Una tras otra, estoy en una abadía bretona, en otra en Liechtenstein, luego en Alemania con los misioneros combonianos. En todas las ocasiones, un público numeroso: mujeres y hombres que buscan, cargados de experiencia, la vista puesta en el futuro. Son testigos de un Evangelio liberado y liberador.
No existe en ellos la tentación de restaurar un pasado que se está desintegrando, ni de preocuparse por una Iglesia demasiado preocupada por ella misma.
Entendieron que el hombre de hoy está preocupado ante todo por él mismo y su futuro. Están convencidos de que nuestras sociedades han entrado en un proceso de secularización.
Con la crisis que estamos viviendo, los cristianos, como otros ciudadanos, consideran inaceptable el foso de las desigualdades sociales. Se preguntan cual puede ser su contribución ante la enorme injusticia social de la sociedad.
Algunos mencionan « la fuerza de los pequeños » del Evangelio. ¿Acaso no existe una fuerza secreta en los más débiles de la sociedad? Nos invitan a creer en la fuerza revolucionaria de la semilla.