras luchas la misma lógica del odio, que – como nos recuerda el Padre Comblin – «viene también de la rabia de aquellos que se sienten rechazados o sin futuro».
Odiar al enemigo es parte del instinto humano. Pero el cristianismo propone una novedad que va más allá: «Oísteis que fue dicho: Amarás a tu próximo y odiarás a tu enemigo. Yo, sin embargo, os digo: amad a vuestros enemigos y orad por los que os persiguen» (Mt 5,43-44). Pero, ¿cómo amar a los enemigos, a aquéllos que pactan con el pecado estructural y reproducen en su cotidianeidad los pecados de dominación, explotación y desprecio por los más pobres y débiles?
Una pista para aprender a amar o perdonar a los enemigos se encuentra en las palabras de Jesús en la cruz: «Padre, perdónalos: no saben lo que hacen» (Lc 23,34). Este pedido revela el amor de Jesús hacia todos, pero también nos revela que hay algún tipo de incomprensión o de error de parte de los que lo matan. Cuando comprendemos lo que y por qué ellos no saben, se hace más fácil (pero nunca fácil) amar a nuestros enemigos.
Queda claro que Jesús no está diciendo que sus verdugos no saben que lo están matando. Lo que ellos no saben es el significado más profundo de ese acontecimiento. Esto porque están inmersos en el espíritu de mentira y de asesinato: ellos creen que el cumplimiento de las leyes del Imperio Romano o del Templo – expresiones de la injusticia – es el camino hacia una buena sociedad, y hasta incluso de salvación. Como dice San Pablo, la verdad fue hecha prisionera de la injusticia (Rom 1,18).
Actualmente también hay muchos que realmente creen que no hay salvación para la sociedad fuera del sistema de mercado capitalista y de la obediencia fiel y hasta cruel, si fuera preciso, de sus leyes. Para desvendar y criticar la exigencia de sacrificios de vidas humanas en nombre del mercado capitalista, algunos teólogos de la liberación (en especial Hugo Assmann) elaboraron el concepto de «idolatría del mercado». Ídolo es un producto de acciones e interacciones humanas (un objeto o una institución como el mercado, la Iglesia o el Estado) que es elevado a la categoría de absoluto, de sagrado, y en nombre de él se exige el sacrificio de vidas humanas. Quien cree en el ídolo (para ellos, dios), mata con la conciencia tranquila, pues mata en nombre de su dios. Los sufrimientos impuestos sobre los más débiles y pobres están justificados como sacrificios necesarios para el progreso o la salvación.
Por eso, muchos economistas que hoy funcionan como teólogos o sacerdotes del sistema de mercado capitalista dicen con bastante naturalidad que la única forma de superar los graves problemas de pobreza y exclusión social es expandir la sumisión u obediencia a las leyes del mercado por todos los rincones del mundo.
La crítica a la idolatría del mercado no significa una crítica al mercado como tal, pero sí una crítica a la absolutización de las leyes del mercado y las exigencias sacrificiales que nacen de esa absolutización. El mercado es algo necesario para las economías modernas, pero debe ser limitado, complementado y hasta dirigido por las acciones del Estado y también de la sociedad civil.
Los conceptos de pecado estructural y de idolatría se complementan: el primero enfoca más la estructura del capitalismo, mientras que el de idolatría critica más el espíritu que mueve esa estructura y a sus agentes.
Al entender que el pecado estructural del capitalismo está movido por el espíritu de idolatría, podremos luchar contra el sistema capitalista, al mismo tiempo, que tratamos de amar a nuestros enemigos. Nuestras luchas no estarán movidas por la rabia o el odio, sino por amor a los pobres y también a los enemigos. Así, al seguir a Jesús, estaremos mostrando a los indiferentes y a los idólatras que nuestra causa es éticamente superior y que nuestros objetivos le hacen bien no sólo a los pobres, sino a toda la humanidad y a todo el planeta.
(Esta reflexión continuará en el próximo artículo: La codicia del consumismo y la idolatría)
Traducción: Daniel Barrantes – barrantes.daniel@gmail.com
* Profesor de postgrado en Ciencias de l Religión de la Universidad Metodista de San Pablo y autor de Sementes de esperança: a fé em un mundo em crise