La Esperanza y el Infierno -- José M. Castillo

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Jose Mar?­a Castillo2.jpgEl papa Benedicto XVI acaba de publicar una encíclica sobre la esperanza cristiana. Es un tema excelente. Porque andamos necesitados de esperanza, sobre todo en estos tiempos en que, por tantos motivos, nos sentimos amenazados y abocados a la desesperanza y, en algunos casos, a la desesperación. Modificar este artículo
El papa hace bien al ponderar todo lo positivo que ofrece al mundo la esperanza propia de los cristianos. Sin embargo, con todo respeto, me atrevo a decir que una esperanza mal orientada puede ser un peligro.
Digo esto porque, por ejemplo, los terroristas suicidas, que se quitan la vida matando a los que ellos consideran como enemigos de sus creencias, hacen eso porque alguien les ha metido en la cabeza que la muerte es cosa de un instante, mientras que los gozos del paraíso eterno no tienen fin.

Es evidente que, en tales casos, la esperanza religiosa se convierte en un peligro que da miedo. Por supuesto, el papa no ha querido ni insinuar semejante cosa. Pero no hubiera estado mal que, en lugar de recriminar a la razón humana, a la Ilustración y a la modernidad, Benedicto XVI nos hubiera puesto en guardia frente a excesos de esperanza que ?de facto?? han sido agresiones inhumanas contra los derechos de las personas.

Un ejemplo elocuente: el concilio IV de Letrán (año 1215) decretó que, si un enfermo se negaba a recibir los sacramentos de la Iglesia, no debía ser atendido por el médico. La esperanza en la vida eterna se anteponía a los derechos de la vida humana. Y eso es lo que, sin darse cuenta, hace Benedicto XVI. Con la Ilustración, nacieron los ?Derechos del hombre y del ciudadano?? (año 1789). Derechos que fueron condenados por Pío VI, en 1790. Desde Juan XXIII, los papas elogian los derechos humanos, pero a estas alturas el Vaticano no los ha suscrito.

La esperanza en la otra vida puede dar sentido a esta vida, puede ayudar a soportar mejor las contrariedades y sufrimientos que aquí padecemos. Pero las motivaciones que se basan en el ?más allá?? pueden ser peligrosas para el ?más acá??. John Dewey dijo con razón que ?el hombre no ha usado nunca plenamente los poderes que posee para acrecentar el bien en el mundo, porque siempre ha esperado que algún poder externo a él y a la naturaleza hiciese el trabajo que es su propia responsabilidad??. De ahí, entre otra razones, el anticlericalismo, que tanto daño ha hecho a la religión y a la Iglesia.

Porque, en definitiva, el anticlericalismo ?es la idea de que las instituciones eclesiásticas, a pesar de todo el bien que hacen, son peligrosas para la salud de las sociedades democráticas?? (R. Rorty). No es bueno que haya gente que piensa así. Porque hay muchas personas creyentes que, por motivaciones religiosas, hacen mucho bien en esta vida. Por eso insisto en que los ?espiritualistas?? obstinados, desde el momento en que ponen el centro de su vida, no en ?esta vida??, sino en ?otra vida??, pueden convertirse en seres inútiles o incluso peligrosos.

La resignación, el aguante y la esperanza en otra vida mejor son aconsejables, muy útiles, cuando lo que padecemos no tiene remedio, por ejemplo una enfermedad terminal. Pero cuando nos enfrentamos a problemas a los que se les pude poner remedio, con nuestro esfuerzo y con nuestras luchas, es un entontecimiento y hasta una desvergüenza apelar a la esperanza religiosa para así escurrir el hombro y no dar la cara. Por lo demás, si a mí me viene alguien diciendo que me perdona o me quiere porque así Dios le perdona o le quiere a él, le diré que se guarde su perdón y su cariño.

Porque esa persona no me quiere a mí, sino que se quiere a sí misma. Es la hipocresía que tantas veces entraña la religión. La hipocresía de los que dicen que quieren a los demás, pero en realidad no quieren a nadie. A fuerza de oír que hay que amar a todo el mundo ?por Dios?? o ?por la vida eterna??, terminan siendo unos egoístas refinados, que además ni son conscientes del egoísmo sobre el que cabalgan por la vida, con apariencias de humildades que huelen a pelusa de sacristía.

Para terminar, algo sobre el infierno. El papa afirma su existencia. Y se basa para ello en el Catecismo de la Iglesia Católica (n. 133-137). Sin embargo, no es doctrina de fe la existencia del infierno. Lo que sabemos por la fe es que ?quienes mueren en pecado mortal se condenan??. Pero no es de fe que alguien haya muerto en pecado mortal, ni siquiera Judas.

Es más, en el concilio Vaticano II, hubo un obispo que pidió que el concilio afirmara que hay personas condenadas en el infierno. Pero el concilio no aceptó semejante petición. Porque (utilizando el lenguaje religioso) en este mundo nadie puede saber lo que ocurre en el otro. Además, el infierno, tal como se suele enseñar, entraña una contradicción. Todo castigo es un medio, para remediar algo, para conseguir algo. Hasta los tiranos más crueles han utilizado el castigo para lograr algún fin. Pero el infierno es el único castigo que, al ser eterno, no tiene ni puede tener más finalidad que el mismo infierno, o sea causar sufrimiento.

Ahora bien, si Dios es el Padre que se define como Amor, ¿puede hacer semejante cosa? La Bondad sin límites, ¿puede producir y mantener sin fin la Crueldad sin límites? Por supuesto que, para quienes creemos en el Dios del cristianismo, ese Dios es justo. Y tiene que hacer justicia. Pero, ¿cómo? ¿cuándo? ¿dónde? Prefiero quedarme con estas preguntas, en vez de hacer afirmaciones que, a fin de cuentas, terminan presentando a Dios como el más cruel de los tiranos.